Hay una regla no escrita en el ciclismo que dice que los galones mandan en el asfalto. Los equipos fuertes, los del World Tour, comandan las posiciones cabeceras de cada carrera en la que participan. Sin embargo, hay una excepción. El ciclismo es muy respetuoso con aquellos corredores que, aun perteneciendo a equipos de menor nivel, enarbolan una historia que aun pedalea. Una trayectoria honrada en hazañas que muchas de las jóvenes promesas que hoy en día hacen sus primeros pintos en los grandes equipos quizás dezconozcan.
Para Sergio, la primera de ellas comenzó hace casi 16 años, cuando recibió la llamada de su Selección para participar en los Juegos de Atenas 2004 en sustitución de José Azevedo, que, tras finalizar quinto en el Tour de aquel año, se sentía demasiado cansado para desempeñar un buen papel en favor de Portugal.
Sergio aceptó sin dudarlo. Y, a pesar del calor de aquel día, de no verse en la lista de favoritos, fue el útlimo corredor al que Paolo Bettini no supo dejar de rueda. Ambos encararon el último kilómetro con la mirada puesta en el otro. Bettini, el experimentado, el imbatido aquel año en cada clásica que disputó, inyectó su experiencia en el cansancio de Sergio, el desconocido, que trató, desesperadamente, de arrebatarle el sprint a falta de 300 metros. No lo consiguió. Su medalla de plata tampoco le cambió la vida. Había dado su palabra.
El año siguiente, a pesar de tener ofertas, decidió recalar en el Liberty Seguros. Meses antes, Manolo Sainz, que había visto correr a Sergio en Portugal, le dijo que le quería y firmó con el un contrato verbal. “Manolo, tu tranquilo, mi medalla no cambiará nada. Tu confiaste en mi antes de todo esto y yo voy a corresponder", le dijo. Pero la decisión fue acertada. El director cántabro descubrió un hombre de palabra. De trato exquisito. Certero en las oportunidades que le concedía. Y a cambio le incitó a aprender de grandes corredores como Roberto Heras, Igor González de Galdeano, Ángel Vicioso o Marcos Serrano. Paralelamente, crecía a fuego lento al lado otros jóvenes como Alberto Contador o Luis León Sánchez.
Con Liberty consiguió, en 2006, su primera gran victoria fuera de Portugal. Alzar los brazos en aquella Vuelta a España supuso un espaldarazo en la carrera de un hombre que se había propuesto trabajar para los grandes líderes que se cruzaran en su camino. Y, sin darse cuenta, uno de ellos, quizás el más importante, estaba más cerca de lo que el pensaba. El año siguiente, tras fichar por el Discovery Channel de Johan Bruyneel, iba a hacer realidad uno de sus sueños. Poder participar en un Tour de Francia. Bruyneel era un hombre que le motivaba. Su visión de carrera era perfecta. Y sabía sacar lo mejor de un equipo con la motivación personal a cada corredor. Aquel año Alberto estaba en muy buena forma, y el equipo era consciente de ello. Hubo momentos duros, como la caída de Benjamín Noval, que era un hombre destinado a estar cerca de Alberto, pero tanto Sergio como el resto, consiguieron apoyar al madrileño hasta verle llegar de amarillo a Paris.
Dos años después, el escenario cambió. Lance Armstrong, decidió volver al ciclismo tras estar dos años retirado. Quería volver a ganar el Tour. Sin dudarlo, habló con Bruynel, su antiguo director, y recaló en el equipo. Alberto, que era un firme aspirante a conseguir un nuevo título, chocaba en intereses con el americano. Sergio, al igual que el resto de compañeros, supieron hacer frente a los momentos de tensión para que pudiera resolverse todo.
Victoria en el Tour
El año siguiente, nuevo cambio de escenario. El equipo trabajaba para Armstrong pero, un par de caídas le dejaron fuera de las opciones de podio. Bruyneel, sabedor de que su equipo se había quedado sin referentes, incentivó a sus corredores para que buscaran la victoria de etapa con una fuga. En la décima etapa, con final en Gap, habló con Sergio: “Todos los compañeros lo van a intentar, pero creo que se adapta muy bien a ti. Inténtaló", le retó. Aquel día, Sergio fue capaz de arrancar del pelotón en el momento adecuado. En cada puerto, endureció el ritmo hasta desprenderse de cada compañero de fuga. Tan sólo uno emparejó sus fuerzas con él. Vasil Kirienka era un tipo de los que jamás cambiaban el rictus. De los que disfrazaban el esfuerzo tras sus gafas de sol. Pero Sergio ya no era aquel ciclista inseguro que se enfrentó a Bettini en aquellos Juegos de 2004. Supo mantener la calma e impulsar su bicicleta hasta levantar los brazos por delante del bielorruso.
Tras una temporada más en el equipo americano, en 2012 firmó por el Saxo Bank (luegom Tinkoff-Saxo). Cambió las enseñanzas de Bruyneel por las de Rijs. El danés era un tipo rígido. De los que miraban fijo. Sergio sentía que les trataba con dureza, pero con el objetivo de que convivieran con la presión. Con la responsabilidad. Con la unión entre ellos.
Sin embargo, Sergio sabía que había un corredor capaz de ablandar el carácter tan rígido de Rijs. Y ese era Alberto. El madrileño, en la inolvidable etapa de Fuente Dé, ejecutando a la perfección las órdenes de equipo, supo escapar al control del Katusha de Joaquin Rodríguez y decantar la general a su lado. Tras finalizar la etapa, cuando se encontraban en el autobús. Sergio vio llegar a Rijs con el semblante cambiado. Esperaba que agradeciera el esfuerzo colectivo de manera comedida pero, al comenzar a hablar, la voz del danés se tornó frágil, hasta casi llegar al llanto.
Años después, Sergio iba sintiendo que mantener las expectativas requeridas para correr en World Tour se iban agotando para él y decidió conceder un último deseo a su trayectoria. Finalizar su carrera en Portugal, donde había empezado todo. Firmó sin dudar por el Efapel. Un equipo modesto, pero cargado de ilusión. Cambió el trabajo en favor de Alberto por el apoyo a Joni Brandao. Ya no disputaría Tours o Vueltas, pero se enamoraría de la suya, la Volta a Portugal. Ya no ganará etapas en vueltas de tres semanas, pero la misma emoción que recorrió su cuerpo en Gap o Santander volvió a resucitar el año pasado al terminar tercero en la general del Agostinho.
El ciclismo no olvida. Las leyendas saben abrirse paso en un pelotón sin que medie el color de su maillot. Y las grandes gestas de Sergio, a sus 39 años, aún siguen vigentes en la carretera. Aunque casi todos sus adversarios o sus líderes, ya no transiten por ellas.