Las vacaciones de Gorka son muy diferentes a las de sus compañeros de trabajo de Sapa, la empresa de Andoain (Guipuzcoa) donde trabaja como ingeniero electrónico diseñando convertidores de electrónica de potencial para tracción de vehículos. Él las utiliza para correr carreras de ciclismo profesional.
Hace unas semanas tuvo que pedir incluso un día más, porque tras terminar de correr la Volta al Alentejo, en Portugal, su vuelo a Bilbao se canceló. Afortunadamente, llevaba el portátil y pudo adelantar trabajo en el hotel donde fue reubicado.
A Gorka el ciclismo no le conoce. No le conoce nadie. Es un tipo tan atípico que habla de sus propias vivencias con cierta sorna. Además, a sus 26 años, se le considera viejo. Sin embargo, apenas lleva un año dando pedales con un dorsal en su espalda.
Su origen deportivo es igual de rocambolesco que su historia. Con 23 años, se dedicaba a jugar al baloncesto pero, las ganas de cambiar de deporte primero, y la pandemia después, le enviaron a un rodillo donde se entretenía pedaleando con una bici de aluminio que se compró con unos ahorros mientras compaginaba su trabajo con un Máster.
Tras la cuarentena se apuntó a la Quebrantahuesos. Como no tenía un tiempo previo asignado debía salir en último lugar. Aquel día se puso a llover y por resguardarse lo máximo posible, cuando llegó a la salida se encontró que no había nadie. Lejos de amilanarse se hizo totalmente sólo la prueba, ataviado con un chubasquero que le hacía parecer un globo hasta completarla en seis horas y quince minutos.

El año pasado, sus amigos le animaron a correr en amateur, ya que, por edad, sería el último año en el que podría correr el Lehendakari. Se apuntó como independiente, con el maillot de la empresa de un amigo. Ni siquiera sabía lo que significaba ir en pelotón. En la segunda carrera, la de Estella, el ir retrasado le salvó de la mayor caída que ha visto nunca. Tras aquel frenazo se encontró una montonera de chavales gritando de dolor bajo un amasijo de bicicletas. Ver tanta sangre le asustó, pero ya llevaba el veneno del ciclismo bien metido en el cuerpo.
Se adaptó rápido y, en abril, el Baqué le reclutó. Unos meses después, en Junio, se escapó junto a cuatro corredores en la carrera de Beasain pero, tras salirse en la última curva, acabó siendo engullido por el pelotón. En ese momento entendió que en el ciclismo no sólo había que dar pedales, también era importante estudiar los recorridos. Por eso, dos semanas después, se fue a inspeccionar la última curva de la carrera de Berriatua. Allí no iba a hacer el primo. Allí iba a levantar los brazos.
Tras terminar la temporada, se dio cuenta de que, con sólo un año en el ciclismo, había ganado carreras en una categoría cada vez más profesionalizada, haciendo entrenamientos de dos horas entre semana después del trabajo con una linterna enganchada en el manillar por si oscurecía. Tampoco había corrido carreras importantes como la Copa de España, ni pertenecía a ningún equipo filial de una estructura profesional. Simplemente era un desconocido que había llegado tarde.
Pero Joseba Santamaría, encargado de hacer los fichajes en el BAI-Sicasal-Petro de Luanda, equipo continental angoleño que iba a correr el calendario portugués, le contactó para hablarle del proyecto. Al principio Gorka lo rechazó. No iba a dejar su trabajo por unas condiciones que entendía no eran las de un ciclista profesional, pero la falta de ofertas le animó a hacerlo.

Ahora Gorka tiene dos trabajos: el suyo como ingeniero en Sapa, con horario de siete y media a cuatro, y el de ciclista profesional, que ejerce pidiendo vacaciones para correr carreras.
Hace unas semanas acudió a la Volta al Alentejo simplemente para saber quién era en el mundillo. Si su potencia valía para sprintar o si, simplemente, sería capaz de terminar una carrera entrenando casi como un cicloturista al que le preocupa que anochezca pronto.
En la primera etapa, su instinto le hizo colocarse lo suficientemente bien como para evitar una caída que dinamitó el pelotón en los kilómetros finales, hasta dejarlo en 25 corredores. Luego se buscó la vida entre ruedas hasta terminar consiguiendo un sexto puesto. Los días siguientes, simplemente aprendió un poco más de que iba el ciclismo mientras, al principio de cada etapa, el “Gallu” José Manuel Gutierrez, el corredor más experimentado del equipo y su compañero de habitación, les contaba como se iba a desarrollar la carrera. Sorarrain concluyó 23º la ronda portuguesa.

Él, en cambio, no se siente ciclista profesional. Tiene que cogerse vacaciones para serlo. No puede permitirse una caída. Eso le obligaría a cogerse la baja en su trabajo. Además, el calendario del equipo es escaso. Pero le han dicho que tienen invitaciones para participar en la Volta a Portugal en agosto y, antes, podrá correr en Ordizia, la carrera que circula por las carreteras en las que entrena. Esas serán sus vacaciones. Quien sabe, quizás un equipo de mayor categoría pase por alto su edad y se fije, tan sólo, en que hace tres años se dedicaba a lanzar tiros a canasta con los amigos. Ahora también es ciclista profesional, aunque sea a tiempo parcial.