Las 11 cajas de Nicolas Edet

"Si algo tienen en común todas las cajas, es que, desde la primera que abrió como neo, hasta la de hoy, todas dibujan al mismo hombre sonriente, un tipo que persigue la misma motivación de siempre".

Imagen: Mathilde l’azou; agence zoom

Las 11 cajas de Nicolas Edet.
Las 11 cajas de Nicolas Edet.

“¡Papa mira qué guapa!”, grita Maia entre risas tras casi desaparecer bajo un maillot que bien podría valerla de camisón. A su lado Lilian parece mirar con admiración la ocurrencia de su hermana. Nicolas sonríe agotado. Sus piernas, aún adormecidas por la pretemporada, se resienten de su entreno matutino. Tras la ventana, el atardecer sigue llegando demasiado pronto. En Thorigné sur dué, a las afueras de la Sarthe, en la Región de la Loira francesa, la cuarentena no ayuda a desembarazarse de un otoño gris que ya cede en favor del invierno.

Maia sigue desembalando la nueva equipación que acaba de llegar para su padre. Es la caja número 11 desde que Nicolás se hizo profesional. El destinatario, siempre el mismo. El equipo Cofidis.

Fue Eric Boyer el que decidió que recibiera la primera caja en 2011. Quiso premiar la insistencia de aquel chaval que se enamoró del ciclismo viendo competir en la televisión a Laurent Jalabert y  a Richard Virenque y, en vivo, a sus hermanos mayores, siempre llenos de barro, en las carreras de Ciclocross que se disputaban los domingos por los alrededores de la región. Luego probó él hasta que, años después, en 2009, su trayectoria amateur desembocó en un gran final. Acompañar a Romain Sicard en la victoria del Mundial con la selección sub23 de su país. “Chico, en 2010 no seremos World Tour, y eso nos hace perder presupuesto para fichar jóvenes, pero no me voy a olvidar de ti”, le dijo aquella vez Boyer. El año siguiente, el por aquel entonces Mánager de Cofidis, cumplió su palabra a medias, reclutándole como stagiare. Nicolas no defraudó. En el Tour de Limousin Nicolas se fugó en una de las etapas con dos “percherones”: Pierrick Fedrigo y Silvain Chavanel. A él le atraparon a falta de un kilómetro. Aquella noche, en el hotel, Eric Boyer entró en su habitación con un contrato para el año siguiente.

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Su debut como profesional no fue paulatino. Desde sus inicios sus mentores encontraron en él un carácter luchador. Y a él le inspiraba la perseverancia de David Moncoutié, el corredor del equipo que siempre se imponía en la clasificación de la Montaña de la Vuelta. Aquel año fue inscrito él también. Su temperamento le hizo probar en la tercera etapa, pero sucumbió rendido en una fuga que se azotaba entre sus integrantes. Días después, durante el transcurso de la octava etapa, una hemorragia nasal le obligó a bajarse de la bicicleta. Fue su primera gran decepción.

“¿Papa, me puedo probar el casco?”, pregunta Maia. Su padre asiente, sin poder apartar la mirada de la caja. El embalaje le atrapa en nuevos recuerdos. En sus primeras cajas. La de 2012 le trajo su primer Tour, que disputó durante su segundo año como profesional. “Nicolás, ¿te atreves a coger la fuga?”, le preguntaron la víspera en el hotel de Lieja. Apartaron la pausa que se le otorga a un participante primerizo de un plumazo. El día siguiente fue el primero en atacar en cuanto el juez bajó la bandera. Tras llevarse a otros cuatro corredores, el pelotón les dejó ir. Michael Morkov estuvo más fuerte que él en los repechos de las Ardenas, pero el Tour se acordó de él para premiarlo como corredor más combativo. Subir las escaleras de aquel pódium para estrechar la mano de Bernard Hinault fue algo imborrable.

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Pero sería el año siguiente, en 2013 cuando su combatividad iba a ser realmente premiada. Didier Roux, uno de sus Directores, lo tenía claro: “Chico, has heredado la combatividad de Moncoutié, aprovéchala. El día que tengas un gramo de fuerza para atacar no lo guardes para tener dos el día siguiente. Cada bala no gastada hoy es la lamentación de mañana”, le dijo un día. Aquel año acudió a la Vuelta a España para quitarse la espina del abandono de 2011. Desde el inicio, su capacidad para atrapar las fugas en las etapas sinuosas le ubicó junto a los corredores que disputarían la clasificación de la montaña. En la etapa con final en Peyagudes, bajo la lluvia y el frío, tras filtrase en la escapada ganadora, pareció aliarse con sus compatriotas franceses. Cherel, Geniez...todos remaban con ahínco bajo la lluvia. Ellos, por conseguir la etapa. Él, por emular a Moncoutié. Aquel día, por primera vez pudo enfundarse el maillot de la montaña frente a Danielle Rato. La lucha con el italiano fue dura, pero no le privó de subir al podio final de Madrid con el Maillot de puntos, regalándole el día más feliz como ciclista.

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Pero el cartero también le ha traido paquetes dolorosos. El que desembaló en 2015 le llevó a aquella maldita primera etapa de la Vuelta al País Vasco en la que, en una última curva, un bolardo no señalizado le empujó violentamente al suelo. Aturdido, se levantó entre los gemidos de Peter Stetina y Sergio Pardilla, que se retorcían de dolor. A él le oprimía su clavícula. La adrenalina le permitió subirse en la bicicleta y pedalear unos metros más hasta cruzar la línea de meta, pero no le dio fuerzas para salir al día siguiente. Tenía la clávicula luxada.

La caja que recibió en 2018 contenía un regalo especial. Una victoria parcial. La única de su carrera. En una carrera especial, el Tour de Limousin. Allí donde años atrás obligó a Eric Boyer a ofrecerle su primer contrato. Fue una victoria a posteriori. Sin apenas tiempo para regalarse unos metros. Los riñones de Davide Ballerinni se dibujaron demasiado cerca de los suyos. Además, su victoria arrastraba rencor. Meses antes, en el Tour de l´Ain, le descalificaron en una de las etapas por trazar irregularmente una rotonda no señalizada en el itinerario. Minutos después de levantar los brazos le despojaron de su victoria. El segundo puesto en la general no fue premio suficiente. De un segundo puesto uno se olvida. De una victoria no.

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Sin embargo, si algo tienen en común todas las cajas, las 11 que ha recibido. Es que, desde la primera que abrió como neo, hasta la de hoy, todas dibujan al mismo hombre sonriente. Se han dejado abrir por un tipo que persigue la misma motivación de siempre. Desde conocer el nuevo diseño de los maillots hasta adentrarse en la personalidad de sus nuevos compañeros. Con unos, dejará que sea la amistad la que le sjunte de nuevo. Luis Ángel Maté abandonará Cofidis en busca de nuevos proyectos. Él y Maté llegaron juntos al equipo. Compartiendo cada temporada. Cada carrera. Cada momento de risas en cualquier hotel sufriendo los avances del andaluz hablando en francés. El llanto al verle bañado en sangre en aquella Vuelta a Polonia. A cambio, llegan aventuras nuevas. Ya se siente atrapado por el carisma de Guillaume Martin. Nicolás sueña con aportar su experiencia a su compatriota. Las ganas de triunfar de su compañero le motivan para, si todo va bien, seguir abriendo, cada año, las cajas que le siga enviando su equipo.