Carlos González y Noel Martín, la promesa de unos Juegos Paralímpicos

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Carlos González y Noel Martín, la promesa de unos Juegos Paralímpicos
Carlos González y Noel Martín, la promesa de unos Juegos Paralímpicos

 “Hijo, no has ido hasta allí para lamentarte de nada. Da el máximo y esa será tu recompensa”. Tenía el audio de su padre bien memorizado. Parecía oírlo en cada pedalada. En ese momento sintió un cambio de temperatura. Sin duda una sombra, de alguien más alto que él. El piloto francés escrutó a Carlos con un golpe de vista que pareció durar una eternidad. Como cuando un león rodea a su pieza herida antes de asestar el zarpazo definitivo. Pero Carlos tenía la lección bien aprendida. Justo antes de ser atrapados por el tándem Francés Noel le dijo que se hiciera el cansado. Que repitiera que no podía lo suficientemente claro para que lo pudieran entender. Y Carlos otra cosa no, pero con toda la paliza que llevaba encima tampoco le iba a costar mucho fingir de más.

Su aventura en aquel Mundial comenzó casi desde la misma salida. Decidieron aprovecharse de su anonimato, de ser la “otra” pareja española. Font y Ávila tenían más galones, y seguro que iban a estar muy vigilados. Por eso decidieron irse con los Australianos, que, según les habían contado, jugaban un importante rol como “outsiders”.

Por eso, cuando los australianos se descolgaron y Noel y Carlos fueron, a su vez, con la carrera en su última vuelta, atrapados por los Franceses, los grandes favoritos, Carlos sintió un hormigueo. Había tanto esfuerzo detrás. Tanto.

Carlos es deficiente visual. Uno de los únicos de todo el circuito de ciclismo adaptado al que realmente le es imposible entrenar sólo.  Desde hace años sufre una retinosis pigmentaria. Una enfermedad que destruye la retina progresivamente. Tan sólo supo lo que era ver de pequeño. Como un recuerdo de infancia. Luego ya no. Aunque intentó vivir una vida corriente.  De hecho, era informático en una empresa, pero las letras del ordenador, las del teclado, se fueron haciendo más borrosas, como los colores, que desaparecían ante su vista con crueldad.

Fueron años duros, de vivir memorizando, de recordar siluetas que ya no vería, de dejar que las sensaciones fueran descritas con olores, con el tacto. Por otras personas. Con la cercanía de otra voz. Y recordaba sus paseos en bicicleta, hasta los 14 años, cuando los inicios de la enfermedad le impidieron seguir pedaleando por si solo.

Sin embargo, hace años, durante unos Juegos Paralímpicos escuchó que un tal Roberto Alcaide luchaba por conseguir una medalla. Él había sido compañero suyo como estudiante y, tras sufrir una amputación de un pie como amateur tras una terrible caída en una Vuelta a Extremadura, decidió correr como ciclista adaptado. Tras contactar a Roberto, éste le puso en contacto con la Fundación de la ONCE, donde conoció a Félix García Casas. Le pidió subir a una bici, en una bicicleta de esas largas, de las de dos personas.  Su primer piloto fue Luis Javier Castellano, “Insu”.

Con “Insu” disfrutó de tres largas temporadas sintiendo el viento en la cara. Acompasando cada pedalada con el frio en invierno, pero abrigado con el calor de un compañero. Pero Insu no podía dedicarle tanto tiempo, tenía familia, y tuvo que dejar de acompañarle.

“Carlos, vamos a intentar atacarles en la curva que ya sabes,¿ vale? A ver qué pasa”, le silbó Noel. Noel lleva tiempo concentrado en el Garmin. Allí va el corazón del tándem: Sus datos, y los de Carlos. Y pensar por dos a 180 pulsaciones no es fácil. Aunque le conozca como a un hermano.

Noel Martín salió rebotado del profesionalismo por la vía rápida. Corría en el Orbea, el filial del Euskaltel, pero, para renovarle, le pidieron unos resultados que no pudo dar. Acabó volviendo al campo amateur, donde, con los años, perdió la motivación. Ganaba carreras, sí, pero no iba a volver a ser profesional. En una de tantas pruebas conoció a “Insu”, que le habló de Carlos, de sus sueños, de su ilusión.

Le conoció una semana después. Noel es tímido, pero el abrazo de Carlos fue espontáneo. Cercano. Real. Aprendieron a conocerse. A remar juntos con las singularidades del otro. Noel se olvidó de sus pretensiones personales. Se centró en ganarse la confianza de Carlos, en hacer que la ilusión de seguir saliendo en bicicleta fuera real.

Un día, entrenando por la sierra madrileña, les sorprendió la nieve. Tuvieron que acelerar el paso carretera abajo a gran velocidad. El carril bici de la zona se estaba quedando helado. Noel optó por  entrar en la autovía, por miedo a caerse. Una vez allí, el tándem se averió. Noel decidió cruzar de lado a lado la autovía, hasta la gasolinera situada al otro lado de la calzada, para que les fuera a “rescatar” Félix García Casas, que ya era el seleccionador nacional. Noel cruzó primero con el tándem. Luego pasó con Carlos. De la mano. En esa autovía, Carlos le cedió su total confianza. Su amistad.

Y Noel le prometió un sueño. Uno doble. Participar en un Mundial primero. Luego ya se vería. Le dijo, tan escueto como conciso. “¡Ahora!”, gritó Noel. Carlos apretó los dientes, a pesar de los calambres, atraídos por el calor y la falta de hidratación de una ciudad, Greenville, que rabiaba en fuego ese día. Los franceses sucumbieron. Justo ahí. En la curva que dos días antes les robó una medalla de plata en la prueba contra el crono. Cuando rompieron la cadena de transmisión. La que unía sus pedaladas. Como un corazón. Entonces tuvieron que hacer los últimos metros con la bicicleta en la mano. Desolados. Pero juntos. Esta vez esa curva les ofrecía un Mundial en ruta. Uno para los dos. Ese día lloraron juntos. Aferrados a su medalla de oro.

Pero Noel quería algo más para Carlos. Le recordó su promesa: “Te prometí acompañarte en esto hasta lo máximo. Tenemos el Mundial, pero quiero llevarte a Brasil, a unos Juegos Paralímpicos”. Dos años después lo consiguieron. Hace apenas un mes les ratificaron desde la Federación española lo que ya intuían. Noel no faltó a su promesa. Podía haber tenido una última oportunidad para haber sido profesional. Quizás fuera de Europa. Pero decidió sacrificar su juventud por otra persona. Por alguien que no podía pedalear sólo. Que necesitaba de alguien para sentir el áspero abrigo del frio en invierno. O para tiritar de calambres en pleno agosto. Pero que le ganaba en ilusión. Que le miraba sin verle. Que le atrapó con un abrazo. Suficiente para subirse a un tándem con él. Rio espera ya a Carlos y Noel.