Paco Mancebo, eterna juventud

El Blog de Rafa Simón

Rafa Smón

Paco Mancebo, eterna juventud
Paco Mancebo, eterna juventud

“¿Llevas agua, macho?”, pregunta Santarromita, encharcando la pregunta en un profundo acento italiano. Paco asiente entre risas. Su macho es contagioso. Suena divertido cuando se lo oyen decir a él. Por eso lo imitan, con su “deje” abulense, arrastrando la “a”. Es parte de su magia, de sus galones de veterano.

Vuelve a pegar un sorbo de su bidón. Mecánico. Luego vuelve a pedalear hacia sus pensamientos. El rodar cansino del grupo donde transita casi le adormece. Están a más de diez minutos de la cabeza. Unos no cogieron la fuga, otros se cayeron de ella. Corrillos itinerantes donde se chapurrea en varios idiomas. Historias que se cruzan entre zumbidos de ruedas con fuerte perfil. Algunos corredores hacen sus apuestas “¿Landa o Kangert?”, repiten. A Paco no parece importarle mucho en ese momento. Hoy con que le lleven a meta le vale. Aunque el ritmo está cambiando. Julen Amezqueta no se resigna a que el grupo que comanda termine el Giro del Trentino así, anodinamente. Tiene desparpajo. Sus 22 años tiran de sus bielas, de incoformismo.

Paco le observa desde el fondo del grupo, con gesto torcido. Así empezó él. Ansioso. Inconformista. Había que atarlo con correa. Quería ganarlo todo, correr todas las carreras. Menos mal que le sabían echar el freno. “Vísteme despacio, que tengo prisa”, le repetía Echávarri, su director en el Banesto, donde debutó en el 98. Paco suspira al recordarlo. Hace ya 18 años. José Miguel siempre le decía que los triunfos no llegarían seguidos, que el trabajo era importante. Que el progreso llegaría con los años. Con el trabajo de todos. Y su generación daba miedo. No había uno cojo. Aunque hoy ya no queda ninguno en activo. “Tenemos que quedar”, se repiten por Whatsapp. Lo cierto es que ya no se ven nunca. Con “Arri” y Chente si coincide, de las carreras. Se le sigue haciendo raro verles en el coche, dando órdenes. Ahora le sacan más ventaja. “Todo se ve de otra manera, con la cabeza más fría”, repite cuando se lo preguntan. Él en cambio, no considera que haya llegado la hora de tomar un volante. No mientras un equipo lo quiera, y su motivación sigue intacta.

Aunque, tras 8 años, notó que la perdíó en Banesto, quizás por correr siempre con la misma gente. Sota, caballo y rey. Cada año. Por eso se fue a Francia, al AG2R, que estaba muy españolizado. A intentar asaltar una grande desde otra perspectiva. Con Banesto no lo logró. Aunque se llevó su mejor recuerdo. Uno pequeñito. Su primera victoria como profesional, en la Miguel Indurain, cuando aún se llamaba Clásica de Estella. Aún puede visualizarla. Garzelli por un lado, Jalabert por otro. Paco contaba con Garmendia, y con Arrieta. Ambos le lanzaron, entre jadeos, a romper el guión destinado a los grandes de la época.

Cuando lo recuerda con Chente García Acosta, siempre se echan a reir. “´Kiko Gambas´, como llevabas el cuello de birado ese día, ¿eh?, ¿querías ser el primero en ver la curva?”, le recuerda el navarro, socarrón. Lo de “Kiko Gambas” fue un bautizo en dos partes. Lo de “Kiko” fue en una Lieja. Un grupo de belgas se acercó a saludarle a la línea de salida con un cartel: “Vamos, Kiko Mancebo”, rezaba. Lo de “Gambas” le viene por su afición a ponerse morado de ellas cuando va a Huelva. Chente unió la ocurrencia.

Tras su rápido paso por el AG2R vinieron tiempos desafortunados. Tuvo que emigrar de verdad, encontrando acomodo en Estados Unidos. Nunca se arrepintió. No se sientió apartado. Al contrario, vivió muchos de los mejores años de su vida. Conoció a Gordon Fraser, su director en el Rock and Racing. Un fornido sprinter, de los buenos. De los que cuando te mira a los ojos ya sabes lo que tienes que hacer. Además se juntó con Kike Gutierrez, Sevilla, Vitoria. Se hartaron a ganar. Y lo que era aún mejor, se divertía, aunque no fuese Europa.

Pero las carreras, escasas, le acabaron saturando con el paso de los años. Muchos recorridos coincidían, o se hacían de un lado, o del otro, hasta el punto de que acababa por memorizar cada kilómetro. Necesitaba nuevos retos.

Por aquel entonces Paco había oido hablar del auge de un nuevo ciclismo, del asiático. Y Ricardo Martins le habló de un nuevo proyecto: El Skydive Dubai. Una plataforma para impulsar el ciclismo en ese continente. Con visos de crecer. Le atrapó la curiosidad.

Fue el revulsivo para seguir disfrutando en condiciones. Aunque su vida volviera a cambiar por completo. Navaluenga, su residencia en España, tendría que esperar. Viviría en Dubai, una ciudad donde el dinero crecía tanto como sus torres. A él y sus compañeros de equipo, a los extranjeros, les ubicaron en una zona residencial a las afueras de la ciudad, al lado de una carretera para bicicletas inventada de la nada. Un sendero de cemento en medio del desierto. Entrenamiento artificial que comenzaba cada mañana, al alba, antes de que subiera el sol. Antes de que el paraiso matase por el calor.

Y allí le soprendió la cuarentena, hace meses. Fue en Taiwan. En vísperas de la etapa reina. Madurez atrapada en lo exótico, pero en pleno ataque. Como si nunca hubiesen pasado los años. Siempre impulsivo, por mucho que Echávarri le dijera que todo llegaría con la calma. Pero es tan maravilloso exhibir fortaleza. Seguir apretando a gente mucho más joven. Sentirse bien. Aunque las arrugas ya afloren en su frente, con malicia, como si se negasen a prolongar más la espera.

Pero su debilidad llega por las noches. Cuando conecta su ordenador. Cada vez en una habitación de un hotel diferente. “¡Papá, felicidades!”, le gritaron al unísono Paula y Fran, sus hijos, el nueve de marzo. Paco siempre saca fuerzas de flaqueza. Esconde el nudo de su garganta. Sonríe y pregunta. Lleva años acostumbrado a verles crecer desde el otro lado de una pantalla. Fran es su vivo retrato, Paula quizás sea el de Luisa que siempre los sienta en sus rodillas, que no dice nada. Que siempre le dejó hacer. “¿´Mance´, que grandes están, verdad?”, le repite. Su voz suena hueca, pero por los audios, nada más.

Y cuando los niños se van a la cama, cuando sólo está Luisa al otro lado, las conversaciones siempre tienen banda sonora. A Paco le brillan los ojos. A Luisa también. Quizás tenga la culpa Malú cuando suena de fondo,  quizás porque también ella canta su vida, quizás porque también entone por los que sólo persiguen algo normal, un amor mundano, como el de esas parejas que se ven siempre que quieren, o porque ambos sepan que Paco se está perdiendo los mejores años de sus hijos. Puede que en el fondo, ese ciclista que nunca se rinde, que pelea cada carrera que corre, desde hace 18 años, en la esquina que sea, también tenga derecho a bajar la guardia en algún momento, que también sienta que la vista se le nuble un poco al ver a sus niños crecer alejados, como a cualquier padre.

Pero luego entrará en la habitación Souffiane Haddi, el marroquí. Eufórico. “Abre, ‘macho¨, que te tiro la puerta”, le reta. Entonces Paco le pondrá a los Mojinos Escozíos, le enseñará a decir unos tacos y se le pasará la morriña. Paco mima a Souffiane, le encanta que le pida consejos, como cuando él se acercaba a los veteranos del Banesto. Y ya casi anda más que él. Es un halago.

Son 18 años de profesionalismo que suman, y que siguen, que le entretienen, que le quitan familia, pero que le suman vivencias, triunfos. Que le dejan seguir haciendo lo que ha querido: Descubriendo países, corriendo carreras que ni siquiera sabía que existían. Conociendo gente como Gordon Fraser, como Souffiane. Aunque aún no haya podido quedar con la generación de su primer Banesto. Ya se verán. Queda tiempo. Y su juventud sigue siendo eterna.