Anthony Perez: lealtad "al rojo" hasta el final

El francés, de 34 años, ha tomado la decisión de colgar la bicicleta. Lo hace orgulloso, sin haber cambiado de maillot en sus diez años como profesional. Aquí repasamos la trayectoria de este "one club man" que ha desarrollado toda su carrera en Cofidis.

Anthony Perez cuelga la bicicleta tras diez temporadas en el Cofidis. Foto: Alessandro Perrone (Sprint Cycling Agency)
Anthony Perez cuelga la bicicleta tras diez temporadas en el Cofidis. Foto: Alessandro Perrone (Sprint Cycling Agency)

Desde que tomó la decisión respira tranquilo, aliviado por haber llegado a un acuerdo con sus dudas, por hacerlo en el momento correcto. Al fin y al cabo, había llegado a la meta propuesta: 10 años de lealtad al color rojo.

Cuando firmó por Cofidis, Yvon Sanquer, mánager general del equipo por aquel entonces, se lo dejó claro. Miró de frente a aquel chico tímido de rasgos suaves y pelo liso empeñado en desafiar la gravedad. Le obligó a levantar la mirada para que escuchase de frente que lo tenía por alocado, y que por eso fue de los últimos en llegar al equipo. Quería que aprendiese a centrarse, a calibrar sus movimientos con cordura. Además, Anthony llegaba con una mochila aún mayor. A sus 25 años, el paso a profesionales resultaba tardío, ralentizado por el desarrollo de un cuadro asmático que tardó mucho en identificar.

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Anthony Perez llegó a Cofidis en 2016. Foto: Sprint Cycling Agency

Cofidis siempre ha sido un equipo impregnado de ciclistas españoles, que en algún momento le han preguntado por el origen de su apellido, heredado de sus abuelos Juan Pedro y Petra, que eran de Arjona, lo que le valió el apodo de “andaluz” por parte de Luis Ángel Maté, que con sus bromas siempre celebraba cualquier nexo de unión con su tierra.

Han pasado muchos años de todo aquello. De las bromas de Maté, de las preguntas por su apellido. También de su leyenda de alocado. Con el tiempo convirtió sus impulsos en acertadas escapadas en la carrera que ha dado sentido a su trayectoria: el Tour de Francia.

Con una leve sonrisa gira su pensamiento hacia aquella galopada un 14 de julio en una etapa pirenaica, lanzado en volandas durante una gran cantidad de kilómetros por el enfervorizado público galo, siempre deseoso de ver a uno de sus corredores en busca de la gloria, como la que también intentó junto a su compañero Guillaume Martin camino de Tignes.

Sin embargo, la fuga más simbólica fue durante su segunda temporada como profesional, junto a Stéphane Rossetto, quien más que un compañero se convirtió en un amigo. Ambos sabían que su madre estaba muy delicada de salud, y juntos se animaron a pedalear por ella durante casi toda la carrera.

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Celebrando su victoria en la 3ª etapa del Tour de Luxemburgo 2017, por delante de Van Avermaet y Meurisse. Foto: Sprint Cycling Agency

Su trayectoria, aunque la recuerde con prudencia, también quedará pintada en el lienzo de las grandes victorias. Anthony prefiere rescatar tres: La primera, en el Tour de Luxemburgo, conseguida delante de Greg Van Avermaet, la siguiente, aquella que pudo dedicar en Haut Var a su madre tras su fallecimiento y la última, la obtenida en la Clásica de Drome, por cuanto significó su consagración como corredor.

Pero, tras diez años persiguiendo sueños, el pasado mes de mayo, mientras Yates, Carapaz y Del Toro peleaban entre ellos por alzarse con el triunfo final del Giro de Italia, en un rincón del pelotón, él se enfrentaba por primera vez a unas preguntas que punzaban serias en su cabeza y ante las que se auto examinaba por su rendimiento.

Los meses siguientes no ayudaron. Se sentía sin objetivos, totalmente alejado de los resultados que debería exigir tras los entrenamientos de calidad que hacía. En Septiembre lo habló con su pareja. Aun latía el susto que pasó cuando el año pasado ella tuvo que enfrentarse a un cáncer embarazada de Loan, su segundo hijo.

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Tras una escapada en solitario de 40 km, el francés firmó en la Faun Drôme Classic 2023 su quinta y última victoria como profesional. Foto: Tomasso Pelagalli (Sprint Cycling Agency)

Entendió que eso eran problemas de verdad, y que lo suyo tan sólo significaba terminar con un ciclo, el fin de una escapada que ya había durado los diez años que se había propuesto.

Por eso ha tomado la decisión de dejar la bicicleta. Porque ya no sentía ambición ni la motivación necesaria. Porque percibía que su papel como padre y marido debía ser aún más exigente. Lo hace orgulloso, sin cambiar de maillot, como hizo David Moncoutie, ciclista que admiró de niño y razón por la que siempre quiso formar parte de esa escuadra.

Ahora, una vez que la burbuja del ciclista explote por un pinchazo de realidad, Anthony se enfrentará a nuevos desafíos. Pretende seguir ligado a la bicicleta, a los entrenamientos, abierto a que las nuevas generaciones se acerquen a aquel chico de mirada mediterránea para aprender de la experiencia del que apostó “todo al rojo” hasta el final.

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