Jesús Alberto Ruíz: cuando la vida te da otra oportunidad

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Jesús Alberto Ruíz: cuando la vida te da otra oportunidad
Jesús Alberto Ruíz: cuando la vida te da otra oportunidad

Sonríe frente al televisor. Mikel Landa es un grande. Tiene mucho mérito rehacerse en plena carrera. Iba a disputar el Giro y por culpa de una moto perdió sus opciones a la general. Hoy llora de alegría por la victoria de etapa conseguida. Motiva. Ahora le toca a él. Jesús intenta incorporarse sobre el sofá. Su gesto se agrieta. La carne tira en cada movimiento. Levantarse del sillón casi cuesta más que retorcerse sobre la bicicleta. Pero hoy es diferente. Siente un cosquilleo. Hay ganas.

El doctor le ha dado luz verde para dar las primeras pedaladas sobre el rodillo. Raimunda, su madre, intenta echarle una mano, pero la rechaza. “Mama, tengo que poder yo. Esto es así”, responde con suavidad. Terquedad. Tesón.

Omitiendo a duras penas los jadeos y reprimiendo las punzadas sobre su piel, cosida a tramos, consigue encaramarse sobre la bicicleta. Hace dos semanas Jesús se fisuró dos costillas. Fue durante la primera etapa de la Vuelta al Bidasoa, con su equipo, el Bicicletas Rodríguez. Fue durante una pelea por ganar la posición, varios corredores se fueron a la cuneta. Cayó al suelo con la mala suerte de golpearse con el manillar en un costado. Consiguió acabar la Vuelta, pese a los pinchazos cada vez que el pecho se hinchaba buscando aire. Maldijo su mala suerte. Hoy pagaría por sufrir esa penitencia. La recuerda escasa.

Unos días después, tras regresar a Bolaños de Calatrava, su pueblo, siempre enjaulado en la calurosa primavera manchega, salió a dar un paseo con su bicicleta. Simplemente por soltar piernas. No duró mucho. En una incorporación a una cuesta, sintió el motor de un camión. Su instinto le avisó. Rugía demasiado cerca. De manera refleja quiso girar el cuello. Ubicar al vehículo con la vista. Arrimarse más a la cuneta para evitar la colisión. No tuvo tiempo. El golpe fue seco. Salió despedido. Se impuso el silencio. La nada.

Se despertó diez minutos después. Aturdido. En un matorral. Junto a campo de cebada. Arañado por la maleza seca. Intentó incorporarse. Gimió. La clavícula estaba rota. El codo abierto. Los hierbajos llevaban teñidos su propia sangre. La cabeza le dolía horrores. Debido a la hemorragia interna, se le estaba hinchando cada vez más, como si le fuera a explotar. Se asustó mucho.

“¿Chico, estás bien?”, sintió. Un hombre se percató de su silueta entre los matojos y bajó de su furgoneta para socorrerle. Tras calmarle, le llevó a casa de su madre. Y de allí, al hospital. Ambos, en el coche, intentaban superar  juntos la ansiedad. Hasta llegar a urgencias. El dolor de cabeza era insoportable. Los oídos le pitaban. Mucho. Como si mordiesen. Jesús dejó de escuchar voces. Se mareó. Minutos después, con el drenaje practicado en tiempo record en su cabeza, le estabilizaron. Los doctores coincidían. Raimunda respiraba aliviada sobre una silla mientras se enjugaba las lágrimas. La vida de su hijo no estaba en peligro.

Vuelta a la vida

El rodillo parece alegrarse de verle. Jesús acopla su respiración al pedaleo. Cansino. Ansioso. Sin apoyar los brazos sobre el manillar, la cadencia fluye. Raimunda le observa sin ser vista. Ella pasó mucho miedo. Pero no es tonta. Sabe que la bicicleta es la vida de su hijo. Que no tiene miedo. Que está pensando en volver a competir. Que este año estuvo cerca de pasar a profesionales y que sería muy difícil convencerle de que no siguiera. Las madres no ven eso. Lo que pesa es la realidad. La protección. La imagen de su hijo ensangrentado en el portal fue muy doloroso.

Él, en cambio, pedalea absorto. Embutido en la idea de volver a empezar. Ajeno ya a todas las cadenas de televisión que visitaron su casa hace días. Todos le preguntaron por cómo se sentía. Igual que ahora. Como un perro abandonado. Al desamparo de un indeseable que huyó del lugar donde le atropelló. Sabe que pudo haber muerto si ese hombre de la furgoneta no le hubiese encontrado.

Le robaron la bicicleta

Además, Jesús fue abandonado y saqueado. Su bicicleta desapareció del lugar del accidente. Quizás se la llevó alguien que, imperturbable a la idea de verle inerte sobre la carretera, prefirió llevarse una bicicleta sin testigos a cambio de un buen dividendo en el mercado negro. Poco importaba que Jesús estuviera allí. Inconsciente. Abandonado a su suerte.

El primer hilo de sudor brota de su frente. Siente como le apetece bajar una corona. Escuchar como la cadena se desliza entre los piñones. Recuperar con paciencia las buenas sensaciones para dejar de lado la rabia. Para dar rienda suelta a aquel chico que deslumbró hace unos años, cuando, siendo junior,  estuvo a punto de imponerse en aquel Campeonato de España que se llevó Iván García Cortina. Entonces ganaba muchas carreras. Hoy, a sus 21 años, es un amateur que se esfuerza por pedalear sin que escuezan las heridas. En volver a empezar. En demostrar que puede ser un gran corredor. Que quizás vuelvan a interesarse por el para dar el salto a profesionales.

 

“¿Macho, cómo van esos Watios?”, bromea Marcos, su compañero de equipo en el Bicicletas Rodríguez, al otro lado del teléfono. Su gran amigo. Su “hermano”. Siempre ha estado a su lado desde que tuvo la caída. Como su familia. Como su pareja. Como Raimunda. Psicólogos improvisados para ayudarle a superar los momentos de crisis. Le enseñaron que de todo se sale. Que la vida da y quita.

Raimunda se mete en la cocina. Quizás desee que Jesús deje la bicicleta. Que haga cosas de chicos de su edad. Pero le conoce. Le brillan los ojos. El ciclismo es su vida. Ni siquiera le va a dejar ayudarle a bajar de la bicicleta. Aunque cueste un mundo. Jesús es así. Terco. Luchador. Pero valiente. Mucho. Aunque hace unos días fuera atropellado por un asesino. La vida sigue. Y le ha dado otra oportunidad.

#porunaleyjusta

Fuente de fotos:

  • La Sexta
  • Unai Demi

 

Rafa Simón

@rafatxus