Su sonrisa genera un mar de pliegues sobre su frente. Los años de fatiga acumulada no empañan el buen humor reflejado en un rostro que recuerda al del actor Dennis Quaid. Al recordar, hace que sus ojos pintados en un suave color castaño miren hacia una esquina. Reír le produce un ligero movimiento de hombros, tan robustos que le alejan de la figura espigada del ciclista común. Sus espaldas llevan soportando el peso del ciclismo desde hace muchos años, aunque nunca resultan demasiados para él.
Quizás su ciclismo no le pesa porque se sale de la estela de la presión que se espera de un ciclista de alto nivel. Desde bien joven lo convirtió en diversión. En un reto. En una rueda que gira sobre un deporte que le hace reflexionar cuando un jovencito recién llegado al equipo le pregunta sobre como invertir a largo plazo el sueldo que va a cobrar.
Vuelve a reír. El ciclismo ha cambiado. No para él. Lo descubrió como un medio para mejorar en el triatlón. Fallaba en los tramos en bicicleta. Pero pedalear acabó siendo lo único. Tanto que, aprovechando unos contactos en Austria, probó allí como amateur.
Sus progresos fueron tan evidentes que el ciclismo trató de propinarle un golpe de vértigo. Del campo amateur a un equipo World Tour. De pequeñas carreras donde mostrarse acudiendo en un coche de equipo apretado en el asiento de atrás junto con otros compañeros a las comodidades del T-Mobile. De carreras anónimas a las grandes Vueltas. De buscarse la vida a colocar los grandes sprinters.
El ciclismo le daba la vida. En cambio, en 2008, trató de robarsela. En aquella Kuurne-Bruselas-Kuurne el viento golpeaba al pelotón, que se defendía a bandazos. Uno de ellos generó una caída su parte derecha, lo que provocó una estampida hacia la parte izquierda, donde se encontraba él. Le embestida le propulsó contra un coche, impactando en él con la cabeza. Meses después, y de forma accidental, sus directores le confesaron que estuvo a punto de morir por un hematoma interno del que nunca le hablaron con precisión.
El cambio de rumbo llegó en 2011. André Greipel, uno de los fornidos sprinters para los que trabajaba en el equipo germano, le empujó a tomar su última decisión deportiva hasta ahora: “Tío, tú te vienes conmigo, te necesito en la pelea”. El hercúleo alemán quería seguir contando con los codos de su australiano preferido en su nuevo equipo, el actual Lotto-Soudal.
Enrolado en el equipo belga, se ofreció al ciclismo en su actitud más heroica. Como un gladiador. Decidió desprenderse de los objetivos marcados con una "X" para cruzar las grandes Vueltas de manera encadenada. Una batalla física con el esfuerzo como bandera. Con la fortaleza mental como armadura. Una estrategia suicida desprendida de un ciclismo moderno vestido de objetivos específicos. Una cruzada de 20 grandes Vueltas seguidas que empezó en la Vuelta de 2011 y que terminó en el Giro de 2018.
Veinte torturas seguidas que le ayudaron a entender la esencia de cada una de ellas. En Francia, el Tour se desveló como un negocio. Un circo donde los gladiadores acuden en plena forma para que el mundo entero les vea luchar por televisión mientras que hordas de turistas lo hacían a pie de cuneta. La Vuelta a España, en cambio, era todo lo contrario. Etapas cortas con salidas tardías que le permitieron disfrutar de un clima agradable. Pero la que le enamoró fue el Giro de Italia. Por sus paisajes. Por la pasión de su gente.
Realizar aquella gesta le llevó a días de sed por Andalucía, al frío húmedo que penetra las entrañas de los Dolomitas, al chasquido de un hombro roto, al ahogo de un esternón hundido. A la gloria de dos victorias tatuadas en una frente que se pliega en un mar de ondas al recordarlas.
La primera, conseguida en el Giro de Italia de 2013, fue una victoria heroica. De frío y lluvia, de rampas rugosas, de descensos suicidas. Adam eliminó uno a uno al resto de escapados. Como un gladiador en un Circo Romano que trata de sobrevivir. Hasta derrotar a Emmanuelle Sella, su último adversario, para luego huir de un pelotón que, como leones hambrientos, no entendían de justicia. Aquel día cruzó la meta de Pescara sin que sus costados mostrasen el color negruzco de una caída sobre un asfalto que parecía querer tumbar a todo aquel que trataba de aproximarse a su estela.
La gloria de aquella etapa le regaló 63 segundos de ventaja suficientes para ofrecer su triunfo al público. Empapados en esfuerzo, sus fornidos brazos se ofrecieron eufóricos al público, como los de Dennis Quaid en "El hombre más duro" . El año siguiente, en la Vuelta a España, su victoria favorita, se bañó en la frialdad de un ataque premeditado ante los favoritos de la carrera a cuatro kilómetros del final.
Pero, a su pesar, las dos victorias se venden mudas ante un gran público que parece obviar un premio destinado a muy pocos ciclistas para describir a un hombre entregado a un ciclismo de esfuerzos incomprendidos en un ciclismo moderno donde los picos de forma se trabajan al milímetro. Prefieren elogiar su ciclismo del pasado. De corredores como Marino Lejarreta o Bernardo Ruiz. Combatientes como él que decidieron entender el ciclismo de otra manera.
Adam, el australiano que, al contrario que muchos de sus compañeros, decidió encontrar el refugio de sus entrenamientos en un pequeño pueblo de la República Checa bajo la premisa de una orografía bella y de buen asfalto, aunque no entienda de calor. Que inventó un modelo particular de botines porque los que le ofrecían las marcas le hacían daño. Él decidió entender el ciclismo a su manera. Con gestas ilógicas abrigadas en el cariño de los aficionados que le han visto subir puertos bebiendo cerveza o disfrazado con pelucas que "robaba" a los aficionados.
A escasos meses de abordar la cuarentena, el ciclismo le sigue llenando. Aunque le pegara en el vientre el día que le robó a su amigo Bjorn Lambrecht en la pasada Vuelta a Polonia. A cambio, le hace sonreir de pura satisfacción al revisar el cajón donde guarda los relojes que le regaló Greipel por lanzarle en mil y un sprints victoriosos. A pesar de que ahora el ciclismo se esfuerce en cambiar, tanto como para obligarle a dar respuestas de banquero a las jóvenes promesas de su equipo, el ciclismo sigue siendo suyo. Siempre hay un espacio para un gladiador.