Iván García Cortina: El delfín de Flecha, el nuevo flandrien español

El Blog de Rafa Simón

Iván García Cortina: El delfín de Flecha, el nuevo flandrien español
Iván García Cortina: El delfín de Flecha, el nuevo flandrien español

El traqueteo ha finalizado ya. Pero, el cuerpo, tras tantas horas sacudido entre vibraciones, aún tarda en asimilar que, el pavimento, vuelve a ser amable. Él, en cambio, aunque Bob Jungels hace ya tiempo que se ha hecho inalcanzable, permanece en alerta máxima. A su lado, varios compañeros del luxemburgués controlan al grupo con rictus autoritario, sabedores de que éste sólo luchará por un segundo puesto.

Un nuevo bache le aparta brevemente de la estela de corredores. Le devuelve, de nuevo, a la vigilia. Las carreteras de Flandes albergan encerronas en cada curva. La sacudida, al impactar en su manillar, balancea su brazo mojado, haciendo resbalar su manguito derecho sobre su piel, dejando entrever un corazón sobre una calavera. Mientras, observa como tipos fornidos como Greipel o Groenewegen, se codean por ganar una posición más ventajosa. Su inquietud y perseverancia le obligan a aferrarse a ellos. Viene de lejos. Es su carácter.

Iván García Cortina: El delfín de Flecha, el nuevo flandrien español

Hace muchos años, cuando contaba con tan sólo 10, Iván no podía estar quieto en casa. Un día, se escapó sin avisar a sus padres. Ataviado con un pantalón y una camiseta, se subió a una vieja bici que había por casa. De cuatro piñones y dos platos. Salió a la carretera a perseguir ciclistas. Pero, aquella tarde, se alejó demasiado. Tras varios kilómetros, se asustó, pero, al encontrar a otro ciclista, se aferró a su rueda. Por miedo a que, si se quedaba sólo, no consiguiera volver a casa. Hizo 90 kilómetros con aquel desconocido.

Años después, en el colegio, en plena adolescencia, cada asignatura, era un martirio. En cada clase, su mirada se iba a las “caleyas", las carreteras estrechas que bordean Gijón. Hasta que, un día, en la entrada al colegio, vio un coche pintado en letras blancas y ataviado con varios portabicicletas en el techo. Preguntó a una profesora que a quién pertenecía. Ella le señaló a un señor. “¿Qué pasa chico, te gusta el ciclismo?", escuchó por detrás. Jesús Rodrigo escrutó a aquel chico de actitud desordenada, casi desafiante, con desconfianza. Iván, se limitó a preguntar que cuando salían en bici. "Chus", como le llamaba tod el mundo, le citó ese mismo domingo en el Velódromo de Las Mestas, a sabiendas de que no aparecería. Se equivocó.

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Desde aquel día, el ciclismo se convirtió en la via de escape a su energía. Las carreras, su pasatiempo preferido. En casa, en cambio, sus victorias eran recibidas con moderación, sin halagos. Sería una ventolera del crio. Pero, Chus, habló con los padres de Iván. Era obvio que el chico tenía algo.

Sin embargo, su destino no lo marcó una carrera, sino una parada casual en un bar de Santander a la vuelta de una prueba. Aquel 10 de abril, en “Casa Tello", Iván, sin apenas prestar atención a su plato, veía como Johan van Summeren desbancaba a los grandes favoritos en la Paris-Roubaix de 2011. Tras el podio, el belga pidió matrimonio a su novia Jasmine. “A mí me encantaría correr ahí", ¿No corren españoles?", preguntó Iván. Chus le habló de un sufrido Juan Antonio Flecha, que, aquel día, conseguía un meritorio noveno puesto.

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Años despúes, su talento llamó la atención del filial del Quick Step. En sus estructuras continentales. Primero AWT. Luego Klein Constantia. Equipos pequeños, pero con grandes recursos. Se enamoró de la lluvia fina, como la asturiana. Disfrutaba con la adversidad. Con el frio. Con los traicioneros adoquines de Flandes. Años después, estuvo unos meses al servicio del primer equipo. Como stagiaire. Apenas seis carreras donde desnudó con la mirada la fuerza de Tom Boonen. La astucia de Stybar. La genialidad de Gabiria. La inteligencia de Tepstra. Simplemente observarles, era aprender. Trabajar para ellos, casi resultaba fácil.

Tras la corta experiencia con Quick Step, el único equipo que le ofreció un contrato en el World Tour fue el Bahreim Merida. Pero, el cambio, sólo pudo ser positivo. Confiaron, en su primer año, en ofrecerle un puesto en el equipo que disputaría la Vuelta a España. Su trabajo sería el de apoyar a Vincenzo Nibali para ganar la general pero, además, tendría reservado un día. El mejor de su vida sobre la bicicleta. La etapa con llegada a Gijón. La gloria de una escapada frente a a sus padres, como si, por no haberle ido a ver a las carreras, les quisiera regalar un paso triunfal a escasos metros de la puerta de su propia casa. Por las carreteras por las que siempre había entrenado. Aquel día, tan sólo Thomas de Gendt y Jarlinson Pantano fueron más fuertes que aquel chico de apenas 21 años.

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Pero, no cambiaría nada. Sólo habían fallado sus piernas y, además, su sueño, el que pidió en “Casa Tello", se había cumplido. Meses antes había debutado en la Paris Roubaix, con los profesionales. Aunque fuera sin suerte. En su primera participación, sufrió un pinchazo en la entrada al temido Aremberg, justo cuando Tepstra se fue al suelo. Con el holandés tendido en mitad de la carretera, ningún coche de equipo pudo pasar, por lo que tuvo que esperar tres minutos con su rueda en la mano. El año siguiente, fue él quien sufrió una caída. Con un dedo roto, sentía como las lágrimas de dolor brotaban sobre sus mejillas cada vez que cruzaba un tramo de pavés. Aunque, lo más duro fue cuando, entre coches, en una esquina polvorienta, vio tendido el cuerpo sin vida de Michael Goolaerts.

En cambio, fue el Tour de Flandes el que le dio la gloria. En 2018. Aquel día se propuso coger la fuga. El todo o nada. O la escapada, o subirse al coche. Tras más de setenta kilómetros intentándolo, cuando empezaba a rondar por su cabeza la idea de abandonar, sintió como, tras aquella nueva intentona, el grupo de corredores entre los que se encontraba, se rodeó de cámaras, de gritos, de soledad protagonista. Se abría una ventana al gran público.

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Consiguió realizar el sueño de cualquier flandrien , coronando Kapelmuur en primera posición. Lo hizo sin apenas darse cuenta, sin mirar para atrás, recordando los ataques de Fabian Cancellara a Tom Boonen que veía por la tele. Fue tan sólo una mala colocación en el vertiginoso empedrado de Koppenberg lo que le privó de una hazaña mayor al perder el hilo de la escapada y ser engullido por los hombres que disputarían la victoria.

Aquel día, corrió por raza, pero también, recordando todos los detalles que pidió a Heinrich Haussler, el hombre fuerte del equipo, para las clásicas. Aunque, sobre todo, visualizando las indicaciones más especiales. Las de aquel sufrido corredor que, años atrás, vio cruzar la meta a varios minutos de Van Summeren: Juan Antonio Flecha.

Siempre que pueden, se ven en Barcelona, o en Londres, donde ahora reside el excorredor catalán. Su amistad llevó a Iván, el año pasado, tras disputar la London Classic, a quedarse un día más en la capital británica. Para poder disfrutar un día más de su amigo. Para recorrer juntos la ciudad sobre una bicicleta. Mezclados entre la indiferencia de los turistas. Empapando cada paseo en fina lluvia de nuevos consejos. Todos, absolutamente todos, los de Hausler y los de Flecha, los tiene anotados en una libreta.

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Pero, en su cuaderno, no sólo están manuscritos los minuciosos datos sobre el volumen de aire que deben llevar sus neumáticos en cada carrera, o los momentos clave de cada clásica disputada. También está estampado el recuerdo de la imagen del cuerpo inerte de Goolaerts en aquel tramo adoquinado camino al velódromo de Roubaix. El joven flandrien perdió la vida disputando, quizás, la carrera que también había soñado correr alguna vez. Porque, a veces, la muerte le gana la batalla a la vida antes de tiempo. Como una cruel calavera impregnada por el goteo intermitente de sangre de un corazón.

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Es el mensaje que Iván tiene tatuado en su brazo derecho. Hoy, visible bajo la lluvia que empapa las carreteras bacheadas a las afueras de Kuurne. Mensaje crudo, pero que muestra el coraje de un joven asturiano que vive el día a dia. Que cumplió el sueño que pidió en “Casa Tello". El pupilo de Chus. El aprendiz de Flecha. La nueva esperanza española para las clásicas.

Rafa Simón @rafatxus