Sus pulmones inhalan tranquilidad. En Tunja, al noroeste de Bogotá, a casi tres mil metros de altura, parece faltar el oxígeno. Pero lo que realmente le robaba el aire era la angustia de un mal final de año. Recordarlo parece avergonzarle. Consiguió llegar a París de milagro. Tras 21 etapas en las que sintió que penaba entre el pelotón. Como si hubiera ido sin un entrenamiento previo. Vacío de fuerzas. Tan sólo el tercer puesto conseguido bajo la lluvia en Ordizia consiguió devolverle la sonrisa.
Sabe que el ciclismo es rudo. Crítico. Olvidadizo. Que el Tour da y quita sin titubeos. Y que a Nairo se le golpea con facilidad. Se le resta importancia a que cayera tres veces. Una de ellas le abalanzó contra un enemigo tan frágil como efectivo. Una mata de ortigas que le produjo una reacción alérgica. Le dejó todo el cuerpo sumido en sarpullidos que incluso le provocaron ampollas entre las uñas. Pero eso es ya pasado. Su Tour. El de Nairo. Es ya pasado.

De ponerle tiritas a su desánimo se encarga Tunja. Allí le recibe su infancia. La añoranza de sus primeras pedaladas en la Escuela de Ciclismo de Santiago de Tunja. De aquello hace ya 26 años. Le inscribió su padre, un policía enamorado del ciclismo que, como la mitad del país, escuchaba el ardor de los comentaristas radiofónicos al narrar las batallas de la época entre Peter Winnen y Andrew Hampsten. Su pasión le llevó a poner de nombre a su hijo Winnen Andrew, para honrar a sus ídolos por igual, pero un malentendido en el censo hizo que a su hijo le inscribieran como Winner.
De un error salió un nombre único y auténtico. Ideal para un chico valiente que no dudó en cruzar el Atlántico para soñar con ser ciclista. En 2008 viajó a Italia gracias a su amigo Miguel Ángel Rubiano, que le puso en contacto con un equipo Continental Italiano,el Centri della Calzatura-Partizan, para que corriera a prueba como stagiaire. El billete, unos 1.300 euros, se lo pagó el equipo local en el que corría. Le dijeron que, como su región no contaba con un equipo profesional, que al menos alguien de allí luchara por serlo.
Pero en el Partizan consideraron que, apenas con 20 años, aún no estaba hecho como corredor y le aconsejaron que siguiera como amateur. Fue entonces cuando su amigo Nelson Rodríguez, a través de Sandro Larizzi, director deportivo del Lampre, le puso en contacto con Renzo Maltinti, un empresario de Empoli que tenía un equipo amateur en la región.

Pero, a pesar de ser regular, sus resultados no eran lo suficientemente atractivos para subir a profesionales. Finalmente, acabó recalando en el Danton, equipo rival del Maltinti. Con el Danton aprendió a cuidarse como ciclista. A llevar una buena alimentación. Y con ello llegaron 7 triunfos y los supuestos “50 puntos” que, a nivel nacional, solían ser suficientes para que los equipos profesionales se interesaran.
En su caso, la llamada se retrasó mucho. Tanto como un día antes de regresar a Colombia. Quizá para dejar Italia por última vez, le llamaron para firmar un contrato profesional. Fue gracias a Sandro Larizzi, que convenció a Giuseppe Saronni, mánager del Lampre, para que lo fichara para la temporada 2012.
Sin embargo, los inicios no fueron buenos. Repetidos problemas con su visado le hicieron perderse parte del inicio de la temporada, aunque sus prometedores destellos le llevaron a formar parte del equipo diseñado para participar en la Vuelta a España donde consiguió acabar entre los 20 primeros. Por eso, dos años después, acudió con la idea de hacer una buena clasificación general. Desgraciadamente, unos abanicos le hicieron perder tiempo, aunque no el suficiente para ser bien recibido en la escapada numerosa que se formó camino de Valdelinares. “¿Qué haces aquí? ¡No nos van a dejar llegar por tu culpa, descuélgate!”, le increparon cada uno de los 30 integrantes de una fuga que se presumía victoriosa.

Winner se vio obligado a hablar con Matxín, su director de equipo. Matxín, enfadado, fue claro: “Diles que los que te pagamos somos nosotros, no ellos, el que tenga problemas que me lo diga a mí”, reiteró con determinación. Pero el pelotón dio por buena la escapada. Javi Moreno, que en aquel momento corría para Movistar, se acercó a Winner: “Te puedes poner de líder, Movistar no va a tirar a por ti, Valverde da por bueno perder la clasificación en tu favor”, filtró. Pero Winner no pensaba en ese premio. El liderato sería efímero. Su victoria no. Por eso decidió correr para disfrutar de su victoria. Regalarse un resuello y lanzar los brazos al aire y que no fuera el ansia por ponerse de líder la que estropeara un momento que quizás nunca más se volviera a repetir.
Un año después, en 2015, sería justamente Movistar quien le reclutaría. Eusebio Unzue, Mánager General del equipo, se acercó a él en los durante el Mundial de Ponferrada. “Con nosotros tendrías tus oportunidades, pero quiero que seas parte del grupo de apoyo a nuestros líderes”, le ofreció.

Winner aceptó sin dudarlo. Dejaba atrás su experiencia italiana para centrarse en nuevos compañeros, sobre todo en uno. A Nairo Quintana le conocía desde cadetes aunque, por diferencia de edad, nunca habían competido juntos, a pesar de ser de la misma región. Con su compatriota era fácil sintonizar. Coincidir en el equipo reforzó su amistad. Su entrega era leal. Sin fisuras. Como en el aquel Tour de 2015 en el que Winner se descolgó de la fuga que serpenteaba por las curvas de Alpe d´Huez para tratar de empujar a Nairo en la dura tarea de arañar segundos en favor de su compatriota, que luchaba contra la tiranía de Chris Froome. O en aquel Giro de Italia de 2017 en el que se vació en plena ascensión del Blockhaus para que Nairo volase hacia la victoria de etapa.
Pero Movistar ya no contó con él para el Tour de 2019. Fue el primer año que dejaba de participar en una Vuelta grande. Y temió que fuera el inicio de un olvido paulatino para las grandes citas. Tampoco le hablaron claramente de renovar. Sintió que acababa un ciclo. Que podía empezar otro con su amigo. “Sabes que eres un hombre de mi confianza, podemos crear un buen grupo de trabajo en Arkéa”, le dijo Nairo, sabedor de que el equipo francés le reclutaba como jefe de filas. Era la fórmula necesaria para recuperar los estímulos perdidos aunque, tras la pandemia, el destino les empujara a un Tour baldío.

Aun así, Winner sigue creyendo en el ciclismo. Aunque le haya castigado con caídas. O con aquel descenso en el Glandon en el que a pesar de ser el más fuerte de la fuga, no pudo evitar que Romain Bardet le robara la victoria en Saint Jean de Maurienne, en el Tour de 2015. No dejará de recordar como aleccionaba a Pierre Roland para que, juntos, restaran los 10 segundos que les separaban de la estela impetuosa de Bardet. Aunque lo más doloroso fue perder a Michele Scarponi. “Scarpa” siempre estuvo pendiente de él durante su etapa en Lampre. Su pérdida, aunque pasen los años, sigue siendo tan aspera como para no cicatrizar.
Por eso, porque Tunja cura, recurre a ella. Para inhalar alivio. El oxígeno puede faltar a tanta altura. Pero no tanto como el aire cuando la angustia oprime. Y eso, es ya pasado.