La alocada vida de Tomasz Marczynski (1ª Parte)

Repasamos la peculiar historia del ciclista del Lotto Soudal, un polaco con alma latina que se quedó a vivir en Granada por amor.

Tomasz Marczynski en una imagen del pasado Tour of Guangxi, en el que conquistó la clasificación de la montaña. Foto: Bettini Photo
Tomasz Marczynski en una imagen del pasado Tour of Guangxi, en el que conquistó la clasificación de la montaña. Foto: Bettini Photo

El café con leche se saborea mejor con los ojos cerrados. Empapa la mente en recuerdos. Acompaña cada sorbo con una brisa que ya es cálida. Que acaricia un rostro fino y huesudo. Tapado por una grandes gafas oscuras trazadas a la última tendencia. Sin camiseta, su cuerpo se ofrece al viento afinado, exponiendo una piel que, aún blanquecina, se disfraza en múltiples tatuajes que hablan de una vida. Describen, quizás, el aspecto de un loco, o eso dicen los que no le conocen. El ciclista loco de la Sierra granadina. Su Sierra. La descubrió por casualidad. Porque las cosas, pasan por algo.

Su mejor café con leche se lo tomó en España, pero hace 16 años. En la cafetería que Juan Salas tenía en Pamplona. A Juan le hablaron de Tomasz, un juvenil polaco que ganaba muchas carreras en su país. Se animó a traerle a su equipo amateur, el Telco-Jar. Cuando el interés llegó a oídos de Tomasz, no se lo pensó. En Polonia, tras el calendario juvenil, no había nada. Esa tarde, al volver de la Universidad, habló con sus padres. Que se iba a probar suerte a España. Que para estudiar ya habría tiempo. Para ser ciclista en cambio no. Ellos se disgustaron con la decisión de su hijo, le preguntaron que si estaba loco, pero sólo pudieron hacer dos cosas: La primera, fue acompañarle al autobús de Krakovia y, la segunda, amagando las lágrimas en aquella gris estación, frente a la puerta del autobús, fue la de decirle a su hijo que, si hacía una cosa, que al menos la hiciera bien.

El consejo tenía doble filo, porque, a Tomasz, los fallos le bajaban la moral. Pero estaba decidido a apostar por él. Por eso subió al autobús. Para hacer un viaje de 40 horas hasta Zaragoza. Cuando llegó a su destino, de madrugada, en la estación le dijeron que su autobús hasta Pamplona no salía hasta la mañana del día siguiente. La policía no le dejó esperar en la estación. Le dijeron que era por los atentados del año anterior en Atocha. Sin dinero para un hotel, tuvo que pasar la noche en un banco, aferrado a sus maletas y apretando los brazos contra sus costillas para no sucumbir al gélido enero de la ciudad.

Tomasz Marczynski
Foto: Bettini Photo
Al día siguiente, ya en Pamplona, pudo saborear su café. Horas después, conoció a Luis Vicente Otín, que se encargó de su formación como ciclista. Vivió tres meses en Lesaka, en las entrañas de Navarra. El equipo le daba 10 euros cada semana. Él se hacía bocadillos, y ahorraba tres. Además, todas las tardes, iba a casa de Charito a comer bizcocho. La conoció por casualidad y se acabó convirtiendo en su segunda abuela.

Tras los tres meses, Tomasz decidió regresar a Polonia pero, esta vez, pararía a medio camino en Florencia, para participar en una de las carreras más importantes del calendario italiano con la selección de su país. La carrera debía decidirse entre Andrew Grivko o Ricardo Riccó, los mejores amateurs de la época en Italia, pero él se impuso. Nadie conocía a ese polaco pero llamó la atención del GS Valdardo que lo reclutó para su estructura amateur. Le ofrecieron alojamiento en Toscana y un calendario de carreras que nunca ganó, pero que le forjaron como un corredor regular. Lo suficiente para, en 2006, firmar su primer año como profesional en el Cerámica Flaminia.

Tomasz corría por lo justo, acompasando su aprendizaje con los consejos de Massimo Podenzana. Su Director había sido gregario de Marco Pantani. El italiano era empático, y sabía consolar cuando las cosas no salían. Él se motivó con el objetivo claro de que estaba de paso, para dejarse ver y, algún día, llegar a ser parte de un gran equipo. Uno de los grandes. Por eso, en aquella Vuelta a Asturias de 2008 no se lo pensó. Camino del Acebo lanzó un ataque de los que no suenan. Por debajo del radar de los hombres que si tienen un nombre, que no hacen buscar referencias a los locutores deportivos.

Tomasz Marczyński

Su escapada cabalgó en ambición. Y consiguió doblegar la insistencia de David de la Fuente, un hombre cuyo poster había estado estampado en la puerta de su piso de Lesaka y que, el año anterior, había sido líder de la Montaña durante varias etapas del Tour de Francia. Pero, sin un mánager que pudiera ofrecer sus resultados al gran ciclismo, su triunfo no supuso un cambio de equipo. Ni una mejora de contrato. No salpicó la atención de nadie. Sólo hizo prolongar la espera.

Fue en 2010 cuando, por fin, el reconocimiento llegó de su propio país. El CCC, el espejo en el que los niños que querían ser ciclistas en Polonia se miraban, se había tornado hacia él. Pero el premio se hizo añicos. Tomasz era un chico criado entre el afecto ajeno. Dibujado en simpatía gestada en el sur de Europa. Y lo que encontró en casa nada tenía que ver con ello. Si le ficharon, fue porque ya en 2007 había sido campeón nacional en su país.

 Aquel día, en su primer Nacional, cruzó la meta entre lágrimas, deseando bajarse de la bici para abrazar a sus padres, que esperaban emocionados. Pero, la segunda vez, en 2011, ya en las filas del CCC, tras ganar la prueba de crono, el Director de su quipo había diseñado un ganador a priori para la prueba en ruta. Le pusieron como excusa que no querían el mismo ganador para las dos carreras. Pero poco le importó. En el último kilómetro, su compañero flaqueaba y no se lo pensó. Disparó una bala de una escopeta que su equipo se había encargado de que fuera defectuosa. Aun así, se embolsó la victoria.

Fueron méritos suficientes para despertar en 2012, por fin, la llamada de un equipo World Tour. El Vacansoleil le invitaba a descubrir las grandes carreras del Mundo. Entre ellas, la más importante de su segundo país: La Vuelta a España.

Le sugirieron que, un mes antes, hiciera concentración en altura. Le hablaron de Sierra Nevada, en Granada, donde cada año acudían muchos corredores a preparar sus grandes objetivos. Aquel mes de julio, tras doce días seguidos sin otro plan que entrenar y descansar, hastiado de tanta bicicleta, se fue con un compañero del equipo a tomar unas cervezas al bar de la plaza de Sierra Nevada, en Prado Llano. Embriagados de calor y risas, decidieron llamar a un taxi para que les bajara hasta Granada. “Sólo queremos un poco de fiesta, nada más”, le dijeron. Tomasz, quizás eufórico, quizás atrapado por un rumbo al que estaba destinado a seguir, se hipnotizó con las luces que dibujan la Alhambra de noche. Con el calor de una ciudad que nunca duerme. Con los parajes verdes que perfilan las carreteras grises que huelen a pura montaña. Con los ojos oscuros de la chica que conoció aquella noche.

Tomasz Marczyński

Si algo sabía Tomasz es que, para ser ciclista profesional, necesitaba equilibrar su mente. Regalarse alguna noche sin normas, de las que parecen no estar escritas para deportistas de alto nivel, pero que conseguían recargarle de energía. Aquella ciudad tenía todo lo que necesitaba. Por eso habló con Roberto, que trabajaba en la cafetería de Sierra Nevada, para que le ayudase a encontrar una casa. Granada le había ganado el pulso.

Aquella Vuelta a España no le recordó aquella noche de excesos. La disputó junto a los mejores. Visualizando de cerca la estela de los grandes hombres de la general. Tan sólo una caída que le obligó a cambiar de bicicleta le privó de un top 10 final. A cambio, tras una pugna final con su compatriota Niemec consiguió firmar la mejor posición de un polaco en una Vuelta a España (13º). 

Pero, el año siguiente, una lesión le impidió brillar como debía. Tan sólo llegó con la forma justa para poder volver a participar en una Vuelta a España en la que no pudo brillar como esperaba. Para colmo, meses después, recibió otra mala noticia. “Sabes que te hubiésemos renovado sin problemas. Eres un hombre que hace equipo, y eso lo valoramos muchísimo, pero el equipo no va a seguir”, escuchó del otro lado del teléfono.

La solución requería la peor de las enmiendas. Apelar a su orgullo. Debía pedir ayuda a su antiguo equipo, el CCC. Necesitaba un hueco que no quería cubrir, pero que era necesario si quería seguir siendo ciclista.

 

Mañana, 2ª parte de "La alocada vida de Tomasz Marczynski"