Quizá no ha sido su noche de Reyes esperada. La magia del ciclismo suele ir por otras vías. Siempre ligada a los entrenamientos y a la búsqueda de buen tiempo. Su seis de enero lo ha vivido junto a su compañero Jesús Ezquerra, a muchos kilómetros de su familia, de Lekeitio, la localidad en la que reside desde hace años, aunque él es de la vecina localidad de Ispaster, ambas enclavadas en la Vizcaya picuda que en invierno cubre el mar Cantábrico de gris.
En cambio, el sol de Almuñécar siempre pinta una raya violeta en una esquina del Mediterráneo antes de desaparecer. Estira la mirada. La de Ander es noble. Aún está limpia de las arrugas que genera el esfuerzo prematuro de haber sufrido sobre la bicicleta toda una vida. Pero su barba de tres días esconde las trazas de su pasado. De cuando era corredor de Triatlón. Un día se adelantó a su grupetta al subir un repecho. Al bajarlo, se confió en una curva, abriéndose tanto que invadió el carril opuesto pensando que no subiría ningún coche por el otro lado. Impactó con uno de lleno. Milagrosamente sólo perdió dos dientes y ganó las cicatrices que desde entonces rayan su cara.
Aquel 1 de mayo de 2018 creyó haber salvado su vida. Dos años después, esta dio un giro radical. La pandemia azotaba cualquier intento de organizar una prueba. Por suerte, las de ciclismo comenzaban a celebrarse y, llevado por el ansia de poder ponerse un dorsal probó a inscribirse en un equipo amateur, el Netlar Telecom. Con apenas un mes de competición se presentó en los Nacionales, ganando la prueba élite contrarreloj y quedando segundo en la de ruta. En Septiembre, los resultados siguieron acompañando. A pesar de no haber corrido antes, tenía madera para el ciclismo en carretera.
“Ruben tío, este chaval anda, hazme caso que no os vais a arrepentir”. Amets Txurruka, ex corredor de Euskaltel Euskadi y paisano de Ander estaba convencido de que su amigo tenía madera para ser profesional. Por eso llamó a su ex compañero Rubén Pérez, que en ese momento trabajaba como Director deportivo en el Burgos-BH. A su vez, David Cantera, encargado de buscar corredores para el equipo burgalés y gran aficionado al triatlón, certificó la opinión de Amets. Se iban a arriesgar con Ander.

Un año después, a sus 27 años, la carrera profesional de un chaval tan ancho de espaldas como espigado no había hecho más que comenzar.
Con tan sólo unos meses de preparación previa, aprendió aceleradamente a interpretar cambios de ritmo, aceleraciones descomunales de tipos hechos al ciclismo de carretera desde siempre. A sufrir la tiranía de los equipos World Tour a los que sólo conocía de ver por la televisión. El Tour de Alpes Marítimos fue sólo un aperitivo. Un inicio. La exigente Itzulia vino después. Una sucesión de etapas tan cortas como prolongadas en agonía.
Lo que no imaginaba es que su cuerpo estaba respondiendo a las expectativas. Tanto que sus directores decidieron incluirle en el equipo de la Vuelta a España 2021. Para Ander fue especial. Agria en nerviosismo. Dulce en emociones. Suave por encontrase con el cariño de los aficionados. Áspera hasta el último kilómetro ascendido, sobre todo en la etapa con final en Mos, donde sus fuerzas llegaron a flaquear enormemente tras tantos días de competición acumulado. Si alguien se encargó de que consiguiera terminarla en condiciones fue Ángel Madrazo. El veterano escalador cántabro fue su compañero de habitación. Un tipo desenfadado y casado con el cariño de la afición española cuya maleta de vida trasportaba toda la paciencia necesaria para tranquilizar a Ander, cuya angustia por hacerlo bien a veces le hacía no ver que decisión tomar en algunos momentos.
Su segunda participación en La Vuelta fue diferente. Tras un año de competiciones, su instinto comenzaba a despertar la capacidad de ejecutar las órdenes de equipo. “Ander, te queremos en las fugas”, le dijeron.

Llegar a atrapar la primera escapada supuso un triunfo. Significó haber podido tomar la salida. Ángel Madrazo no pudo hacerlo, al haber dado positivo por Covid apenas unos días antes y Manuel Peñalver, el sprinter del equipo, tuvo que irse la víspera. Ander intentó hacer todo lo posible por no contraer el virus. Hizo uso continuado de la mascarilla. Presa de la incertidumbre, apenas pegó ojo la noche anterior al último test previo a la carrera. Tenía miedo de dar positivo. Hubiese supuesto echar al traste la preparación de todo un año.
Una vez en carrera, peleó por no correr en pelotón. Por irse en fuga. Lo hizo hasta cinco veces. En una de ellas, la que rodó junto a Brandon McNulty y Jonathan Caicedo camino de Talavera, se convirtió en la más corta pero a la vez la más agónica, porque el pelotón nunca les dejó un margen suficiente para tomarse un respiro.
En las escapadas, los ciclistas nunca hablan. Sólo hay miradas vacías trenzadas entre jadeos que buscan en el horizonte el reconocimiento a un esfuerzo que se olvidará el día siguiente. Historias cruzadas que no se cuentan. La de Ander ha empezado tarde. A sus 29 años, apenas ha comenzado. Ahora se inicia su tercer año como profesional. En un día de reyes. No ha pedido nada. Sin embargo, hace tres años una pandemia le trajo quizá el mejor regalo que podía desear. Se convirtió de rebote en ciclista profesional. El año pasado también en rey. Rey de fugas.