Altea es una localidad que abraza a todo aquel que acude buscando calor. Ya sea empujando con su brisa marina un sol perenne o simplemente silbando una respuesta a una duda formulada frente al mar. En aquella terraza, con un café a medio terminar, llevaba tiempo dándole vueltas a una frase, esa que dice que si quieres resultados diferentes, hagas cosas diferentes. No es mucho de slogans motivadores, pero necesitaba claridad en un momento en el que los pensamientos más negativos se habían asentado con firmeza sobre su cabeza.
Meses antes, trató de asumir como su tropiezo ante un nuevo contratiempo dejaba sin palabras a su equipo, el Astana, y al él, sin más argumentos que asumir maniatado un nuevo puñetazo de la mala suerte. David siempre ha sido locuaz, de palabra tan fácil como firme. Sabe que empezó en esto porque un día saltó como un resorte de su pupitre porque el profesor le sonaba a hueco hasta que un paseo de dudas le llevó a una tienda de bicicletas donde se compró aquella que pudo permitirse con el dinero ahorrado que le daba su trabajo de tarde en un supermercado.

Al profesionalismo tardó en llegar casi lo mismo que cuando cobraba en caja a los clientes. Dos años después de un breve inicio en Caja Rural debutó en su primer Tour de Francia. Fue con el NetApp-Endura, un equipo alemán con el que nunca acabó de entenderse, bien por su inglés, bien por la oferta que le hicieron para renovar antes de aquel Tour en el que acabó por los suelos. Primero la rechazó él. Pero cuando se incorporó sobre el asfalto de aquella curva sosteniendo su clavícula rota el equipo la retiró. Entonces vio su futuro tan oscuro que se asustó, hasta que José Ibarguren, por aquel entonces médico en Quick Step, le trasladó el interés del equipo belga por ficharle.

David firmó con los ojos cerrados. Aceptó porque era un equipo de estrellas. Porque sólo con imitarles entrenando iba a mejorar. Y porque le contagió el espíritu grupal donde sólo valía la victoria, fuese con el corredor que fuese. Con ellos aprendió que el ciclismo se aprende con más o menos tacto, según te lo enseñen Davide Bramati o Tom Steels. Y que estrellas como Tom Boonen eran capaces de dedicar un Giro de Italia para enseñarle a bajar mejor. Se estaba haciendo ganador. Su mejor día sobre una bicicleta estaba a punto de llegar.
Aquella mañana el equipo le pidió que intentara llegar al Naranco antes que los favoritos. David no lo veía claro, quería seguir conservando sus opciones de una buena general, pero, durante el transcurso de la etapa, cuando se estaba formando la escapada, Stybar, su compañero de equipo, le empujó a filtrase en ella. Cuando contactó con el grupo el resto de fugados dejó de pedalear, creían que con él dentro Movistar, que trabajaba para la general con Nairo Quintana, trataría de tumbarla.
Sin embargo, no fue así. Tiempo después, se encontró a pie del Naranco con Dries Devenyns el único corredor que aun permanecía escapado con él. A falta de un kilómetro no lo dudó. "No busques el maillot de líder, ve a por la etapa y una cosa llegará con la otra", le jalearon desde el coche de equipo. Mil metros después saboreó su gran victoria. Aquella que puso definitivamente su nombre ante el gran público.

Tres años más tarde, su necesidad de seguir mejorando le llevó a firmar por el Team Sky. Por aquel entonces era el equipo en el que todo el mundo quería correr. Donde estaban los hombres Tour de los últimos años. Pudo romper el contrato que aun le unía con Quick Step a cambio de que Elia Viviani hiciera lo mismo con el equipo británico, como un intercambio de cromos.

El primer año, 2018, fue especial. Volvió a levantar los brazos. Participó en la victoria de aquel Giro que Froome ganó contra pronóstico. En cambio, el año siguiente, todo cambió. El calendario que le ofrecieron nunca fue de su agrado aunque lo que más le dolió fue sentir que el equipo no confiaba tanto en él. Aquel año dejó el equipo más