Víctor siempre ha tenido dos vidas: Una, la académica, le hizo razonar delante de mil y un libros. La otra, le hizo soñar. Por una vez, la dedicación será diferente. El próximo año estará de excedencia.
De pequeño se diluía entre los gritos de los niños que berreaban un pase mientras se enmarañaban en una nube de piernas que pugnaban por dar punterones a un balón por las calles de Benlloc, el pueblo castellonense donde nació. Un día el sonido de unas calas automáticas al soltarse de un pedal le hicieron olvidarse del partido por un momento. Al girarse, se sintió deslumbrado por el brillo metálico de la bicicleta de un chico. Era el hijo de Paco Tena, conocido en el pueblo por haber sido un gran amateur.
Aquel día le dijo a sus padres que le apuntaran a una escuela de ciclismo en Castellón, el Club Ciclista Dos Ruedas, para alegría de su padre, que también había montado en bici. Desde un principio, las carreras se le dieron bien, acostumbrándose a levantar los brazos año tras año.
Tras terminar su recorrido en juveniles, su Director, José Francisco Jarque, que había sido Olímpico en Sidney, le dejó en manos de Paco Benítez, ciclista exprofesional, convirtiéndose en dos de los directores deportivos que más cuidaron de él en su etapa de formación.
A cambio, las buenas notas nunca desaparecieron de su boletín. Durante su periplo como corredor aficionado, Víctor había conseguido sacarse la carrera de Ingeniero Agrónomo, lo que acompañó de un Máster en Educación. Pero, en algún momento, ambas vidas, la de ciclista y la de estudiante, debían dejar de ir en paralelo para chocar una contra otra. Una de las dos debía imponerse. Le entraron dudas sobre cuál debía ser su camino, que acabó yendo por la senda del medio, enrolándose en el Controlpack de Néstor Biosca, al que pidió trabajar a media jornada en la empresa que patrocinaba el equipo para poder llevar un sueldo a casa.
Tiempo después, Rafa Casero montó el Electro Hiper Europa y ese año, Víctor, que ya trabajaba como jefe de Planta en una empresa de naranjas muy importante de la zona decidió opositar para ser profesor mientras corría en el equipo.
En 2021, la estructura del excorredor valenciano consiguió la licencia de equipo Continental y Víctor le pidió una oportunidad. “Pero tú ya estás de profesor”, le dijo Casero. Víctor insistió: “Cuando nazca mi segundo hijo tendré más flexibilidad para poder competir durante ese periodo”, argumentó con firmeza. Aquel año, cumplió su sueño de ser profesional.
El año siguiente, en lugar de dejar la bicicleta, tuvo que recalificarse como amateur con Gsport de Antonio Llopis, volviendo al equipo valenciano en 2023 tras un año repleto de victorias en la categoría élite, que desaparecería apenas un año más tarde. Víctor trato de enlazar con otro proyecto continental, el de Kiwi Atlántico de Enrique Salgueiro, que apenas duro dos meses.
Desencantado, se resistió a volver otra vez al campo amateur, consiguiendo un hueco en el Sidi Ali, otro proyecto continental de licencia marroquí que apenas le dio unos pocos días de competición.
Víctor es consciente de que el ciclismo siempre le ha ido apartando de su estela, empeñándose en que fuera únicamente su carrera de profesor la que le diera una satisfacción.
Pero, en medio de todo aquel brebaje de proyectos continentales de escaso recorrido, de segundas oportunidades, Víctor se enorgullece de, sin apenas posibilidades de brillar, haber podido disputar la Clásica del Mont Ventoux en la que terminó a tres minutos de Chris Froome, pero, sobre todo, de su noveno puesto como profesional en el Campeonato nacional de carretera que coronó vencedor a Oier Lazkano sin contar sus numerosas fugas. Aquel día, Vicente Belda, uno de los directores de los numerosos equipos por los que ha pasado, dijo que aquel resultado suponía un triunfo de Víctor: El de la constancia por ser ciclista.

Sin embargo, a sus 39 años, Víctor ha conseguido el verdadero premio a su tesón. Su pelea constante por tener un dorsal cada año y los resultados obtenidos en apenas un puñado de días de competición han llamado la atención de Rubén Pereira, Director Deportivo del Sabgal Portugués, un equipo donde coincidirá con grandes corredores con experiencia en el World Tour como Rubén Fernández o Harrison Wood.

Amparado en la modestia, tan sólo quiere cumplir su sueño: Que, con 40 años, sus dos hijos le vean pasar por delante de casa en la próxima Clásica a Castellón y que todos sus alumnos del Instituto Vall dÁlba, a los que no dará clase este año, puedan presumir de su profe. El triunfo del maestro.