“Hijo, piensa un deseo”, le dice Inmaculada. Juan Pablo sonríe a su madre. Risueño. Si ella supiera. Todavía falta. Pero depende de él. De su empeño. Baja la mirada. La vela que marca su número de años, 19, se sostiene sobre un melón, del que penden numerosas brochetas de fruta. No hay tarta, ni ningún tipo de nata o chocolate que la vista. Cualquier chico de su edad protestaría. Falta el dulce. La esencia de un postre. Y qué. Es feliz así.
A Juan Pablo le diagnosticaron diabetes cuando sólo tenía ocho años. Le privaron de lo más sagrado para un niño. Las “chuches”. Al principio no entendía a razones. Comida sana, y nada más. Sin premios. Sin kiosko donde correr con sus amigos a por golosinas con el dinero de la “paga”. Sin poder ser bombero o policía de mayor como soñaban con ser sus amigos del cole. A uno le había dicho su padre que si él era diabético, no podría. Y era verdad. Y mientras el resto intercambiaba gominolas, él solo asentía, aferrando en su bolsillo la dosis de Insulina. Sus padres, Inmaculada y Juan Pablo, se vieron obligados a aprender, de golpe, como gestionar la patología de su hijo. Eran un equipo.
Por aquel entonces, Juan Pablo sólo se sentía igual que ellos cuando corría hacia su bicicleta, cuando les adelantaba gritando que era algún ciclista de la tele mientras iba desgastando aquellas tardes tan calurosas de verano en Loja (Granada). Pero se le ocurrió dar un paso más. Apuntarse a la escuela de ciclismo del pueblo.
Sus padres se inquietaron. Divertirse con la bici era una cosa. Practicar ciclismo quizás fuese otra. Les explicaron que no. Que dependía del niño. De que aprendiese a ser estricto con la Insulina, de que la tomara en cada momento. De que le controlaran la glucosa. Y que fuera constante. Y Juan Pablo lo sería. Sería “especial”. Para andar en bicicleta y asumir que, desde ahora, todo costaría más que a los demás. La recuperación, los esfuerzos. Eso le daría más mérito. Pero no por eso debía sentirse diferente.
Un día, en una tarde perdida ante el ordenador, dio con un artículo. Sobre la diabetes. Tenía un una nota a pie de página, de las que no se leen. Y mencionaba un equipo ciclista. El Team Novo Nordisk. Ciclismo profesional en favor de la lucha contra la diabetes y el apoyo a la gente que lo sufre. Acabó encontrando un nombre: Brais Dacal. Otro chico español que ya formaba parte del equipo. Tenía sólo un año más que él. Le dijo que el equipo organizaba “Training Camps” cada verano para dar con jóvenes talentos. En Estados Unidos. Que probara. ¿Por qué no?
Tras el permiso familiar cruzó el Atlántico. Allí recibió charlas. Realizó competiciones, A nivel de prueba. Se dio cuenta de que había más gente como él. Incluso a nivel profesional. Alvaro Megia y David Lozano estrecharon allí por primera vez su mano. Ciclistas profesionales con el mismo problema que él. Entonces, Juan Pablo, por primera vez, supo que sus sueños también podían ser dulces. Y junto a él, en cada competición, Brais y Fran Carratala, los otros españoles, se apoyaban mutuamente. Como si cada uno fuera el paciente del otro. “No te olvides de chequear tu nivel de glucosa”, se repetían los unos a los otros. Antes, durante y al final de cada competición. Sin olvidar la insulina. Y los descansos, mucho más necesarios que para un ciclista “normal”. Luego, tras breves periodos en América volvían a sus casas, a España, de nuevo a la normalidad marcada por la diferencia respecto al resto de compañeros de su Club de origen.
Pero, al cumplir los 18, a Fran y Juan Pablo les dieron la oportunidad de unirse a Brais en el equipo amateur, el Team Novo Nordisk Development. Incluso de poder participar en alguna carrera junto a los profesionales. Aunque la alegría acompañó una prueba de fuego. De madurez. Desde el equipo se les pidió renunciar a lo más sagrado para ellos. A sus familias. Deberían irse a vivir a Atlanta, donde su equipo tenía una gran sede donde convivirían con todos sus compañeros.
Cuando tomó el avión el pasado invierno, no estaba triste. Supo que dejaba a su familia para conocer otra. Para hacer de la convivencia con chicos de otros países una rutina. Para cambiar el español por el inglés. Pero para seguir aprendiendo la difícil tarea de ser un ciclista en un mundo donde los azúcares, tan necesarios para la dieta de un corredor, no podrían ser utilizados jamás.
Por eso, justo cuando pensó que tendría que dejar el ciclismo en competición, que quizás volvería de nuevo a los paseos en la bici con sus amigos en verano, se le abrió la posibilidad de seguir creciendo, de convivir con la diabetes hasta coincidir con la misma meta que su equipo se había marcado: Correr el Tour de Francia en el 2021.
“¿Hijo, no dices nada, te pasa algo?”, susurra Inmaculada. “¿No te gusta la fruta?”. Juan Pablo dedica a su madre la mejor de sus miradas. La de un niño que adora a sus padres. La del más puro agradecimiento por apoyarle en su sueño. Y es que su deseo no se puede cumplir ahora. Porque todavía faltan años. Y que con seguir como hasta ahora, le vale. Porque, además del Tour, el equipo americano planea ya sobre el Giro, y quien sabe si la Vuelta. O mejor aún: la Vuelta a Andalucía. Quizás algún día le lleven a él.
Juan Pablo relame la primera brocheta de fruta. Y piensa. Y sueña. Y se mira reflejado en las pupilas de su madre recorriendo las carreteras que rodean su pueblo. Como ciclista profesional. En una fuga junto a alguno de sus ídolos. Citado por los comentaristas: “Juan Pablo González mantiene la diferencia de un minuto y medio sobre el pelotón. Observen las pancartas de apoyo al pasar por su pueblo, por Loja. El chico `especial’, le dicen. El Lojeño que no luchó contra la diabetes, sino que convivió con ella para llegar al profesionalismo”.
Quizás ese sea su sueño. El que no se atrevía a contar al resto de niños mientras comían gominolas junto al kiosko. Mientras se repartían ser policías o bomberos. Él tenía su bici aparcada junto a las otras. Sobre una pared. Sería ciclista. Los sueños pueden ser dulces, pero lo mejor de todo es que no necesitan insulina para amortiguar sus consecuencias. Y la diabetes no se lo podrá robar. Eso nunca.