Igor Antón, la motivación de los pequeños detalles

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Igor Antón, la motivación de los pequeños detalles
Igor Antón, la motivación de los pequeños detalles

“¿Y la pasta, Omar, la has comprado”? Omar asiente mientras le muestra los dos paquetes que asoman por la bolsa. Caminan acompasados, desapercibidos entre mil y un turistas, con la cara tatuada en moreno irregular gracias a un clima, el de Calpe, que siempre es bueno. El sol les dibuja en el suelo. Finos. Como estacas. La brisa parece mecer sus siluetas, como si empujara sus sombras hacia el mar, que huele diferente al que conocen de siempre, al de Vizcaya. Será su guardián en la sombra, en las próximas semanas, hasta que vuelvan a competir.

 Igor camina por delante, con los codos recortados, encogidos hacia atrás, por el peso de las bolsas. Así se levantó del suelo hace seis años, camino de Peña Cabarga, en la Vuelta a España de 2010. Como un león malherido quiso subirse en la bicicleta mientras el resto de corredores le pasaba a mil por hora. Uno de los codos, fracturado y reventado a raspones, le ardía en carne viva. No pudo seguir. Abandonó una Vuelta que tenía casi ganada. Las cámaras grabaron como Gorka Guerrikagoitia le subía al coche. Aturdido, como un gesto autómata, Igor se atusó el pelo ante el espejo retrovisor, con el brazo bueno, mientras esbozaba una lastimera mueca de cariño a la cámara d etelevisión que perseguía sus reacciones, y que, ese día, aglutinaba la rabia de todos sus fans, que deseaban que saliese del coche y volviera a subirse a la bicicleta. Puede que no lo recuerde. Lo cierto es que no le obsesiona. Sólo asiente cuando se lo preguntan, y eso cada vez ocurre menos. Sucedió, y punto.


Años después, Euskaltel, el equipo que le vió crecer, desapareció. Y eso dolió más que el codo. Igor trató de buscar equipo, tardó en hacerlo, hasta que dio con los vecinos del World Tour, con Movistar. Le pidieron que cambiara el chip. Que siguiera siendo bueno, pero a la sombra. Que apoyara a Nairo y a Valverde. A Nairo le regaló sus servicios, su apoyo para ganar un imborrable Giro de 2014, y a Valverde le arropó siempre que el murciano se lo pidió. Significó olvidarse de sus motivaciones personales, aunque tuvo tiempo de ganar la Vuelta a Asturias el año pasado. Pero no fue suficiente. La motivación nunca afloró como antes. Como cuando se cayó. Le faltaba la esencia de Euskaltel.

 Por eso, este año, quería algo distinto. Y en el extranjero. Algo pequeño en detalles pero grande como experiencia. Tuvo que esperar mucho, pero su única apuesta le salió bien. Quería que le inculcaran nuevos valores, nuevas inquietudes, forzarse a expresarse en otro idioma. Y, si fuera posible, que fuera del World Tour. La fórmula la encontró con el Dimension Data. Justo lo que buscaba. Tardó tanto en firmarse que pudo incluso no llegar, y obligarle a la retirada prematura, a sus 33 años recién cumplidos. Si hubiera sido así no hubiese pasado nada. Para Igor, las cosas llegan, ocurren, y no se les da más vueltas.

 Deportivamente le hablaron de un proyecto donde no hay grandes nombres, al menos para las clasificaciones generales, le ofrecieron libertad en el plano personal, y, para sus vivencias, le descubrieron nuevas nacionalidades, otras culturas. Pequeños detalles que de nuevo iban a servir de base para su motivación.

 Un bálsamo para un tiempo que pasa, para dejar atrás esos momentos que dibujan sonrisas al ser recordados, sobre todo en Euskaltel, donde cada vez que volvía a casa y le reconocían por la calle le decían que tenía que hacer algo grande, como si se tratara de la gran “esperanza vasca”, tan necesaria para una afición, la “naranja”, que reclamaba un nuevo ídolo. Si le paraban, respondía con sonrisas, con humildad. Pensaba en Contador. En lo bueno que es y en que cada vez se le siga pidiendo más, como si no importara lo hecho hasta ahora. Y en que él sólo era un chico de Galdakano. Por eso nunca se dejó endiosar. Al contrario. Encontró el apoyo en sus amigos más cercanos, en la esencia de los pequeños detalles, en su familia.

Así, cuando dejó de salir en las portadas de las grandes apuestas para ganar grandes Vueltas, cuando se hablaba de que Movistar “le rescató”, siempre tuvo ahí a su Padre, a Enrique, el que le llevaba a las carreras desde pequeñito, cuando a Igor le llamaban “Fuji”, porque tenía una bici de esa marca, o a Iñaki Nuñez, su gran amigo de la cuadrilla, al que ve muy poquito porque trabaja en Irlanda, pero que siempre tiene un whastapp de ánimo para él. O a Roberto, aquel chico de Zamora que le contactó hace muchos años, cuando no era nadie en el mundo del ciclismo, para animarle como simple aficionado y que acabó ganándoselo poco a poco, hasta el punto de sentirse con la confianza de ir a visitarle a su propia casa.

 Y por supuesto a Idoia, su esposa desde hace unos meses. La primera en alegrarse cuando fichó por el equipo africano. Aunque no pueda ir a verle todo lo que la gustaría, tan sólo a las carreras cercanas. O a las concentraciones. Pero que siempre está ahí. Tan viva como el recuerdo de su ama, fallecida recientemente. Ella siempre le inspiró a seguir siendo fuerte. A no quejarse. A disfrutar de lo cotidiano, del día a día. A encontrar la motivación en las cosas pequeñas. A agradecer todo lo bueno que le ocurre.

 Son los ingredientes necesarios para apostar por un año, 2016, en el que volverá al Giro, no a ayudar a un gran líder, sino a volver a sentir la experiencia de una oportunidad propia, como la de 2011, cuando conquistó el Zoncolán. Ese día se sintió realmente fuerte. Físicamente, el mejor de su carrera. Un súper hombre. Ante los “tifossi” vivió cada pedalada. La carretera fue realmente suya. Ese día no hubo pelotón, ni disputas por la general. Apostó por él. Y ganó.

 Y luego llegará la Vuelta, que regresa a Bilbao. Todavía es pronto para hacer cábalas, pero, al recordarlo, Igor se detiene, justo enfrente del paseo que bordea la playa que recorta a Calpe en arena y sombrillas. “¡Igor que haces, que casi te piso!”, protesta Omar. Igor ya no le escucha. El olor a salitre embriaga su memoria. Le hace respirar hondo, volver a visualizar su entrada triunfal por la Gran Vía de Bilbao. Con su familia y amigos mezclados entre el público de meta. Y previamente su ascenso al Vivero. El repecho que habrá subido más veces en su vida. Espoleado como un héroe. Ese día eran las fiestas de su pueblo, de Galdakao, que se volcó en la carretera. Que pintó mil veces su nombre en cada curva. Pero, sobre todo, esa noche durmió en el hotel donde tenía que haberlo hecho el día que se cayó camino de Peña Cabarga, cuando vestía el maillot de líder. Ese día hizo las paces con la Vuelta, que le devolvió el reconocimiento a su entrega. Le cambió una Vuelta por una etapa. Quizás una gran hazaña a cambio de un pequeño detalle. De unas migajas. Pero le dio sentido a su tozudez. Al guiño de su ama.

 Omar e Igor suben ya por las escaleras del piso, que suena a hueco y baldosa, pero que huele a futuro. Ambos pensaron en dejarlo antes de tiempo. Por falta de ofertas. Hoy los dos llevan el logo del mismo equipo en su camiseta. Igor pensó que este año sería diferente. Que había llegado el tiempo de pasar más tiempo viajando, pero sin bici. En un año sabático. Con la mochila. Tiempo de escalar muchos montes, pero a pie. Y de disfrutar de su “Mini”, o del “Dos Caballos”. Son pequeñitos, no cuestan precisamente un dineral, pero le hacen feliz. Y de agradecerle a Idoia el haberle dado tanto. Quizás con lo más preciado que pueda compartir una pareja. Todo eso tendrá que esperar. El ciclismo le apremia a reencontrase de nuevo, a volver a motivarse con la esencia de los pequeños detalles.

OS DEJAMOS ESTE VÍDEO CON UN RESUMEN DE ALGUNOS DE LOS MEJORES MOMENTOS PROFESIONALES DE IGOR