Omar Fraile, el gran remero de Astana

El Blog de Rafa Simón

Omar Fraile, el gran remero de Astana
Omar Fraile, el gran remero de Astana

“Si, es la mar, pero no es lo mismo, no atrapa igual", explica. Allí, en Calpe, concentrado con sus compañeros, a escasos metros de una playa blanca y regada por el sol, disfruta de los parabienes del ciclismo profesional. Del calor pagado por su equipo en pleno mes de diciembre.

Pero Omar viene de otra costa, de otro mar. De otras olas. En Santurtzi, el pueblo donde la ria de Bilbao se ofrece al mar Cantábrico, el puerto huele diferente. A sardina recién pescada. A mar picada donde las traineras peleaban la posición en las “Estropadak". En el año 2000, fruto de una excursión, él se apuntó a la de su pueblo, la “Itsasoko ama". Pero remar en aguas abiertas era totalmente incompatible con la bicicleta. Acabó decantándose por la Mountain Bike. Pero, si quería llegar a profesionales, era una vía muerta. Casi por descarte, con 19 años, cambió su montura gruesa por la finura de la bicicleta de carretera, firmando por el Seguros Bilbao, uno de los mejores equipos amateur de la época. De aficionado tuvo que aprender técnicas de carrera que cualquier ciclista aprende en cadetes. Pero, sus piernas, no iban acordes con la incertidumbre de sus primeros kilómetros en cemento. Las carreteras, cuando picaban hacia arriba, le seducían, como el mar cuando le subía y bajaba entre oleaje bravo.

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Pronto, a finales de 2011, Miguel Madariaga, uno de los hombres que más ha hecho por el ciclismo en Euskadi, habló con Jesús, el padre de Omar. Fichó a su hijo a la antigua usanza. En la cuneta de una carretera. Escrutando con mirada vieja los ojos del chaval que iba a reclutar para la Fundación Euskadi. “Un año al Orbea para que conozca el profesionalismo y dos más en Euskaltel-Euskadi", le dijo firme.

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El año de Orbea, fue el de la ansiosa espera para ser World Tour, pero pasó rápido. Porque fue intenso. Como unas vacaciones de verano con un gran grupo de amigos. Veinteañeros como él que querían llegar a ser alguien pasándoselo bien. Con ellos disfrutó de la disputa de su mejor carrera, una Volta a Portugal donde, en cada desplazamiento, en cada hotel, Xabier Zabalo, uno de los componentes del equipo, les obligaba, por enésima vez, a bailar “la vaina loca" de un reggaetonero llamado "Fuego".

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Pero, tras finalizar el año, Igor González de Galdeano, que tomaba las riendas de la Fundación, no respetó la palabra de Madariaga, su antecesor. Consideró que Omar, que había arrastrado una lesión de tendones, no estaba para ir al World Tour. Cambió su paso al Euskaltel por una cesión al Caja Rural.

El “castigo" del cambio se convirtió en un guiño del destino. Como si saltara a tiempo de la trainera que se iba a hundir para seguir remando en otra más modesta donde empezó a hacerse como ciclista. A remar en busca de su primera victoria en el Giro de los Apeninos. A disputar su primera gran Vuelta. La edición de 2015 de la Vuelta a España. Dio rienda suelta a su don para elegir fugas con premio. Tanto, que se colocó líder del premio de la Montaña. Lo decidió en la dura etapa Andorrana. “Si coges hoy la fuga, te lo llevas", le dijeron en la salida. Sufrió mucho pero, la afición, viendo a aquel chaval que se retorcía por seguir la rueda de un grupo donde Mikel Landa martirizaba a sus compañeros en cada puerto, llevó en volandas a Omar.

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El equipo navarro, a cambio, cuidó su progresión, sobre todo Ivan Velasco. Apenas coincidieron un año. Pero Ivan se encariñó de su “pequeño remero". “Ojo a la salida de esta curva", “No te olvides de comer", le recordaba en cada prueba en la que coincidían.

Pero el oleaje aumentó un día. El vértigo del World Tour asomó con bravura de nuevo. Proveniente de mares lejanos. Del Cantábrico trasladó su pequeña embarcación de sueños al Oceano Atlántico, en la lejana Sudáfrica. Allí realizó su primera concentración con el Dimension Data, su nuevo equipo. Sus compañeros, pasaron de ser tipos discretos a grandes nombres del ciclismo. El más sonoro se acercó a él en cuanto puso un pie en el “Training Camp" de Ciudad del Cabo. “Hola tío, bienvenido, disfruta mucho de la experiencia", le dijo aquel inglés con pinta de “Hooligan". Mark Cavendish, uno de los mejores sprinters de toda la historia era un tipo que no entendía de jerarquías. Si estabas con él, eras uno más. Y él hacía equipo. Si hacías tu parte, él estaba contento, auqnue los resultados no salieran. Tras cada sprint, aunque echara humo por no haber conseguido la victoria, su “fuck" tornaba en “gracias tío" en cuanto se subía al autobús y buscaba a Omar entre los asientos para agradecerle su trabajo. Del cariño se encargaba un paisano, Igor Antón. Con el de Galdakao compartió habitación mil y una veces. Omar, era de los que se desahogaban hablando, desbrozando malas situaciones. Como aquel 2016 tan duro para él a nivel personal. Igor le ayudó a masticarlo lo mejor que pudo.

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Y también estaba Steve Cummings. Un tipo discreto, pero de una marcada personalidad. Aprendió a fijarse en él. En como gestionaba las fugas. En como las elegía. En como prepararse el día anterior para rematar el siguiente. Como un depredador, medía su peso, el lugar donde atacar. Y no fallaba.

Omar supo ponerlo en práctica. El primer gran zarpazo, lo dio en el Giro de 2017, en la undécima etapa. Se filtró en una fuga, que, como en aquella Vuelta de 2015, Mikel Landa puso muy cara. Pero remó duro. Tanto que, Bingen Fernández, su director de equipo, visualizó lo mejor para su pupilo. “Lo tienes hecho Omar, tan sólo busca tu distancia en la llegada", le pidió. A falta de 250 metros, como impulsado por una buena corriente, impulsó su bicicleta con fuerza, como lo hubiese hecho con su embarcación, hasta lograr la victoria.

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Un año después, en 2018, su bravura fue reclutada por el Astana. Un nuevo paso ascendente en su carrera. Con ellos, dio su zarpazo más sonoro. Camino de Mende, en una calurosa etapa, de nuevo, se filtró en una fuga que se perfilaba ganadora. La víspera, tan sólo le dijeron que probara, sin presión alguna. Pero Omar sufrió lo indecible en un último kilómetro agónico donde, a escasos metros, una vez que Stuven fue superado, Julien Alaphilippe, ídolo francés, trataba de darle caza. Omar sabe que, si ganó ese dia, fue sólo porque, el Tour, da más de lo que quita. Porque era remar hasta el límite para tocar las puertas de la repercusión. De interesar a cualquier medio de comunicación del Mundo. Sólo por eso, porque era el Tour.

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En cambio, para él, la victoria más bonita, fue meses antes, en su “Tour en pequeño", su “Itzulia". Lejos de la mirada de un público desconocido. Aquella etapa la pedaleó entre amigos. Por carreteras que le vieron crecer, progresar como ciclista. En Eibar supo alzar los brazos ante Eva, su novia. Sentir la emoción de su chica era mucho más que alzar un león de peluche en un podio descomunal mientras estrechaba la mano de Bernard Hinault. La itzulia, además, también le dio su mejor trabajo cuando, un año después, pudo ser parte de la alegría de Ion Izaguirre al llevarse la General final de una Itzulia que bailó de dueño hasta el sprint final de la última etapa. Un “ezkerrik azko (gracias)" enmarañado en un equipo de mil y una nacionalidades fue el mejor premio. Un “aupa tú" al más alto nivel.

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El oleaje en la playa de Calpe adormece. Tranquiliza. Siempre sabe bien. La costa alicantina es cálida. Le ayuda a hacer bien su trabajo. Pero no huele igual. No mezcla el salitre con el txirimiri. No se hace oscura como el Abra cuando sólo lo iluminan los barcos que vuelven de faenar. Allí no se escucha el “eup" acompasado de los remeros. Si la nostalgia atrapa, ya no está Igor Antón, como en otras ocasiones, pero si Ivan Velasco, su excompañero de Caja Rural, ahora como técnico deportivo del equipo. El apoyo perfecto para que aquel remero del “Itsasoko ama" siga surcando mares de gloria con su mejor ciclismo.

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