“Hoy estáis a tiempo de hacer historia. Es el último día en el que podréis ver ganar a Contador. ¿Queréis ser parte de ese equipo o no?”, gritó De Jongh a sus corredores aquel día. Cómo olvidarlo.
Jesús vuelve a pasarse las manos por la cara, frotando sus ojos con fuerza. Amaga un nuevo bostezo. Los copos de nieve que se vislumbran por la ventana le distraen de las explicaciones del profesor. Las clases de reglamentación no son buenas compañeras tras la comida. El resto de alumnos asiente, hace anotaciones. Leyes. Lógica…Quizás para algunos tenga sentido todo aquello. No para él. Dejó de creer en ella cuando conoció a Alberto.
Alberto era sólo un cadete que se cruzaba casi a diario. Parla, la localidad donde residía, apenas se separa en cinco kilómetros de Pinto, donde vivía Alberto. Jesús, el juvenil, siempre esperaba a que el más pequeño saludase, imponiendo el respeto de la edad, de los resultados que, con un año de diferencia, siempre se anteponían, que ponían en alerta a Alberto, para afrontarlos el año siguiente. En juveniles, en cambio, cambiaron los saludos por entrenamientos conjuntos, por los consejos de Jesús, que se llevaba las carreras de calle ante la admiración del más joven.
En amateur, las victorias de Jesús llamaron la atención de Manolo Saiz, que lo reclutó para el filial de la ONCE. Jesús hinchaba pecho. Alberto ya no sólo se dejaba engatusar por los resultados de su amigo. La flamante bici que llevaba Jesús tenía un brillo especial. Una bici de la ONCE. Quería una igual. Iría con él si se lo pidiese.
Por eso, Alberto acabó siguiendo los pasos de su amigo. Juntos a probar suerte al norte, al País Vasco, donde el Iberdrola, filial de la ONCE, tenía en Azpeitia un piso a disposición de sus ciclistas foráneos.
Con el roce de la convivencia, de los turnos para fregar platos y hacer comidas supieron que, además de que les gustaba mucho el ciclismo, eran más que compañeros. Mucho más que amigos. Casi como hermanos. Pero se juraron que, en esa amistad, ninguno pediría un favor al otro. Nunca. La bicicleta jamás mediaría en su vida privada. Lealtad de sangre. A prueba de balas.
Por eso, Jesús siempre estuvo al lado de Alberto cuando éste sufrió un Cavernoma. O cuando sus calendarios fueron separados en el Liberty. Alberto disputaba las carreras más importantes, mientras que Jesús, recién llegado al profesionalismo, disputaba carreras de menor nivel.
Después, sus caminos se separaron. Aunque sólo por el color del maillot. Jesús recaló en el Relax GAM. Un equipo donde la esencia estaba en lo básico, en formar una familia con un equipo pequeño, pero sólido. Integrado sólo por españoles. Un nuevo compromiso donde esta vez las bromas y la fidelidad en carrera serían para Mancebo. En cambio, los entrenamientos, las interminables horas de bicicleta seguiría compartiéndolas en paralelo con Alberto, que ya estaba destinado a triunfar en un equipo de envergadura. El Astana.
Sin embargo, en 2008, el Relax cerró sus puertas de la forma más traicionera. Tarde. Y sin avisar. En enero de ese año, con todas las plantillas hechas, le avisaron para que se buscase la vida. Era demasiado tarde. A esas alturas, los equipos ya no podían desajustar sus presupuestos para fichar nuevos corredores.
Jesús decidió darse un año de margen. Un año en el que ya no podría entrenar con Alberto cuando él quisiera. Debería quedarse en casa. Entrenando sólo. Mientras, su amigo seguía viajando a las carreras. Se conformaría con alegrarse por sus éxitos, y que se los contase cuando volviera a Pinto. La general del País Vasco, del Giro, de la Vuelta a España…Nunca dejó de abrazar a su amigo para felicitarle. Y sobre todo, nunca le pidió ayuda. La amistad por encima de la bicicleta. Él ya tenía un representante que buscaba por él. Suficiente.
Por eso, un día, Alberto le habló con toda naturalidad: “Recordamos los viejos tiempos juntos, o qué?”. Jesús no se lo podía creer. Alberto le estaba ofreciendo llevárselo a Astana. Su peso en el equipo era lo suficientemente fuerte como para permitirse pedir corredores de su confianza. Tenía luz verde.
Jesús apenas encontró palabras de agradecimiento que no anudaran su garganta, pero fue muy sincero con él. Le dijo que sólo le acompañaría en los grandes objetivos en los que su cuerpo estuviera realmente preparado. Quizás no para un Tour, pero si para una Vuelta o un Giro. “Amigo, quiero ayudarte, no perjudicarte. Sabes que quiero lo mejor para ti, pero jamás le quitaría la plaza a un compañero que estuviera en mejores condiciones que yo para ayudarte”, le explicó.
Por eso, el año siguiente, Jesús fue el primero en jalear a su compañero cuando las tensiones con Lance Armstrong podían hacer peligrar su victoria final en los Campos Elíseos. Fue muy claro: “Alberto, la carretera manda. Impón tu ley ahí. Sabes de sobra convivir con el stress. Alíate con la montaña”, le dijo.
En cambio, cuando la forma acompañó, entonces pidió a Alberto, al equipo, ir con él. Ser cómplice de su descaro en la bicicleta. Confidente de sus victorias. Sobre todo en la vuelta de 2012. Como olvidar aquella etapa. En el día de descanso previo a la etapa con final en Fuente Dé, el Katusha de Joaquim Rodríguez, que portaba el maillot de líder, no había salido a entrenar. Síntoma de que no esperaban batalla al día siguiente.
Cuando Jesús vio la sonrisa de Alberto al salir del hotel, no tuvo que preguntarle nada. “Hoy vamos a tener ´jarana`, ¿verdad?”, anticipó. Ambos conocían el recorrido por el que pasarían, fruto de sus entrenamientos durante la etapa vivida en el Liberty. Ese día Alberto no le quería cerca de él, como de costumbre. “Purito” rodaba muy atrás. Jesús recibió la orden clave. Se fue para adelante, abandonando el pelotón junto a otros corredores. Antesala de unos 100 primeros kilómetros rodados a gran velocidad. Kilómetros después, cuando Alberto llegó a su altura, bastó un guiño. Luego mediaron dos palabras. Americanizadas: “Full Gas”. Jesús se dejó la piel por su amigo. Como también lo hizo en la etapa con llegada a Cuitu Negro, cuando reventó el grupo de favoritos hasta dejar a Alberto sólo en compañía de “Purito”, Nairo Quintana y Valverde.
Pero ser gregario de Alberto no sólo tiene momentos buenos. En 2014, Alberto se rompió la tibia en pleno Tour, cuando su estado de forma le delataba como el gran favorito. Dos días antes, Jesús también tuvo que abandonar por otra caida. Jesús percibió que Alberto estaba realmente en horas bajas. Abatido por la mala suerte. Habló con él. Ambos se fueron a Lugano, en Suiza, donde residen gran parte del año. Para entrenar como antaño. Sólos. En paralelo. Jesús le pidió a Alberto seguir creyendo. Mantener la forma que había rasgado bajando aquel puerto. Si su tibia cerraba bien, podrían ganar esa Vuelta. Confundir a sus adversarios. Volver a triunfar. Superar esa mala suerte. Lo mismo que hicieron con el Cavernoma, o con el Positivo. Juntos. Rodando en paralelo o apoyándose con mil y una conversaciones. Entrenando o compartiendo confidencias en una habitación de hotel en la víspera de hacer historia.
Las explicaciones del profesor pululan en una sala silenciosa. Sigue nevando ahí fuera. Su folio hace rato que sigue en blanco. Leyes. Reglamentación. Con Alberto nunca conoció la lógica. Un guion establecido.
En cambio, las palabras de De Jongh, aún retumban con estridencia en su cabeza. Han pasado casi tres meses. Pero parece que fue ayer. “¿Vais a arrojar la toalla o queréis que vuestro nombre figure en la última página de la historia de Alberto Contador?”, bramó.
Ese día, Jesús se puso el dorsal con los ojos brillantes. Su cuerpo, ajeno a los cambios sufridos desde que colgó la bicicleta, marcaba las costillas bajo su maillot. No le importó la lluvia. Conocía de sobra el brillo en la mirada que llevaba Alberto. Puro fuego. Durante años había sabido, con solo verle bailar en la bicicleta, con solo percibir su jadeo, detectar su estado de ánimo. Anticiparse a sus decisiones mucho antes de que sus contrincantes supieran que arrancaba hacia la victoria. Siempre cerca. Tantas carreras cuidándole. Sabiendo donde ubicarle en el pelotón, cómo y a qué velocidad subirle a las posiciones cabeceras. Sin mediar palabra.
Jesús no tuvo tiempo de endurecer la etapa. El SKY se encargó de hacerlo por él. Entonces se quedó al lado de Alberto. Hasta que éste, en compañía de Pantano, atacó en el último descenso antes de llegar al Anglirú. Le siguió con la mirada. Ahí iba Alberto. Su amigo. A escribir la historia de la última victoria de su carrera. Y él sería parte de ella. Una historia hilvanada con guiones escritos fuera de la ley de la cordura. Reglamentación de una locura genial.
La clase termina. Jesús sale del aula. Sonriente. Dos meses atrás el grito ensordecedor del público le avisaba de la victoria de su amigo. Ahora es momento de cumplir una nueva etapa. Dirigirá un equipo ciclista de categoría Continental apadrinado por Alberto. A sus nuevos pupilos les enseñará lo que aprendió de él. A ser buenos ciclistas. No les hablará de leyes. Sino de romper la reglamentación de la lógica. Como hizo Contador. Y a ser leales. Como Jesús lo fue siempre con Alberto.
@Rafatxus