Ben Perry, el canadiense que amó el frío

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Ben Perry, el canadiense que amó el frío
Ben Perry, el canadiense que amó el frío

Desde Ann Street el lago Ontario siempre mira pausado. Todo el pueblo de Santa Catharines, desde alguna esquina, puede percibir la suavidad de sus aguas. Baña una región tranquila. Canadá de barrios verdes. De casas grises, apuntilladas en madera blanca y grandes ventanales. Nada que ver con el otro lado de la frontera, el de Estados Unidos. Tan cerca de las Cataratas del Niágara. Epicentro del turismo fotográfico. Del ruido. De las colas para todo.

El lago Ontario, en cambio. Se nutre de silencio, para ofrecer su consejo. Ben solía visitarlo, con su chica. Para reflexionar sobre sus proyectos. Sobre la bici. Aquel día hacía frio. Debía contarla algo importante.

Steve Bauer, uno de los ciclistas más laureados que ha tenido Canadá en toda su historia, se había percatado de las aptitudes de uno de los chicos que frecuentaba su Club. Vio que Ben tenía “raza”. No se asustaba fácilmente. Sabía combatir el frio. La lluvia. Sus resultados con la selección nacional eran evidentes. Por eso, le aconsejó que renunciara a lo más básico. Una adolescencia común y corriente. Debía probar fuera. Lejos. Donde se curten los verdaderos clasicómanos.

Ben, siendo tan sólo un juvenil, tuvo que renunciar a sus padres. Viajó a Europa. A Bélgica. Fue alojado en una familia. Lo que iba a ser puntual se convirtieron en tres años. Le trataron como a un hijo, desde el primer día. Él, cuando llegó, tan sólo era un chico pelirrojo que le gustaba salir en bicicleta. Que se lo posaba bien cuando entrenaba. En territorio “flandrien”, en cambio, los chicos son instruidos como profesionales desde los 17 años. Como los jugadores de hockey hielo de su país.

En el filial del Lotto Soudal se lo dejaron claro: Sacrificio y trabajo. Bajo la lluvia. Contra el viento. Carrera tras carrera. Porque, si el profesionalismo llegaba, no habría excusas. El dolor, el frio, era igual para todos.

Con esa lección volvió a su país. Como profesional. El modesto Silber se benefició de las enseñanzas que Ben recibió en el viejo continente. Ben ya no era un niño. Sabía leer las carreras. Se movía bien entre profesionales más experimentados. Las carreras no eran fáciles pero, un día, el frio le hizo un guiño. La primera etapa del Gran Premio de Saguenay, en pleno junio, amaneció lluviosa. Gélida. Los corredores rumiaban en el pelotón. El deseo común era terminar la etapa y esperar que el tiempo mejorara al día siguiente. La Cycling Academy controlaba la carrera. Todas las apuestas daban al estonio Mihkel Raim como vencedor. Ben se aferró a su rueda. A escasos metros de meta se encontraban sólos. Raim sobrevoló con su mirada al novato. Ben partió en dos las estadísticas del que se pone nervioso.  Logró cruzar la línea de meta triunfador.

Ran Margaillot, el mánager israelí del equipo, le felicitó. Luego se interesó por él. Le ofreció una victoria aún más apetecible: “Chico, nos has hecho una buena faena, pero me gusta tu coraje, no te has amilanado con Mihkel. ¿Te dan vértigo los cambios?” lanzó. Ben no se lo pensó. Dejó de nuevo la comodidad de Canadá para viajar, de nuevo, al viejo continente.

Pasó de correr de un equipo familiar que apenas contaba con diez unidades, a relacionarse con corredores de mil y una nacionalidades. Pronto, se convirtió en experto en humor letón con Khrits Neilands. En nexo social de los menos “anglófonos”. “¿Ben, este tweet está bien escrito?”, le preguntaba su compatriota canadiense Guillaume Boivin. Mismo país. Distintas lenguas. Todos sus compañeros le utilizaban como profesor de inglés. Como aglutinador de culturas. Aunque, de entre todas ellas, le gustaba empaparse de las bromas de José Manuel Díaz. Compartían mucho calendario juntos. También del saber hacer de Rubén Plaza. Era distinto a José. Serio. De pocas palabras. Pero un compañero de habitación con el que, de cama a cama, tenía a su alcance un Máster de enseñanza en el ciclismo.

Ben se aplicó cada uno de sus consejos teóricos. La práctica, la puso en funcionamiento en la Kuurne-Bruselas-Kuurne instalada en el inicio de esta última temporada. Sólo supo dos días antes que la disputaría. Viajó de manera relámpago desde Canadá en un vuelo azotado por el viento. Premonitorio de lo que le esperaba.

En carrera, hizo suyo el frio. Se filtró en la escapada del día. Apenas contaro n con dos minutos. Marco Marcato, del Emirates, se encontraba entre los ciclistas fugados. Su inicio de temporada había sido bueno, y los equipos con aspiraciones lo sabían. En cada relevo, Marcato parecía excusarse con Ben, que era el que ponía más empeño. “Mi cercano (me buscan)”, le decía entre bromas.

Luego, tras ser atrapados por el grupo de favoritos, tuvo el tiempo de disfrutar de la vigilancia entre Peter Sagan y Van Avermaet. De las disputas por mantener los puestos cabeceros entre los World Tour. De entender que, en ese momento, aún era sólo un chaval de apenas 23 años.

Aunque, si le dejaran volver a un solo momento. Si pudiera cambiar algo. Sería aquella mala decisión. Aquel esprint demasiado apresurado. Como si Saguenay hubiese querido cobrarse la victoria ante Mihkel Raim. Esta vez, ni siquiera el haber conseguido volver al grupo al romper la rueda de delante fue motivo suficiente. Era el más fuerte. Pero, esta vez, le pudo la presión.

Antoine Duchesne, de la FDJ, parecía haber olido la tensión de Ben. Supo gestionar su experiencia como corredor del World Tour. Parecía saber que Ben no era la primera vez que chocaba contra la ingratitud de la medalla de plata. De saber que ya antes, en otros nacionales, se había quitado la medalla del cuello de un manotazo porque le supo a poco. Supo esperar sus prisas. Gestionó la arrancada en el momento oportuno. Le birló el Campeonato nacional de Canadá con picardía.

Ben, en cambio, no pudo ir a Ann Street, cerca de la casa de su difunto tio Thom, para preguntar al lago Ontario que había hecho mal. Hace tiempo que apenas pasa por allí. El profesionalismo le pide especializar su lugar de trabajo. Apenas le da tiempo para acabar a distancia sus estudios de economía. Debe optimizar cada día.

Ahora vive entre dos aguas. Dos continentes. Dos ciudades. Castlegar, cercano a las Montañas Rocosas, en el oeste de su país, le ofrece montaña en un clima templado. A miles de kilómetros de allí, Girona tiene el mediterráneo de una orografía perfecta para el ciclismo.

En cambio, silenciosa, Santa Catharines sólo espera a que vuelva aquel niño pelirrojo que tenía un don para el mal tiempo. Pero que debía desarrollar el ciclismo fuera de su país. Ciclismo frío. Su aliado.

Rafa Simón

@Rafatxus