Camina tranquilo. Pausado. Toulouse es una ciudad que invita al paseo. A pararse para contemplar rincones coquetos. Como el Hotel de Assézat. Esquinas sofisticadas empolvadas en un clima seco que se humedece cuando se aproxima al rio Garona. De repente sonríe. Se acuerda de un amigo.
“´Andaluz ´, ¡Cómo vuelas por nuestra tierra, te vas a llevar la Montaña de la Vuelta!", bromea por teléfono. Luego lo guarda en el bolsillo. Maté y él se llaman el uno al otro “andaluz". Los dos son de tez curtida, de ojos pardos. Sin embargo, Luis Ángel, “el lince", lo lleva escrito en su acento. Anthony, tan sólo en su apellido.
Sus abuelos, Juan Pedro y Petra Pérez, eran de Arjona, un pueblo cercano a Jaén. Allí tenían una casita, al final de una loma, a la que se llegaba por un pequeño tramo de pavés. Anthony pasó allí los veranos de su niñez. Con su bici. Escalaba la cuesta a pleno pulmón, como si se jugara la Lieja-Bastoña-Lieja en plena Redoute. Bajo un sol brillante. Intenso. Luego, el ciclismo se fue haciendo importante. Tuvo que dejar de ir para cumplir con un calendario ciclista que ya cubría todo el verano.
Con el paso de su adolescencia se fue destapando la calidad de un chico impulsivo que atacaba en cualquier momento, sin ton ni son. A Michel Puntous, su Director de base, le desesperaba. Tanto que, un día, le confesó que el seleccionador de Juniors le había llamado para decirle que no le iban a llevar al Mundial por eso, porque era alocado. Desordenado en carrera. Anthony no dijo nada. Sólo frunció el ceño. Por timidez. Pero también por rabia. En la siguiente carrera, esperó su momento. Se reservó para la última cota. Para su pequeña “Redoute". Fue capaz de recortar dos minutos a 20 chicos que se habían fugado previamente, obligando al seleccionador a rehacer su lista con el nombre de Anthony en su interior.
Ya en amateurs, su impulsividad, de nuevo, le pedía pasar pronto a profesionales. En 2010, la Pomme Marseille se interesó por él. Para probarlo un verano, como stagiaire. Equipo y corredor, tras la experiencia en el Tour de China, consideraron que no era el momento. Aún era pronto.
A su vuelta a Toulouse, decidió firmar por el Aix en Provence, equipo amateur dirigido por Jean Michel Burgoin. Fue el inicio de su regresión como corredor. Tras cada carrera, Anthony, sufría muchísimo por mantenerse en el pelotón. Se ahogaba. Especialmente en primavera. Tan sólo en los días de lluvia, su rendimiento cambiaba radicalmente, como si fuera otra persona. Ni su director, ni su preparador, Eric Dubray, acertaban a entender la razón. Fueron años en los que, Jean Michel, ratificaba su confianza en él, aferrado a los escasos buenos resultados que obtenía. Esperando, igual que Anthony, que el año siguiente la situación cambiara. Nunca fue así. Salvo en los días de lluvia.
Tras cuatro años de penurias, Anthony decidió contar con los servicios de un agente. El tiempo pasaba y, a sus 24 años, sentía que la edad para subir a profesionales se le estaba pasando. Su agente le dijo que buscara un médico, porque no era normal esa irregularidad. Notaba que algo le pasaba. Cruzaron Francia, hasta dar con un prestigioso médico bretón, en Saint Malo. El galeno resolvió el enigma. Anthony no se lo podía creer. Era asmático. Desde los 20 años. Su capacidad pulmonar, en pleno esfuerzo, se veía reducida hasta en un 60%. Por eso se ahogaba en primavera. Con la lluvia, en cambio, el polen se volatilizaba.
Tras solucionar el problema, 2015 le regaló una temporada importante. Un cuerpo nuevo. Fresco. Vital. Y cinco victorias. Quizás todavía insuficientes. Sin embargo, Yvon Sanquer, Mánager de Cofidis por aquel entonces, se interesó por él. Fueron 15 días de nervios. El equipo no se acababa de pronunciar. Sanquer concentró a sus corredores para el primer stage de otoño. A él, en cambio, no le había llamado nadie. Sin embargo, el 20 de noviembre, a las ocho de la tarde, su agente le ratificó el fichaje. “Anthony, ¿estás sentado? Está hecho. Ya eres profesional", le dijo. Él, en cambio, no se lo creía. Pasó la noche despierto. Preguntándose si era una broma.
El día siguiente, Sanquer se lo dejó muy claro. “Te ficho para trabajar. Las escapadas alocadas se han terminado". Desde un principio le explicaron que casi todas las cartas del equipo se jugarían en favor de Nacer Bouhanni, el esprínter del equipo.
Su misión consistió, durante su primer año, en 2016, en colocarse en cabeza del pelotón, para controlar y medir cualquier intento de escapada. Desde la salida, para apartarse 150 kilómetros después, una vez que otros compañeros tomasen el relevo. Luego desaparecía de la carrera. A cambio, el premio, era exiguo. Nacer era una persona fría, tímida. Sus “merci", se silbaban breves. Sonaban huecos. Escuetos. Pero Anthony supo comprender a su líder, a su dificultad para expresar el agradecimiento que sentía. Lo peor venía después, cuando, al volver a casa, sus allegados y conocidos le preguntaban por cada carrera. Difícil explicarlo. “Trabajé mucho, aunque llegué el último", respondía con resignación. Como si fueran excusas.
En cambio, 2017, le prestó alas. En primavera le dejaron disfrutar de su carrera preferida, la que emulaba en Arjona. La Lieja-Bastoña-Lieja. Rodó más de 200 kilómetros escapado. Un mes después, en el Tour de Luxemburgo, el equipo acudía sin un líder claro. Anthony no se lo pensó. Era hora de volver a sus orígenes impulsivos, pero sin el desorden del pasado. Esperó a la tercera etapa. Al perfil sinuoso que tanto le gustaba. Con olor a clásica.
Al cruzar la línea de meta, levantó los brazos con rabia. Con orgullo. El primero en felicitarle fue el segundo clasificado. Greg Van avermaet le auguró un gran futuro. “Siempre que necesites algún consejo, no dudes en preguntarme, le dijo". El flamenco era hombre de palabra. En cada carrera que coinciden, se dedican un rato. Además, Van Avermaet, sin saberlo, le había regalado algo muy valioso. La existencia a ojos del gran público. Las victorias resultan más grandes si el segundo clasificado goza de notoriedad.
La siguiente experiencia, sería todavía más especial. En 2018, en pleno julio, tras dos semanas de carrera, Anthony buscó, de nuevo, confabularse con su seña de identidad. Su espíritu aventurero. El día que el Tour de Francia llegaba a Mende, tras el pistoletazo de salida, saltó del pelotón junto a otros hombres. Dicen los ciclistas que alguna vez se han fugado en el Tour que, el día que cogen la escapada, el ciclismo, parece una película. Que los ciclistas se convierten en actores. Embriagados por los aplausos y gritos de los aficionados que, indescifrables e infinitos, se disparan en cada cuneta. Y que no se escucha nada más. Sólo el sonido del flash de las motos de los fotógrafos. Mientras, las cámaras filman. Por encima, las hélices de los helicópteros que sobrevuelan la escapada amortiguan todo lo demás.
Aquel día no pudo seguir la estela de Omar Fraile, pero consiguió ser décimo tercero. Suficiente para convencer a Cedric Vasseur, el actual Mánager de Cofidis. Tras terminar la ronda gala sentó a Anthony en una mesa. “Sé que te hice firmar el año pasado un contrato de dos años, pero quiero que lo rompamos y volvamos a firmar otro, hasta 2020", le dijo.
El teléfono suena de nuevo. Un mensaje de respuesta de Maté. El “lince" también tiene palabras bonitas para él. Por su renovación. “Te la mereces, tío". Es una renovación con sabor a victoria. Por haber podido doblegar al asma. Por haber superado cuatro años donde pudo haber desistido en su empeño por ser profesional. Por aquel entonces, tan sólo contaba con el apoyo de su equipo amateur y de sus padres, o de Elodie, su novia. Sufragaron sus gastos como corredor cuando nadie creía en él. Nadie le conocía.
Ahora, en cambio, puede pasear tranquilo por el “centre ville" de Toulouse. Vivir sin miedo a recaer. Aliado con el sol. Quizás, cuando tenga tiempo, pueda acercarse de nuevo a Arjona. A visitar la casa de sus abuelos. Como de pequeño, cuando serpenteaba con su bicicleta aquella loma adoquinada que olía a clásica belga.
Rafa Simón (@Rafatxus)