“Tengo que salir, Eusebio", le pidió. Fue atípico. Pocos corredores quieren irse de Movistar. Pero tenía una razón muy clara.
Años después, Enrique siente que la conversación con Eusebio Unzue, Mánager de Movistar, fue acertada. La perspectiva se la otorga la tranquilidad de unas vacaciones que, aunque cortas, son más que merecidas. Las piernas aún le duelen de los esfuerzos que le ha pintado en el rostro el Tour de Luxemburgo. Aunque, lo que le raspa más, es la auto exigencia de no haber cumplido con un buen resultado. Las etapas que se le adaptan bien, son escasas. Y la que tuvo, le dejó abandonado en una cuneta con una rueda pinchada en el momento más inoportuno. Aun así, es feliz. Vive con la chispa adecuada.
Cuando razonó con Eusebio su salida, se convirtió en un hombre valiente. Podía haber seguido en la escena World Tour trabajando para otros, aferrándose a la doctrina de “tirar del carro". Pero quería seguir la senda de sus sprints atípicos: los de Enrique Sanz.
Empaquetó cinco años en el embalaje de las experiencias. Lo primero que guardó fue aquel primer desayuno como profesional. Cuando tan sólo era un “neo" recién subido del Lizarte. Su único compañero en aquella mesa rebosante de leche y yogures era Francisco Iriarte. Ambos, apresados en timidez, eligieron una esquina prudente, alejados de las grandes estrellas. En ese momento, la vida, en forma de mano sobre su espalda, le ofreció conocer a una personal realmente especial: “¿Qué pasa chicos, no vais a presentaros?". Al levantar la cabeza, se encontró con la gran sonrisa de Xabier Tondo. En un minuto, le empapó de buen humor. En cambio, fue Jose Iván Gutierrez quien ejercería de hermano mayor. Su rudeza. Su “está bien o mal" disparado a bocajarro eran rudezas que envolvían los consejos que le enseñaron a ser ciclista.
Por contra, fue la carretera, las necesidades de un equipo con aspiraciones en cada competición a la que hacían frente, las que ensombrecían su velocidad, que se disipaba en contínuos servicios a los compañeros. Imposible disputar un sprint con algo de chispa si el día anterior había trabajado por tumbar una escapada o por haber hecho mil y una subida de bidones a cabeza de pelotón. Para colmo, cuando tuvo la oportunidad, chocó con los resultados más ingratos. Los que desaparecen en olvido. Puestos de honor que sólo sirven un día, porque el siguiente son hechos pasados. El más heroico, un codo a codo con Cavendish, en 2014, donde, tan sólo un tubular, de nuevo, le privó de un palmarés que podría haber brillado más.
Su salida, la que pidió a Eusebio, debió haber sido en aquel año, pero Euskaltel, su equipo de destino, desapareció meses antes. Sin embargo, en 2015, la decisión estaba tomada. Abandonaría los focos del World Tour para apostar por el Willier SouthEast el año siguiente.
En Italia, el infortunio se apoderó de él. Una lesión de espalda le impidió disputar la Milán- San Remo y, un virus, meses después, le apartó del Giro. El resto, fue correr lesionado, sin motivación. Apartado de la chispa adecuada para enfrentarse en condiciones a otros velocistas.
Ante aquel panorama, el equipo italiano no le renovó el contrato para la temporada siguiente. De un día para otro, sus sprints dejaron de ser parte de la competición. Ahogados en silenciosos entrenamientos. Sin apenas entrevistas antes motivadas por los grandes focos del ciclismo que se asomaban a ver la actualidad de Movistar. A cambio, supo quién era su verdadero equipo. Los que iban a estar ahí para amparar su infortunio. Para dar cobertura a un teléfono que apenas sonaba. Apoyo necesario para llegar en condiciones a aquella llamada. El año 2017 se mascaba oscuro. “Si no encuentro nada, el 1 de abril cuelgo la bicicleta", le dijo a su familia. Pero, el guiño definitivo, marcó su número.
“Ahora no te puedo dar una plaza, estamos completos, pero trata de mantener el cuerpo activo porque en 2018 quiero contar contigo", escuchó al otro lado de su móvil.
Jon Odriozola nunca fue obtuso. Sin dobles fondos. Sin promesas baldías. Hizo que Enrique tuviera ganas de aferrarse al escaso calendario británico del modesto Raleigh para salvar el año. La oportunidad la encontró Juanjo Oroz, su director en Lizarte. El 2 de abril, un día después del día que se había marcado para dejar la bicicleta, consiguió hacer un segundo puesto en su primera carrera con el equipo británico. El objetivo, era claro: Mantener la chispa encendida. En 2018 volvería a ser ciclista con el equipo Murias.
Cuando Enrique recuerda aquella conversación con Eusebio, ambos sonríen. Su ex pupilo fue valiente. Eligió crecer. No estancarse como ciclista. Por eso, se alegró tanto como él cuando, con rabia, festejó aquella victoria en la Volta a Portugal. Fue tan liberadora. Le dio la razón.
En Murias Enrique ha conseguido echarse la responsabilidad a las espaldas. Afrontar con garantías los repechos finales que mejor se adaptan a las características de un sprinter que nunca fue puro. Su “treno", tan especial como él: un ejército de escaladores armados de algo tan simple como un ambiente inmejorable. Tan sólo Mikel Aristi es el hombre que, por su fisionomía, mejor puede apartarle rivales en los metros finales. Aun así. Sus resultados, en tan sólo dos años, superan en velocidad a los conseguidos en Movistar. En Alentejo consiguió tres dianas. Aunque, la última victoria, tuvo un valor especial.
Camino de Villafranca del Bierzo, a falta de tres kilómetros, cuando su equipo trabajaba para eliminar una fuga, Enrique se fue al suelo. Aturdido, escuchó a Xabier Muriel, uno de los directores deportivos, salir dando un portazo del coche: “¡´Enri´, no tires la toalla! ¿Te puedes subir a la bicicleta? La victoria aún es posible!", gritó a su pupilo, casi zarandeándole. Era la esencia del equipo. Lo que Enrique había buscado. Confianza. Unos metros por delante. Un “treno" inexperto esperaba a que su líder se volviera a ponerse de pie. Urko, Sergio y Héctor tiraron del carro hasta cortar la escapada. Mario hizo la última labor. “Enri" remató.
Así son los nuevos sprints de Enrique. Sin la superioridad que ampara un equipo World Tour, pero con la ilusión de quien, años después, tras la conversación con Eusebio, emigró para volver a sentir la chispa de nuevo. La chispa adecuada.