Reflexionó un instante. Luego Inspiró hondo. En apenas unos segundos atrapó su deseo para luego expulsarlo en una bocanada sostenida sobre las velas, que dejaron volar el humo en pequeños hilos blancos por la habitación.
La decisión no fue complicada. La vida sonríe a aquel niño que hace más de 30 años, jugaba a perseguir a sus primos por las calles de Hiriberri. En Navarra, las bicicletas de carreras formaban parte del decorado en cualquier pueblo de la región. Los balones de fútbol no eran tan prioritarios. La culpa, la tenían las tardes de julio en las que un tipo de la zona volvía a ganar, cada año, el Tour de Francia. Él, siempre detrás de sus primos, emulaba también las gestas de Miguel Indurain, enfundado en un maillot del Reynolds heredado que casi le tapaba las piernas, aún finas como el alambre.
Pero, al contrario que sus primos, Imanol decidió dejar de perseguirles para correr carreras de verdad. Con dorsal y todo. Su perseverancia y regularidad le llevó, a finales de 2004, ante uno de los señores que siempre salía por la tele hablando desde el coche con Indurain para darle botellines de agua aderezados de indicaciones: Eusebio Unzue.
“Chico, estoy seguro de que ya sabes cómo funciona esto. Históricamente el equipo siempre ha ganado. Pero para que se gane unos, necesitamos otros que trabajen duro. De los que no salen tanto en la tele, pero que son igual de importantes. Quiero que tengas tus oportunidades, pero que, sobre todo, seas uno de ellos", le dijo con voz la misma voz templada que escuchaba cuando le entrevistaban.
Imanol tardó poco tiempo en darse cuenta de lo que le pedía Eusebio. Se lo explicó Jose Luis Arrieta en su primera concentración con el equipo en Montuiri, un pequeño pueblo enclavado en la isla de Mallorca. Ese año, enero les regaló una gran nevada. “Arri", apoyado sobre la ventana del bungalow que compartían, ejerció de capitán con el novato: “Imanol, aquí el ciclista se hace a fuego lento. Si te haces con prisa, malo. Lo importante es crecer con acierto. Sabiendo en que vales y haciéndote indispensable en lo tuyo", le explicó. Imanol se dejó impresionar rápido por quien había estado al servicio de Indurain, Perico Delgado y, en ese momento, Alejandro Valverde. Sus explicaciones coincidían con las de otros corredores como “Txente" García Acosta, Xabier Zandio. Los 3 eran de tono afable pero luego estaba Pablo Lastras. Del madrileño le impresionaba aquella voz tan neutra como directa. Su mirada era tan intensa que, tras iniciar cualquier conversación, silenciaba cualquier otra que hubiese alrededor.
Con los años, Imanol aplicó siempre lo que le dijeron que hiciera. Su trabajo se hizo tan indispensable como el de sus mentores. Y, sus mejores recuerdos, empezaron a formar parte también de los de sus grandes líderes. Con Alejandro Valverde, se embarcó en aquella Vuelta a España de 2009 en la que, tras ponerse el murciano líder en las primeras etapas, todavía en Holanda, tuvo que trabajar duro hasta verle llegar a Madrid como ganador. Le sirvió para curtirse en su oficio, el de gregario. El que le había pedido Eusebio. Y para empatizar con su líder. En coordinarse con él hasta saber en qué momentos era necesario su trabajo. Se especializó en estudiar sus comportamientos. En leer miradas. A Valverde le daba mucha confianza verle seguro en los momentos clave. Imanol aprendió a no fallar. A dar la cara cuando el pelotón rodaba turbio para que su líder tuviera claro cuando atacar. Con los años, el trabajo acabó derivando en amistad. En ni siquiera necesitar que Valverde agradeciera su trabajo. Porque un buen abrazo valía más que todo eso. Alejandro, tras terminar una gran Vuelta, siempre hacía esperar a fotógrafos y periodistas para tener el primer rato de triunfo con los suyos, entre ellos Imanol.
Lo mismo le ocurrió con Nairo Quintana. El colombiano llegó a Movistar sin apenas referencias. Imanol, que coincidía con él en la grupetta de Pamplona, pronto empatizó con él. Por eso, para evitar que su compañero pasara sólo las tardes en su apartamento de Pamplona bajo aquel cielo tan plomizo que acompaña casi todo el año a la ciudad, le invitaba a comer a su casa. Con el tiempo, Nairo, que era un apasionado de la agricultura, le pidió ir a visitar Hiriberri, para ver como Jerónimo, el abuelo de Imanol, cultivaba y gestionaba su ganado. Esa tarde, caminando por las calles donde hace años perseguía a sus primos en bicicleta, Imanol vio a su líder disfrutar de placeres que a él le resultaban cotidianos. A cambio, Nairo le hizo saber que le quería en su círculo de confianza, que lo necesitaba para arrebatar a Froome alguno de sus Tours. En 2015, estuvieron a punto de conseguirlo. A Nairo, un minuto le separó de la gloria.
Pero, además de trabajar para sus líderes, Imanol también tuvo otras oportunidades. Con el tiempo, se sintió atrapado por la magia de las clásicas del norte. Entendió su magia sólo cuando estuvo allí. Asesorado por Txente, o por Pedro Horrillo, aquel erudito corredor de Rabobank, mano derecha de Óscar Freire y pionero de aquellos ciclistas que, además de pedalear, también decidieron escribir. En su segunda participación en la Paris Roubaix, tras llegar a meta en un grupo numeroso que peleaba puestos de honor, no pudo evitar abrazarse, atrapado en puro júbilo, con Txente. “¿Ahora te me vas a poner tierno?", bromeó su mentor mientras Imanol no podía evitar reírse recordando con su compañero un sprint en el que les acabó pasando todo el grupo.
Años después, en 2016, Imanol, aprovechando que los días previos había llovido, atenuando el polvo y con ello su alergia, no se lo pensó dos veces. No paró hasta encontrar la fuga. Primero en el Tour de Flandes, y días después, en Roubaix. En ambas, se olvidó de codearse en el pelotón por conseguir una posición. De jugarse el tipo en cada tramo. Simplemente, se dejó llevar por el lujo de un ritmo sostenido. Por la estética de una escapada bien hilvanada que se abría paso entre el griterío de un público que siempre abarrota la cuneta con sus banderas. Pedaleó empujado por los “allez, allez", mezclados con el “op, op".
Pero, sólo en una ocasión, la cabalgada fue en solitario. Sin líderes. Siendo él el perseguido. En 2008, en la etapa 18 de la Vuelta a España sólo la foto finish le dio una victoria que no se atrevió a celebrar en un último golpe de riñón ante Nicolas Roche. En cambio, en 2010, también en la Vuelta, se regaló el poder levantar las manos. En aquellas ocasiones el trabajo, fue para él mismo. Y, los recuerdos, también. Nunca fueron alterados en su cabeza. Nunca quiso ver las imágenes repetidas en la televisión. Para que no perturbaran el recuerdo de un pedaleo vivo. Íntimo. Porque el momento en el que, por una vez, soltó las manos del manillar para alzarlas al cielo era demasiado especial para tener otra perspectiva.
“Creo que ya sabes cómo funciona esto. Y qué es lo que quiero". Hace unos meses, como en aquel invierno de 2004, Eusebio hizo un amago de repetirle el mismo mensaje. Pero Imanol cortó su discurso con una sonrisa al estampar su firma sobre la renovación de un nuevo contrato. No había mucho que discutir. El equipo se ha llamado de varias maneras durante estos 15 años, pero Imanol siempre ha sido el mismo. A hecho todo lo que le ha ido pidiendo Eusebio. Aprendió de las enseñanzas de “Txente", “Arri" y Lastras, que ahora son sus Directores de equipo.
La diferencia es que ahora no es aquel chico tímido que firmaba su primer contrato profesional. Ahora es uno de los gregarios más respetados del pelotón mundial. Uno de los referentes históricos del trabajo en silencio del Movistar. El mismo tipo de voz calmada que, como hacía Lastras, cuando habla, los más jóvenes callan. Escuchan. Porque, los que aspiran a heredar su rol, quieren hacerlo, al menos, la mitad de bien que él.
El humo de las velas se disipa rápidamente. La tarta pide ya que la hinquen el diente. Su deseo aún hondea en el ambiente. Tras quince años en el equipo y 23 grandes Vueltas, tras todo el trabajo realizado, sus dos gestas en la Vuelta a España y una infancia de persecuciones en bicicleta a sus primos mayores por las calles de Hiriberri Imanol cuenta con el respeto de un equipo profesional del que tiene todo el afecto. Desde el corredor más novato hasta Eusebio Unzue, el Mánager. A su lado sigue Maialen y, con ellos, sus hijos. Su deseo, es paralelo a sus años en Movistar. A su renovación. A su infancia. Que todo vaya igual de bien. Que nada cambie.