Delio Fernández: el Xacobeo que nunca arrojó la toalla

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Rafa Simón

Delio Fernández: el Xacobeo que nunca arrojó la toalla
Delio Fernández: el Xacobeo que nunca arrojó la toalla

“Lamentamos comunicarle que su vuelo se encuentra retrasado, gracias por su comprensión”, recibe como respuesta mecánica de la sonrisa de una de las azafatas de la compañía aérea que debe llevarle a casa. Asiente con resignación, mientras empuja de nuevo su maleta hacia el asiento libre más cercano. Sus siguientes cuatro horas discurrirán igual. Esperando.

Muchos ciclistas dicen que la última etapa de cada vuelta se pasa en los aeropuertos. Porque no se descansa. Delio es de esa idea. Ha experimentado todo el listado de contratiempos. Desde la pérdida de una maleta hasta huelgas de controladores. Por toda Europa.

Murmura con el ceño bien marcado en su frente mientras voltea con los dedos su teléfono móvil. Sigue pensando que lo podía haber hecho mejor. Creyó que el buen paso dado en la Paris Niza le tenía que haber dejado listo para la Coppi-Bartali. En Francia respondió bien ante la lluvia y el frio, que detesta. Pero el primer día en Italia supo que no iba bien. Sus sensaciones siempre le han hecho ser realista. Cambió el chip. Se recalificó rápido a gregario, para echar una mano a su compañero Mauro Finetto. Nunca se le han caído los anillos por eso.

Se lo dijo Gustavo César Veloso, su gran amigo, cuando ingresó en el Xacobeo Galicia, hace ya 11 años. Que aprendiera rápido en qué era bueno, para hacerse necesario. Con apenas 22 años, cuando debutó, aún no lo sabía. Lo que tenía claro es que tuvo mucha suerte. Porque el Xacobeo le cayó en gracia. Las puertas del profesionalismo se le abrieron en su propia casa. Quizás sin el empujón de la escuadra gallega no hubiese sido profesional nunca. Hay tanta gente que no sube a profesionales. Juntos formaban una familia. Humilde, pero unida. Por eso, cuando acudieron a aquella Vuelta a España, la de 2010, todo el mundo se volcó con ellos. Tanto, que redujo su momento más feliz como ciclista a un pasillo, el que va de la cima de Navacerrada hasta la Bola del mundo. Escasos kilómetros de cemento desgajado en gravilla. Historia del ciclismo grabada en cámara lenta donde, por delante, Ezequiel Mosquera trataba de desbancar a Vincenzo Nibali entre chepazos de raza. Por detrás, a Delio le empujaban en volandas los aficionados. Que eran unos campeones, les decían.

El día siguiente, antes de la etapa con final en la Castellana, la que cerraba aquella edición de la Vuelta, su director, Álvaro Pino, siempre tan serio, bromeó con sus chicos: “Chavales, tenemos que hacer algo para asaltar el liderato”, bramó. Delio, delatado por su inocencia, se desató: “¡Vamos a por ellos!”, gritó, bajo las risas de sus compañeros que entendían que, la última etapa, era de profundo respeto al ganador.

Pero Pino no bromeó el día que le llamó por teléfono: “Delio, sé que no es mi trabajo informaros, pero, al igual que les he dicho por teléfono a tus compañeros, te lo explico a ti. Da igual que de arriba digan que aún hay esperanzas. Esto se acabó, el equipo cierra”, le explicó.

Eso dolió mucho más que una Vuelta a España perdida. “Y ahora qué”, pensó. La salida, como para muchos otros ciclistas gallegos, fue Portugal. Delio se dio un plazo para progresar en un ciclismo más modesto, para poder regresar al que había vivido. Pero, tras los dos primeros años en el modesto Onda, la llamada nunca llegó. Se esforzaba cuando corría pequeñas vueltas en España, pero nada. Pensó en dejarlo. En ser consciente de que el ciclismo no le iba a echar una mano. Pero, su preparador, le habló claro: “Delio, no te compadezcas. O lo dejas o no lo dejas. Si lo dejas, dímelo ahora. Sino, preparamos la Volta a Portugal”, le retó.

La Volta a Portugal son dos semanas en julio en las que el país luso se vuelca con su ciclismo. Poco importa el antes y el después. A Delio, le regaló tres etapas, incluso un podio. Aún mejor, fue pieza clave en la victoria de dos amigos: Alejandro Marque y Gustavo César Veloso.

Sin embargo, lo que verdaderamente le enganchó con el público fue el día en que renunció a todo. En aquella Volta de 2014, camino del alto de Torre. Rodaba junto a Rui Sousa. La lógica decía que el portugués se llevaría la etapa y él, el liderato. Pero su equipo le pidió esperar a Veloso, líder de la prueba en aquel momento. Delio no protestó. Llegó a parar en seco. Esperó paciente a su compañero ante la incredulidad de los espectadores. Ayudó a su amigo a solventar un mal día y ganar aquella carrera tras la disputa de la crono final. Delio terminó tercero.

Quizás pudo ser eso, quizás no. Pero, un año después, cuando Delio pensaba que su carrera pasaría por hacerlo bien en esas dos semanas hasta que decidiese poner punto final a su carrera, recibió la llamada del Delko Marseille. Un nuevo contrato como premio a la constancia. Al haber sabido crecer cada año, en cada carrera. Un premio a una trayectoria que se pudo truncar el día que Pino le dijo que ya no sería “Xacobeo”.

Significaba volver a sentirse profesional otra vez. Como en su primer día. En aquella etapa de la Challenge de Mallorca, en Palma, donde sólo tenía ojos para ver a Alberto Contador conversar con otros compañeros en el pelotón. Aprendería una lengua diferente. Viajaría, de nuevo, a carreras de prestigio. Las que se quedó sin correr tras aquella Vuelta a España.

Pero Delio no olvida. Porque los malos momentos son de aprendizaje. Sabe matizar una palmada en la espalda, como la que le dieron cuando atrapó la fuga buena en la etapa reina de aquel Giro de 2009. “Fernández, siempre en las fugas, ¡sei un grande!”, le dijeron aquellos tiffosi en la salida del día después. Sólo porque salió en la tele un día. Nadie le dijo nada la semana anterior cuando, una y otra vez, no conseguía, a pesar de sus esfuerzos, filtrarse en ninguna escapada. O en aquella Vuelta al País Vasco. El frío y la lluvia, tan contrarios a su talento, le condenaban a ocupar los últimos puestos en las primeras etapas. Incluso, presa de la desesperación, tras la etapa de Amurrio, se bajó al bar del hotel donde pasarían la noche a hincharse a pinchos. Curiosamente, el día siguiente llegó junto con los primeros al santuario de Arrate. “Que buena Itzulia hiciste”, le decían, mientras él, para sus adentros, pensó en lo mucho que odió la bicicleta los días previos.

Por eso, ahora, un retraso de un avión, es una buena señal. Significa que nunca se rindió. Que regresa de una carrera. Y que, aunque no haya obtenido el resultado que esperaba, ha hecho algo en favor del equipo, como le pidió Veloso. Hoy Finetto, mañana quizás Remy di Gregorio, su “clon” en el equipo. Todo el mundo les confunde. Ha llegado a firmar autógrafos o fotos a los aficionados en su nombre. Incluso muchos corredores se acercan a él como si fuera Remy.

Pasan las horas. Entre bostezos, gruñe. Trata de estirar las piernas sobre su maleta. Dormitar una siesta que nunca se produce. Llegará a casa cerca de la medianoche. Diez horas después de lo previsto. Pero una foto de Noela, su hija, le vitamina. Se la regaló Ángela, su mujer, hace 15 meses.  Su vida. Y quizás, a su vuelta, pueda quedar con Marque y Veloso para entrenar por la zona.

De Moaña, su pueblo, hasta la desviación de Pontevedra, donde suelen encontrarse, hay tan sólo unos kilómetros. Apenas coinciden ahora. Alejandro y Gustavo se quedaron en Portugal, en el ciclismo que siempre amparó a los gallegos. Delio debe mucho a ese país. A “su Volta”. Le hizo sufrir, pero, al final, tras ser “Xacobeo”, le regaló la oportunidad de ser ciclista de alto nivel otra vez. Aunque eso signifiquen horas de más en los aeropuertos. Porque nunca arrojó la toalla.

Rafa Simón

@Rafatxus