Markel Irizar, la bendición de ser “Bizipoz”

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Markel Irizar, la bendición de ser “Bizipoz”
Markel Irizar, la bendición de ser “Bizipoz”

“Ama, paramos aquí, ¿vale?”. María Eugenia se sorprende. “¿Por qué hijo, ocurre algo?, replica. Markel, sonríe, aún con los labios amoratados de la caída del otro día. No le pasa nada. Simplemente funciona por instinto. Saborea cada momento. No importa que fuera chispee, que haga viento. Está allí, con ella. Sintiendo. Vivo. Quién sabe cuándo volverán allí de nuevo.

Es raro que no llueva en Zarautz. Gipuzkoa regala chubascos todo el año. Pero a Markel le gusta. Pide dos helados. Luego busca el mar, con la vista. La vida es hoy. Al probar el suyo siente un pinchazo. El frio agrieta los puntos de sutura. Los de dentro de la boca. Los de fuera ya se los han quitado.

Hace apenas dos semanas diputaba la Vuelta a España. En un curva, en los primeros lances de una etapa que buscaba los Lagos de Covadonga, Kevin Reza, de la Française des Jeux, tocó un bordillo. Salió despedido. Como un resorte. Barrió la carretera. Encontró a su paso a Markel, que agarraba de abajo su manillar. Sólo recuerda que frenó con la cara. Acabó sentado. Su auxiliar acudió asustado. Al intentar decirle que estaba bien escupió tres dientes. Con un ojo se miró. El otro lo tenía como un huevo. No pasaba nada. Fin a la Vuelta, y punto. Nada de qué preocuparse.

Hace unos años, catorce ya, cuando sólo era un chico que soñaba con ser profesional, acudió a una prueba con su equipo, el Olarra. La víspera de la carrera, en la habitación de un hotel, mientras probaba a coger una postura adecuada en la cama de la izquierda, apuraba una última conversación con su compañero de habitación, Axier Atxa. Hablaban de la novia del mejor amigo de Axier, que murió prematuramente por un cáncer. Y de Armstrong. De su cáncer de testículo. “¿Te imaginas, tan joven?. Tiene que ser horrible”, coincidieron. Entonces, instintivamente, Markel palpó uno de sus testículos. Notó algo. Pidió a Axier encender la luz. “No juegues con eso”, le recriminó su amigo. Pero los dos vieron ese bulto. Al principio los médicos hablaron de un quiste, hasta que la peor de las noticias se confirmó. Él también tenía cáncer. Como Armstrong.

Su gran miedo no fue la incertidumbre de que pasaría con su vida. Lo que le aterraba era tener que contárselo a su ama. Preocupar a sus allegados. La vida se había encargado de plantarle obstáculos. Primero su mejor amigo se suicidó. Luego su padre. Pero Markel decidió agarrarse a la vida, como si fuera el manillar de su bicicleta, y seguir pedaleando.

Cuando lo recuerda, sonríe. Se aferró a sus proyectos, al “cuando salga de aquí”. A que quería ser ciclista profesional. A Alaitz. La pidió que le dejara cuando supo que tenía cáncer. Llevaban un año, y consideró que ella no se merecía una relación así. De pasarlo mal.

Ella le agarró de la mano. Luchó con él. Le ofreció tranquilidad a su carácter nervioso. A ser una roca juntos y, cuando se curara, a hacerle padre. Ambos son hijos únicos. Ahora son una familia numerosa. Xabat vino primero, el más independiente. Aimar, el embustero y embaucador, le sucedió. Apostaron por un tercero. Por Unai. Dice Markel que el pequeño es un “bizipoz”.

Bizipoz se lo llamaban a él desde antes de sufrir el cáncer. En Euskera significa la alegría de vivir, de disfrutar de cada cosa. Markel se abruma con eso. Dice que le queda grande. Que no es quién para ser referente de nadie cuando le escriben otras personas con cáncer para decirle que les da fuerzas. Porque se curó con felicidad. Pero él no quiere ser un héroe. Siente que simplemente lo padeció y salió de ello. Sin ser un “tipo duro”. Y que no es un “feliz”, que también se enfada. No es ningún líder de nada. Tan sólo un gregario, como en la bici. En cambio, para mucha gente, ahora es el nuevo Armstrong.

Su madre raspa sus pensamientos mientras apura el helado. “Aún lo ves, maitia?”, pregunta. Markel hace algún tiempo que perdió el rastro de Lance. Siempre le estará agradecido. Cuando el americano enfermó decidió escribirle una carta de apoyo, y tiempo después, cuando el cáncer le atrapó a él, Armstrong le devolvió el gesto. Le dio mucha fuerza con una postal. Para Markel no importa que el americano eligiera el camino equivocado en el ciclismo. Le apoyó. Le dio vida. Eso es mucho más que dar pedales. Les unió para siempre. Y Lance fue el primero en alegrarse cuando Markel eligió ir al Radioshak, en 2010.

Años antes, quien habló con él fue Miguel Madariaga, Mánager del Euskaltel Euskadi. Le dijo que si superaba el cáncer y volvía a recuperar el nivel anterior le pasaría a profesionales con ellos. No faltó a su palabra. “Vaya noche me hiciste pasar, Markel”, le recuerda su madre. No es para menos. La despertó a las tres de la mañana de la víspera de firmar su contrato para que le acompañara con un “Cola Cao”. Le podían los nervios y no conseguía dormir.

Con el equipo vasco descubrió el profesionalismo. Nunca terminará de agradecer lo bien que se portó el equipo con él. En cierto modo se siente un embajador del ciclismo vasco. No por bueno ni malo. Por agradecido.

Sin embargo, con los años, consideró que su etapa como corredor naranja debía terminar. Quizás no era su mejor momento, sentía que si seguía en el equipo era por lástima de sus dirigentes, porque había tenido cáncer, que podía estar quitando el puesto a otro chaval que lo mereciera más. Alguien joven que soñara lo que él soñó cuando enfermó.

 En Radioshak sabía que dependería de él. Era una empresa, al fin y al cabo. Si no vales, te vas. Desde entonces ha seguido cada año, llevando en su maillot los diferentes nombres en los que derivó la estructura americana. Ahora es Trek Segafredo. Está con Haimar Zubeldia, con Josu Larrazabal, con Luca Guercilena. Es feliz. Con ellos se llevó la Vuelta a Andalucía, en 2011. Es la única vez que no ha sido gregario. Y lo que más le emocionó no fue el triunfo, sino que los organizadores se alegraran por él, que no lamentaran que no se la llevase alguien que diera más nombre a la carrera. De nuevo ganó su bondad.

Y cuando se baja de la bici, están sus proyectos. Está Bizipoz. Su pequeña cafetería, donde trabaja ama, donde está colgada la bici que usaba su abuelo materno para llevar a su mujer, la que le dejó en herencia “si no le daban una buena en profesionales”. Un sitio para que la gente salga contenta, nada más. Un local donde honrar la memoria de su padre, para que se sintiera orgulloso de él.

Por eso, Markel, aunque aún le duela la boca, aunque tenga el ojo amoratado, es feliz. Le encanta sentir la lluvia en su rostro y, si pudiera pedir un deseo, si fuera en ese momento, no cambiaría nada. Seguiría como siempre. Hablando por teléfono desde una terraza, para sentir el frio. O acurrucado en la chimenea con Alaitz y los tres enanos. Leyéndoles un libro antes de acostarse, con la esperanza de que no crezcan nunca. Y cuando se retire, aunque eso no será pronto, tiene otro plan. Una caravana, para irse con la familia por ahí. Con la bici y la tabla de surf. Nada más. Coches caros, teléfonos con mil funciones. Quién lo necesita. Quizás sólo le falte un poco más de tiempo. Minutos durante las carreras para agradecer como es debido a todos los que se acercan a él para saludarle, para pedirle un autógrafo olvidándose de que no gana nada. De que sólo es un gregario.

“Hijo, que estamos empapados. ¿Vamos al coche?”, reclama su madre. Markel asiente con su hinchada sonrisa. Es el bálsamo a su mala suerte.  Su arma ante los retos que le ha puesto la vida. Con ella venció un cáncer. Con la bendición de ser Bizipoz.

 

Rafa Simón

@rafatxus

  • Crédito de las imágenes:
  • Philip Martens
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