Respira hondo. Relativiza la pausa. Aprendió a hacerlo hace unos años. A canalizar la presión. Inspirar soluciones. Espirar los problemas. Por eso camina pausado, con calma. Hace ya tanto de aquel chico que navegaba en dudas.
Aquel día, el profesor hablaba hueco. Aturdido, David hacía ya tiempo que había dejado de escucharle, así que no se lo pensó. Recogió sus cosas y se levantó en medio de la clase. Por aquel entonces, estudiaba un curso puente en Sabadell para acceder a un grado superior de Educación Física. Eso por las tardes. Por las mañanas trabajaba de cajero en un Opencor de Tarrasa, donde vivía. Y entre medias, practicaba atletismo, lo único que de verdad le motivaba, siempre y cuando no salpicasen las lesiones, que era lo fecuente.
Desmotivado, a sus 18 años sentía que no conseguía encontrar su camino. Esa tarde caminó sin rumbo hasta parar delante de una tienda de bicicletas. Siempre había querido una Mountain Bike pero, mientras el dependiente la buscaba se fijó en otra muy distinta. “Oye, qué vale la BH Iserán que tienes por ahí”, preguntó al dependiente. “¿La del triple plato? te la dejo en 500 euros”, le respondió. Tras dejar 20 euros en señal, al día siguiente se enganchó al placer del aire en la cara. Todos los días, de Sabadell a Tarrasa.

Un día, al ir a coger la bici, descubrió que tenía un pinchazo. Casualmente, enfrente de su casa había otra tienda: Ciclos Trujillo. Mientras trataba de arreglarlo el dueño, Antonio Trujillo, salió a preguntar que le pasaba. Le hizo pasar dentro. Mientras se lo arreglaba, David le dijo que le gustaba eso de dar pedales. Antonio le colocó la bici a medida y le puso en contacto con un grupo de ciclistas. Pronto descubrió que se le daba bien. Le preguntó si quería competir. En pleno mes de julio, la temporada de juveniles estaba ya muy avanzada, pero David se adaptó perfectamente y, tras finalizar, le ofrecieron correr como amateur en el filial del Andorra, donde corrió dos años.
Joaquim Rodríguez, la gran referencia del ciclismo catalán, escuchó sobre las aptitudes de David. Se lo llevó a entrenar. Le enseñó a comer bien. A repartir esfuerzos. Mejor aún. Habló con Eusebio Unzue, el mánager de Movistar. Unzue no tenía hueco para él, pero pasó el mensaje a Juanma Hernández, Mánager del Caja Rural, que lo enroló en su equipo filial.

En poco tiempo, sus prometedores resultados hicieron que Juanma no se lo pensase y le subiese al primer equipo. Ya era profesional. Fueron unos años en los que disfrutó del placer de correr sin presión. Sin más incentivos que el aprendizaje pero suficientes para recibir ofertas tentadoras del extranjero.
David decidió salir de su zona de confort, firmando por el NetApp-Endura alemán en 2013. El cambio no fue fácil. Pasó de vivir con su abuela en Sabadell a emanciparse en la Costa Brava, donde podía entrenar mejor. Pero debía adaptarse a un idioma que no dominaba. En el equipo el líder era otra joven promesa, Leopold Konig, pero le permitieron su espacio para crecer. Sin embargo, la suerte no se alió con él. En su primer año, tropezó en su primera grande, la Vuelta a España donde una lesión de rodilla le obligó a abandonar durante la segunda semana.

Pero, el año siguiente, la decepción fue aun mayor. David sentía que su nivel como ciclista mejoraba y, por eso, decidió no renovar su contrato con NetApp a pesar de que le ofrecían dos años más, acudiendo al Tour con la intención de dejarse ver y atraer un mejor contrato. Pero, de nuevo, la maldición de la segunda semana se encargó de tirarle al suelo en plena escapada camino de Saint Etienne. Entre sollozos, tuvo que subirse a una ambulancia tras serle pronosticada una rotura de clavícula.
Pero rápidamente, una llamada de teléfono se encargó de apartarle del abrigo de la incertidumbre. José Ibarguren, médico del Quick Step, iba a darle una buena noticia. A “Doky”, como se le apodaba en el mundillo ciclista, le conoció tras un training camp al que el equipo le había invitado tiempo atrás y con el que no tardó nada de tiempo en empatizar. “Lefevere está buscando un escalador para echar una mano a Rigoberto Urán en el Giro, ¿te interesa?”, le disparó. Un mes después, tras recuperarse de la lesión, en el hotel donde su equipo se alojaba durante la disputa del USA Challengue, Lefevere se reunió con David para firmar el contrato para 2015.

David, que había crecido en el ciclismo sin más referentes que el cariño de “Purito” Rodríguez pasó, de repente, a verse escoltado por la experiencia de Cavendish, Urán, Nicky Terpstra o Tom Boonen. El belga siempre le decía que todo el mundo es un poco de la esencia de la gente que le rodea, y David no podía tener mejor compañía.
Y esa motivación es la que le ayudó a descubrirse como ciclista. A disfrutar de las vueltas de una semana. A embarcarse en aquella fuga camino del Alto del Naranco en la edición de la Vuelta de 2016. Por la mañana, le habían pedido que estuviera en la fuga. A pesar de que el líder del equipo era Gianluca Brambila, que había hecho un gran Giro meses atrás, David también tenía sus opciones. Los tiempos que le cantaban por el pinganillo no eran muy esperanzadores, pero le podían permitir vestir el maillot provisional de líder. “Olvídate de eso David, vamos a por la etapa”, le pidieron.

En los últimos kilómetros de ascensión apretó los dientes. Tensó su bravura hasta sentir que sus piernas ardían. Pero consiguió imponerse en aquella etapa que además le regaló, aunque fuera por un solo día, el maillot de líder provisional. Pero el regalo estaba envenenado. Porque iba cargado de mayor responsabilidad. De objetivos mucho más ambiciosos para los que pudiera no estar preparado, pero que no le dejaban conciliar el sueño.

El año siguiente tomó una decisión determinante, abandonaría el equipo belga por otro más centrado en sus objetivos, las grandes Vueltas. El destino que juzgó más oportuno fue el del Sky.

David lo tenía claro. Su gran objetivo en 2018 sería la Vuelta a España. Y su máxima aspiración, conseguir entrar en el podium final. El camino para llegar allí había sido el adecuado. Tenía un buen peso y, sobre todo, el último test efectuado en la Vuelta a Burgos, con un tercer puesto en la general, disparó sus expectativas.
Pero, sin entender cómo, David se derrumbó. Tras no estar con los mejores en la montaña, su declive moral resultó decisivo. Incluso en los descensos, sus piernas se agarrotaban de pura tensión. De presión auto impuesta. Y se castigó por ello.

Pero incluso en el pozo más oscuro se puede encontrar un espejo. Una lección. Una clave para resurgir de nuevo. Un paseo frente al mar que le golpease con la brisa fresca necesaria para pensar con claridad. Como cuando salió de aquella clase aturdido en mil dudas.
Tras la temporada de 2019 cambiaría de equipo. Necesitaba acertar. Un guiño de alguien conocido que supiera ayudarle a manejar la presión para sacar de nuevo su coraje. Por un lado, Eusebio Unzue, que nunca había dejado de seguirle, le ofreció una oportunidad. Pero se decantó por otro Director que le había apoyado en la sombra: Joxean Fernández Matxín.

El vasco había sido uno de sus directores en el Quick Step. Experto en penetrar en las mentalidades más sensibles, Matxín sabía perfectamente cómo recuperar a David. Con la mano izquierda que da el cariño. La empatía. Necesaria para que, aquel cajero del Opencor, aquel adolescente que salió corriendo de aquella clase temeroso de perderse en el laberinto de la incertidumbre vuelva a recuperar la mejor de sus versiones.