La lluvia y el frío hace ya muchos kilómetros que se convirtieron en aliados. La palidez reflejada en la cara de muchos otros corredores impregna de motivación su pedaleo. Ángel Madrazo y Jesús Ezquerra han estado muy pendientes de él. Le dijeron donde no gastar energía. Saben protegerle. De pronto, tras la salida de una curva, la bicicleta le hace un extraño. Resignado, baja la vista al suelo. Con un leve salto sobre ella confirma sus sospechas. Una de sus ruedas pierde aire. Demasiado tarde para cambiarla. Su frustración se clava en sus nervios por hacerlo bien. Ezquerra se percata. "Tranquilo, no arriesgues demasiado. Vamos a ver si podemos echar una mano a Ángel al sprint", le silba bajo la lluvia. Carlos asiente mientras, instintivamente, aparta de su cara la suciedad que continuamente salta de la rueda trasera del corredor que le precede. Gesto instintivo que aprendió desde niño. Él creció entre el barro y la lluvia gallega. Amparado en las gestas de un ídolo que nada tenía que ver con el ciclismo en carretera. José Antonio Hermida era el dominador de las pruebas de Mountain Bike que él soñaba con disputar. Para Carlos, el ciclismo sólo tenía sentido si era bajando pendientes imposibles con su Mountain Bike o ataviado con la bici al hombro en exigentes pruebas de ciclocross. Su talento le ubicaba como una de las promesas españolas de ese deporte. Sin embargo, de la forma más inesperada, el ciclismo en carretera tocó su puerta de manera agresiva. Como si, desafiando a la lógica, intuyera que, ese chico, tenía algo que le correspondía. Con 18 años Carlos Canal fichó por dos temporada por el equipo burgalés. Foto: Rubén Navarro / Burgos-BH "Si no he hecho carretera nunca", le dijo a Julio Izquierdo, Mánager del Burgos BH. Pero Julio había sido asesorado lo suficiente como para convencerle. "Chaval, sé que eres muy joven. Sin experiencia en esto. Pero vamos a probarte. Quiero que crezcas sin prisa", le dijo, empapando su oferta en su deshilvanada voz. Carlos, a sus 18 años, en 2020, firmó un contrato de dos años en un hilo de incertidumbre prematura. La misma que sintió en su debut como profesional meses después en la Faun Ardeche Classic. Aquel día, sintió que todo era de verdad. Que el pelotón agredía su estima. Que los grandes corredores leían una carrera que el parecía no entender. "Todo tiene su adaptación. Sólo tienes 18 años", le explicaron. Pero él quiso revelarse. Reivindicar que, aunque fuera a fuego lento, quería cocinar un día apetitoso en alguna carrera. Por eso, tiempo después, durante la disputa de una de las etapas del prestigioso Tour de Valonia, se enroló en una fuga de entidad, junto a hombres del World Tour. "No te acostumbres a lo bueno", bromearon sus compañeros. Y estaban en lo cierto. El ciclismo es un deporte que alberga muchas variables. Casi todas pintadas en forma de obstáculo. Un año después, el equipo lo eligió para disputar una de las pruebas más importantes del calendario: la Vuelta al País Vasco. Con una meditada sonrisa, sintió que llegaba en buena forma. Así, durante el transcurso de la quinta etapa, aquella que dibujaba un sinfín de subes y baja entre Hondarribia y Ondarroa, quiso probar a enrolarse en otra escapada. Pero, sin darse cuenta, su rueda delantera se enganchó en una alcantarilla, saliendo despedido de la bicicleta. Sin apenas tener tiempo de intuir como caer, la carretera le propinó un golpe que pareció perdurar una eternidad. Cuando se levantó, su costado derecho parecía estar en carne viva. Aturdido, decidió enfrentarse a su problema como un león malherido que ha perdido su manada. Se prometió cruzar la línea de meta. Aprender de las penurias de ese día. Honrar su dorsal. Amparándose en un grupo de corredores rezagados consiguió su objetivo. En la llegada, la organización le premió como el corredor más combativo del día, premiando su tesón. A duras penas consiguió subir al podio donde, compungido agradeció con un tibio saludo los aplausos que premiaban su batalla con la mala suerte. Canal en la contrarreloj inaugural de la Itzulia 2021. Foto: Photo Gomez Sport Pero, su cruzada no terminó allí. Aquella noche, embalado en mil y una vendas, apenas pudo pegar ojo. El día siguiente su equipo decidió que no tomara la salida. Carlos, dolorido, sólo se dio un día de tregua. El que tuvo que realizar para volver a casa. Él venía del barro. Del frío. ¿Qué era una caída? "Intentaré cortar los ataques", le silba a Ezquerra. Jose Antonio Soto parece ya inalcanzable. Pero, con tres corredores en el reducido grupo de favoritos, deben de asegurarse al menos un puesto en el podio de la prueba. Con la agilidad de la experiencia adquirida en la Mountain Bike y en el Ciclocross, a pesar de que una de sus ruedas apenas tiene aire, consigue librar el peligro de las últimas curvas empapadas en charcos. El sprint se resuelve en favor de Madrazo, que se adjudica la segunda plaza. Él entró séptimo. "Hoy te has portado, campeón", recibe como premio en uno de los asientos del autobús del equipo. Carlos sonríe alagado. En el ciclismo, tal y como le dijeron, los buenos momentos son escasos. A sus 19 años, aun le quedan por vivir muchas experiencias. De momento, saber quién es. Qué ha venido a hacer aquí. Y luego, dar pequeños pasos. Los que le han sacado del barro para llevarle al asfalto.