Awet Andemeskel, de refugiado a ciclista profesional

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Awet Andemeskel, de refugiado a ciclista profesional
Awet Andemeskel, de refugiado a ciclista profesional

El claxon suena de nuevo. Nervios. La carrera ya va partida en pequeños grupos. Joey Rosskopf, el corredor del BMC, se aparta deportivamente según se acerca el coche de su compañero de grupetta. “¿Awet, con este de agua tiras ´palante`, el de sales se lo subes a Edwin,ok?”, le grita Magro a su pupilo en un español que se amontona en abreviaturas apresuradas. Tras casi impactarle con un bidón en la mano, Rodríguez Magro, su director deportivo, vuelve a dictarle unas órdenes que apenas puede comprender. “Tiro al grupo de Rebellin. Agárrate con ´los piños` a ese ´mostrenco´... ¡Cuello tieso hasta meta!”, le vocifera desde la ventanilla mientras se aleja. En el mundo del ciclismo profesional las carreras son vertiginosas. Coches y ciclistas conviven al milímetro. Y cada kilómetro es duro. Sufrido. Sobre todo ese repecho. Agrieta el aliento.

Awet, en cambio, sonríe. En Eritrea, pasar miseria viene de serie. La vida es un castigo y él aprendió a sufrirla desde niño. La pobreza robó su infancia muy pronto. Sin apenas darse cuenta, tenía ocho hermanos a su cargo. Su ayuda en casa era obligatoria. Tan necesario como si fuese cabeza de familia, en la granja. Para tener que comer. Sus manos se agrietaron rápido. De arar. Ni siquiera en su adolescencia, pudo escapar a las arrugas que da la hambruna. En África todo llega rápido. Por la fatiga. Por la ignorancia de Occidente. Creció entre arena y polvo. Al olvido de la civilización. En Kakebda. Entre ganado y una tierra arrugada que, aunque vecina al mar, al cuerno de África, no siempre daba agua, secando los estómagos en hambre punzante. Eso era dolor.

Pero, un ratito al día, era feliz. Camino de la escuela. Quince kilómetros de estepa afilada que devoraba en dos tandas con una vieja bicicleta. Al ir y volver a casa. Subía las laderas como un antílope. Sentía que era uno más de los que oía en la radio de su padre. Los que subían montañas de verdad. Su talento no se hizo esperar. En juveniles ganaba muchas carreras. La selección de Eritrea lo convocó rápido. Acelerando su progresión, su crecimiento prematuro. Ya estaba acostumbrado a ser mayor siendo niño. Con 18 años le llevaron a correr con la selección amateur de Eritrea. Sus ojos, oscuros y brillantes, empezaron a soñar por él. Pero eso no era suficiente. Quería que todo fuese de verdad. Ser un ciclista profesional. Correr en Europa.

En 2013, le convocaron para correr un Mundial, el de Florencia. Su familia se enorgullecía. Tenían un héroe en casa. En cambio, Awet, cuando se despidió de sus hermanos, de sus padres, les devolvió una mirada nublada, abanderada de un mensaje mudo, hastiada de un país que castiga la pluralidad con el odio. Con represión. Al amparo del arma más letal que ha desempañado jamás el hombre civilizado. La indiferencia. No volvería a casa.

Tras el Mundial, habló con el mecánico de la Selección. Juntos abandonarían la concentración para irse a Suecia. Allí pedirían asilo como refugiados. Había una importante comunidad de eritreos. Saldrían adelante. Su mecánico y él se desearon suerte. Luego se perdieron la pista. Awet se dio de bruces con Europa. Se le denegó el asilo. Era un “sin papeles”. Tuvo que aprender a vivir a escondidas. Mantenido por otros compatriotas que le ofrecieron un colchón en el suelo de su casa. Conoció el frío. Las noches largas en habitaciones súper pobladas. Pero, con suerte, un hombro amigo donde lamentar un futuro ciclista que quizás jamás tendría.

Awet trabajó de lo que pudo. Con lo justo para recibir una ayuda gubernamental y poder enviar dinero a sus padres, yendo a la escuela y aprendiendo una lengua tan extraña como necesaria para obtener los papeles en regla. Su salvoconducto para existir como ser humano. Para obtener su dignidad.

A finales de 2015, tras dos años en Suecia, consiguió los papeles. Y, como si fuera un pequeño guiño de un destino que siempre había sido esquivo, consiguió dar con el Marco Polo Cycling Team, un equipo con sede en Holanda que estaba formado con ciclistas como él: De refugiados. Allí conoció otros Eritreos. Un grupo de chicos flacos, desgarbados. Aún con la mirada apagada. Minada en sueños rotos. En tiempo perdido.

Awet, al igual que el resto, sintió que ahora sería distinto, que la vida cobraba sentido. Quiso mostrar su potencial. Sólo necesitaba una bici. Pedalear fuerte por los dos años que le habían robado. Enseguida destacaría en las diferentes carreras en las que participa. Ante su proyección, el equipo holandés contacta con un colectivo gemelo: El Proyecto Ciclista Solidario Ner Group, con sede en Guipuzcoa, para que se hagan cargo de los eritreos durante la temporada 2016, al menos durante una parte del año.

Los hermanos Gurrutxaga (Asier y Mikel), como principales promotores del proyecto, aceptan de buen grado y, tras hablar con el Ayuntamiento de Idiazabal, consiguen ofrecer un alojamiento a los Eritreos. Awet, ante el asombro de todos, no tardará en volver a retomar las sensaciones que había sentido en Holanda, el mismo que cuando abandonó Italia, tras correr aquel Mundial. Se sintió como un pez que, tras ser capturado, regresa al mar.

Adrian López, preparador y colaborador del Proyecto Ciclista no salía de su asombro.  Los hermanos Gurrutxaga sólo podían asentir. Nunca olvidarán aquel test en la subida a Urkizu, en Tolosa. Punto donde numerosos ciclistas amateurs y profesionales prueban sus números antes de las competiciones más importantes. Awet subía con tremenda facilidad. Como si nunca hubiese dejado de montar en bicicleta.

Las competiciones en las que participaron posteriormente no dejaron lugar a dudas. Su quinto puesto en la general final de la Vuelta a Cantabria amateur les dio la razón. Tras terminar la temporada hablaron con Mauricio Sánchez,  el Manager del Cartucho. es, para que corriera con el equipo amateur la temporada siguiente, en 2017. Aratz, compañero de Asier y Mikel, se ofreció a albergar a Awet en la casa que compartía con Aitziber, su pareja, en Idiazabal. Ya no tendría que volver a Suecia.

Sin embargo, tras los entrenamientos que el equipo madrileño compartió a principios de año con el primer equipo, de reciente creación y de categoría profesional, el Kuwait- Cartucho. es, Awet volvió a reflejar lo que ya detectaron Asier, Mikel y Adrián. Tenía algo especial.

Mauricio, que también dirigía la estructura profesional, habló con su equipo técnico. De una decisión de cinco minutos consiguieron dar sentido al sueño de toda una vida. Tras la presentación con el equipo filial, Mauricio llamó a Awet: “Ven chico, queremos hablar contigo, creemos que no debes de llevar más ese maillot”, le dijeron. Awet, aún vestido con la equipación del equipo filial, no entendía a que se referían. Llegó a pensar que se habían arrepentido y que ya no querían contar con él, pero cuando Magro le dijo que se pusiera el Maillot del primer equipo, entonces se dio cuenta. Le ofrecían ser profesional. Dar sentido a su vida. Sin apenas capacidad de reacción sus ojos se empañaron, lloró palabras de agradecimiento. Les abrazó.

Enseguida buscó su telefóno. Llamó a Aratz y Aitziber, para contárselo. Como un niño pequeño. Y a Mikel, Asier, Adrián, Ander Altuna, su entrenador, y a Sergio, de la Fundación Ros Aguilar. Tiene tantos amigos en ese proyecto. Todos han cuidado de él. De sus sueños. Personas que confiaron, como Javier Casanellas y Arkaitz Ruiz: no ha defraudado a nadie.

“¿No te cansas nunca?”, jadea Rosskopf, que ahora viaja a su rueda. Awet vuelve a comandar el grupo. Apenas cinco kilómetros para meta. Vuelve a sonreír. Si él supiera. Hoy acabarán en Marsella. Camino de la llegada ya se vislumbra el olor a mar, aunque sea distinto al suyo, al Mar Rojo. Revitaliza. Ya se hartó de vivir cansado. Oprimido. Arrodillado en un país que le condenó a huir. A alejarse de sus padres, de sus ocho hermanos, de su granja. Obligado a malvivir escondido. Rogando un subsidio. Como si hubiese hecho algo malo. Europa a punto estuvo de obligarle a tirar todo por la borda. Suecia le acabó dando una nacionalidad. Marco Polo y el proyecto Ciclista Solidario le dieron una oportunidad. ¿Quién está cansado ahora?

Rafa Simón

@rafatxus

  • Crédito fotos
  • Guillaume Desteirdt
  • Proyecto Ciclista Solidario- Ner Group
  • Kuwait-Cartucho.es

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