Davide Bais, el sucesor de Marco Pantani en el Gran Sasso

A partir de ahora, cada vez que la televisión le enfoque, su victoria apostillará su nombre, como un título nobiliario.

TEXTO: RAFA SIMÓN / FOTOS: SPRINT CYCLING AGENCY

Davide Bais, el sucesor de Marco Pantani en el Gran Sasso.
Davide Bais, el sucesor de Marco Pantani en el Gran Sasso.

“¿Pero vamos a llegar o no?”, preguntó a su Director. Jesús Hernández, desde el volante, mantuvo la calma. Tenía que tratar a Davide con psicología. Como un experto desactivador de artefactos explosivos de esos de las películas en las que por un Walkie le dice a un ciudadano anónimo como desactivar una bomba que, en ese momento, era su cabeza.

Por la mente de Davide pasaron varios finales del mismo desenlace. Durante horas Jesús le había ayudado a gestionar cuando comer y cuando taparse con ropa más abrigada. Ahora, en cambio, lo más importante sin duda era que sólo uno de los tres iba a suceder a marco Pantani en el Gran Sasso. Eran tres tipos mentalmente agotados tras más de doscientos kilómetros de una fuga en la que nunca creyeron. Una fuga de esas de humildes en las que el premio es salir por la tele y optar a los primeros puntos serios de la Montaña.

Sin embargo, a falta de 8 kilómetros, Jesús lo tenía claro. El pelotón se rendía. La escapada iba a llegar. “Petilli es el más escalador, pero tú eres el más rápido. Si te mantienes a su rueda y no te suelta se va a poner nervioso, esa será tu baza”, le dijo con voz firme. No podía hacerle dudar. El otro fugitivo en discordia era  Karel Vacek, un checo con otra vida. Otras dudas. Un tipo que de junior fue capaz de ganar a Remco Evenepoel en las pocas pruebas en las que el belga no ganó, pero al que ahogaban las expectativas de éxito generadas en torno a él. Sin duda esta victoria iba a lavar cualquier duda sobre su calidad.

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Davide quiso quitarse lastre. Pareció pensar que él, al fin y al cabo, sólo era un chaval de Roveretto, una localidad de la Italia que mira hacia el Norte. Que, independientemente del desenlace de todo aquello, iba seguir teniendo el cariño de dos de sus ídolos: Alberto Contador e Iban Basso. Ambos le reclutaron para formar parte del Eolo-Kometa. Y, kilómetros por detrás, Mattia estaría cruzando los dedos por él.

Si Davide se hizo ciclista sin duda alguna fue por su él. Por intentar impresionarle con algún ataque entre niños en el que uno se pedía a Contador y el otro a Basso. Pero ambos pasaron a profesionales, aunque por vías diversas. En el caso de Davide, los primeros consejos llegaron desde el Team Friuli. Seguro que sus compañeros estarían pegando gritos desde el televisor animándole. Ninguno le iba a juzgar si las cosas salieran mal.

Davide levantó la cabeza. Los tiffossi no eran muy numerosos, por eso se escuchaban con más nitidez los gritos, atrapados en el eco del manto blanco que escoltaba su paso, cada vez más lento, empapado en agotamiento y miradas recelosas. Respirar hondo se hacía más complicado, sobre todo cuando superaron los dos mil metros de altura.

Entonces, tal y como vaticinó Jesús, Petilli aceleró súbitamente, pero Davide apenas tuvo que forzarse demasiado para seguir su rueda. Por detrás, Karel Vacek sólo pudo alcanzarles cuando el corredor del Wanty se dio cuenta de que su ataque había sido infructuoso.

Davide respiró hondo. La pancarta del último kilómetro pareció sacudirle el espinazo. De los tres, y dada su envergadura, era el que más debía arquear la espalda, pero también el que más seguro se empezaba a sentir. Tras seis horas, en una jornada en la que apenas vio al pelotón, sus piernas le iban a permitir un esfuerzo más. Tuvo la calma para esperar la desesperada intentona de Petilli. Luego le superó y aceleró sin mirar atrás. Si hubiese girado la cabeza se habría percatado del desaliento de su compatriota o de como el checo se santiguaba para agradecer un segundo puesto que le sabía a gloria. Eso le hubiese permitido saborear una victoria que sólo celebró tras cruzar la línea de meta.

Luego llegó lo mejor. El abrazo sostenido con su auxiliar, el primero al que vio tras bajarse de la bicicleta. Cinco minutos después llegó su hermano. Luego, las llamadas. Las de la familia y las de los peces gordos del equipo. Más tarde, en el hotel, brindó por su suerte, la de poder colocar su nombre en una cima junto al lado de Pantani.

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En el ciclismo, el respeto va de la mano de estas victorias. El año pasado el Giro tan sólo le vio terminar. En cambio, a partir de ahora, cada vez que la televisión le enfoque, su victoria apostillará su nombre, como un título nobiliario. En la calle, las palmadas aun se acentúan a día de hoy. En Roberetto ya no es el chaval que había corrido el Giro. De hecho, al terminarlo, el Alcalde Roma le felicitó personalmente. Luego llegaron las invitaciones a los Critériums donde sólo corren los elegidos.

Pero Davide es consciente de que el Giro, cada año, ilumina a un corredor al que no se le esperaba, como a su compañero Lorenzo Fortunato, que también ganó en una cima mítica hace dos años. Los medios de comunicación también le asediaron. Semanas después de su gesta, a él ya le van dejando más tranquilo. Es entonces cuando los recuerdos más vivos se sedimentan sobre la adrenalina de lo vivido. Cuando, poco a poco, asimilará que igual que Marco Pantani hace más de 20 años él también levantó los brazos en el Gran Sasso.