Dario es un amante del dibujo. Podría incluso dedicarse a ello nivel profesional. Hoy, en el espacio que ha habilitado en su garaje, se encuentra ante el lienzo más difícil de su carrera: una gran tela blanca que espera ser surcada por los trazos que marquen la silueta de su futuro.
Hace muchos años, la inercia de su potencial como amateur jamás le hubiese hablado de este momento. Había ganado el Giro sub23, y los equipos más importantes de Italia en aquel momento, Liquigas y Lampre, pujaban por ficharle. Él se acabó decantando por el primero. Había escuchado que se trataba bien a los jóvenes pero, sobre todo, le seducía la idea de correr no sólo con Vincenzo Nibali, sino también con su paisano Danilo Di Luca.
Con Danilo, con el que ya no tiene contacto, apenas pudo coincidir un año. Dos después él firmo por Quick Step. Los belgas siempre habían estado centrados en las clásicas y las etapas al sprint. Con espacio suficiente, era el equipo ideal para probar como hombre de Grandes Vueltas. Fueron 4 años donde lo intentó en el Giro. Rondó el top10 en un par de ocasiones, pero entendió que había hombres más fuertes que él para asaltar un podio. A cambio, en su último año en la estructura flamenca (2012) vivió los 200 metros más duros de su carrera profesional, que le llevaron a ganar una etapa de la Vuelta a España sobre las rugosas faldas del Cuitu Negro en la que el esfuerzo agónico por alejar a De Gendt ni siquiera le permitió levantar los brazos.
Su siguiente reto se pintó en colores tibios y ocres sobre la humildad de aceptar que su carrera la marcaría su labor como gregario. Sin embargo, acudió al servicio del mejor hombre-Tour del momento. Chris Froome, que el año anterior tuvo que decelerar en la montaña para que su compatriota Bradley Wiggings fuera el vencedor final en Paris, se percibía como el líder natural aquel año. Dario enseguida inhaló la tensión que aquel año se respiraba dentro del equipo Sky y, sobre todo, sintió como afloraba en él la necesidad de ganarse la confianza de Chris. Lo hizo en la primera ocasión, durante una sesión fotográfica previa al inicio de temporada que el equipo organizó en Londres y donde le ubicaron a Froome como compañero de habitación.
Dario, como en una acuarela, diluyó su miedo en la mirada de un tipo amable, carente de cualquier afán de supremacía. Semanas después, en el Tour de Omán, durante la disputa de su primera prueba juntos, le buscó en los últimos kilómetros de la etapa inicial, que iba a desembocar en un sprint. El inglés parecía nervioso. Quería guardar una posición cabecera, pero tenía miedo de sufrir una caída. “Sígueme, conmigo no te caerás”, lanzó Dario. Chris dudó, pero aceptó seguirle. Horas después, ya en el Hotel, el británico entró en su habitación para agradecerle su trabajo.
Dario suspira. Frente a sus hojas en blanco parece trazarse una fina estela celeste, intensa y viva como los colores del Astana que defendió durante tantos años. Fue una época en la que participó en la emboscada a Tom Dumolin que desembocó en el triunfo en La Vuelta de 2015 de Fabio Aru, con el que meses antes habían intentado, junto a Mikel Landa, arrebatar a Alberto Contador el Giro de Italia de aquel año.
Era el capitán de ruta indiscutible, pero en su tintero faltaba el color dorado de una victoria en el Giro. Ahora, despojado de las apreturas que vivió, reconoce alivio cuando esta llegó, en 2019, porque aquel día dio sentido a la determinación de un sueño.
Luego llegó la pandemia, que no sólo le trajo incertidumbre, también vino acompañada del silbido de Daniele Bennati. Su compatriota le animó a irse con él al Movistar Team, porque era un equipo en el que su forma de entender el ciclismo iba a ser correspondida.
Además, le faltaba otro color por conocer, el rojo fuego de la viveza que transmitía Alejandro Valverde. Un tipo al que los años no conseguían penalizar en su motivación. “¡Sprint en aquel cartel!”, gritaba el murciano a sus compañeros en cada entrenamiento. La ilusión de aquel juvenil de 40 años se contagiaba sin querer.
Sin embargo, Dario llevaba un tiempo hablando con Luca Guercilena, Mánager del Trek. Hasta entonces, nunca se había dado la ocasión de acudir al equipo americano, pero la irrupción de Giulio Ciccone, una chico de su región con el que llevaba en contacto desde juveniles le hizo dar el paso definitivo. Le motivaba poder acompañarle en sus logros futuros.
En cambio, su ilusión apenas duró un año. En 2023, justo en la misma etapa de la Volta a Cataluña en la que el año anterior su paisano Sonny Colbrelli disputó su última carrera antes de poner fin a su trayectoria profesional por un problema cardiaco, Dario sufrió el peor día de su vida.
A falta de 5 kilómetros, cuando el pelotón se dirigía por un descenso a Sant Feliú de Gixols a 80 kilómetros por hora, se produjo una caída en el lado izquierdo del pelotón. Dario se encontraba en el flanco opuesto, por lo que no pensó que pudiera verse implicado. Pero el bandazo posterior hizo que varios corredores cayeran delante de él. En apenas un segundo, salió despedido. Horas después, los médicos que le atendieron en el Hospital de Girona le detectaron hasta 15 fracturas, además de dos neumotórax que estuvieron a punto de poner en riesgo su vida.
Hoy, ante su lienzo, que aún espera paciente a sentir los trazos de su mano, reconoce que aquella caída aceleró su retirada. A sus 39 años, deja un ciclismo que le ha hecho llorar. Que le ha llegado a arrinconar en la soledad de un grupo. Que ha golpeado con saña su cuerpo hasta el punto de que, aun hoy, siga reprimiendo el dolor a la altura de sus vértebras. Más abajo, las placas enganchadas al fémur apenas le permiten correr a pie. Pero su alma está tranquila. Sus primeros dibujos los pintó en un ciclismo que aún no era moderno. Los últimos, salen entrelazadas de un deporte que ahora sólo se mide en datos. Afortunadamente, siempre le gustó transmitir lo que había aprendido. Al lado de su lienzo su teléfono espera el acuerdo definitivo que le anude con un equipo ciclista donde ejerza de Director Deportivo. En cuanto la pantalla brille, su lienzo lo hará también.



