Eduard Grosu: el capitán del Drone Hopper-Androni Giocattoli

Acostumbrado a ser siempre el único rumano en el equipo, el ciclismo le ha regalado cinco idiomas y un instinto especial no sólo para los sprints, sino para intuir las desapariciones de los equipos.

Grosu en una imagen reciente en el Tour de Grecia. Foto Tommaso Pelagalli (Sprint Cycling Agency)
Grosu en una imagen reciente en el Tour de Grecia. Foto Tommaso Pelagalli (Sprint Cycling Agency)

Ok, ci sentiamo”, señala al colgar el teléfono en un italiano impecable. Sus ojeras delatan la intermitencia de una sonrisa apagada, aparcada en un rostro tan blanquecino como estrecho en su mentón, aunque apenas se aprecie bajo una profunda barba. Lo bueno es que ya no tose, y que puede hinchar de aire su pecho sin expulsar fatiga.

Hace unas semanas acudió al Tour de Turquía con el ánimo de preparar su participación en el Giro de Italia. Pero las etapas llanas se le escurrían de las manos. Incapaz de mostrar su velocidad entre los mejores, su cuerpo tan sólo le pedía descansar. A su vuelta a casa, los médicos le diagnosticaron una bronquitis. Semanas después, programó junto al equipo participar en el Tour de Grecia. Lo correría modo de test final, para deshacer la duda de si estaría o no en su tercer Giro. Pero los resultados fueron aun peores. Tras la segunda etapa, sentía una debilidad inusual en un tipo fornido como él. Eran los efectos de una mononucleosis que, definitivamente, le apartaba de la competición.

Eduard siempre ha serpenteado entre las alas de una felicidad que nunca fue estable. Viorel, su padre, también fue ciclista profesional y, sin dudarlo, empujó a su hijo a que siguiera su camino. Sin embargo, Rumanía no era tierra para ciclistas, por lo que sus títulos nacionales apenas iluminaban el ansia de Eduard por pasar a profesionales.

A cambio, fue la disputa de Tour de Rumanía en 2013 el que cambiaría su destino. Stefano Giuliani, exciclista profesional se percató de las dotes de aquel joven sprinter y le propuso firmar por su nuevo proyecto, el Vini Fantini: “Chico, el Farnese ha cerrado y nosotros seremos Continentales el año que viene, pero vamos a crecer, te lo digo yo”, le dijo con firmeza.

Eduard Grosu
Eduard Grosu cumple su novena temporada como profesional en el Drone Hopper-Androni Giocattoli.

El mánager italiano le regaló cuatro años. El primero, el de la sensación de correr en familia. De abanderar con humildad hasta el más pequeño de los logros de algún compañero. El segundo, fue el de su primer Giro de Italia. El primero que aportaba un dorsal a un rumano. Lo compartió con Shergei Tvetcov. Ambos recuperaron la atracción por el ciclismo que había iniciado su padre.

Sin embargo, en 2018 las discusiones comenzaban a empañar la imagen de un equipo que corría en familia. Sus seis victorias sin duda eran la llave para cambiar de aires. Pudo ser el CCC polaco, pero la oferta que de verdad despertaba un hormigueo en su estómago era la del Delko Marseille, seducido por la idea de poder acudir al Tour de Francia.

Decidió dejar atrás los consejos de Giuliani y de Tebaldi, enrolándose en la visión de carrera de directores más inexpertos como Gorka Guerrikagoitia.

Con ellos llegó su victoria más reputada, en el Tour de Limburgo 2019. A pesar de que muchos compañeros acudían cansados tras la disputa del Tour de Luxemburgo hasta el día anterior, les pidió que apostaran por él: “Lo único que os pido es que me ayudéis a pasar los tramos de adoquinado bien posicionado”, les dijo. A pesar de que pronto abandonaron dos compañeros, el resto le acompañó al sprint final.

Dos años después de su llegada, la situación cambiaría de forma radical. El equipo nunca fue invitado al Tour, y los malos augurios en cuanto a la continuidad del mismo se pintaban en un horizonte tan oscuro que conseguía apagar el tono azul claro de su maillot.

Grosu celebrando una de sus victorias, en la CRO Race 2019
Grosu celebrando una de sus victorias, en la CRO Race 2019. Foto: Sptint Cycling Agency.

En 2021, durante la disputa de la Volta ao Algarve, recibió una llamada de Philippe Lannes, uno de los mánagers del DELKO: “Las cosas van mal, no te voy a engañar, no puedo asegurarte la continuidad del equipo el año que viene”, le dijo.

Eduard no se lo pensó. Era mejor tener atado un nuevo equipo cuanto antes. Ni siquiera tenía garantizado un calendario. Firmó por el Drone Hopper-Andronni Giocatolli en cuanto pudo. Aliviado, se esforzó en seguir haciendo resultados a pesar de que no vio ni una sola nómina desde el mes de julio. Pero en eso había consistido su ciclismo, en el serpenteo entre una felicidad inestable.

Reflexionar sobre su pasado le hace inhalar aire. Afortunadamente, ya no lo expulsa entre toses. Para Eduard, el infortunio es tan sólo un efímero invitado en su vida. Como un encuentro casual con un viajero en el compartimento de un tren antes de separar sus caminos en un andén.

Su viaje sigue en un ciclismo que, a pesar de haberse caído mucho, tan sólo le rompió la clavícula una vez. Le ha regalado un título nacional el día que su padre cumplió años. Los otros 49 le ilusionan también, pero es consciente de que se consiguieron en un país donde el ciclismo sólo volvió a ser de interés cuando él y Tvetcov disputaron el Giro.

Eduard tuvo que salir fuera. Aprender cuatro idiomas y ser siempre el único rumano de un equipo en el que, en algunas ocasiones, tuvo que esquivar desapariciones. Nada de todo esto empaña la felicidad de un tipo fornido. Habitual de la adrenalina de los sprints, incluso de aquel que, aunque lo guarda en el cajón de los olvidos junto a los de los otros segundos puestos, estuvo a punto de ganárselo a Elia Viviani cuando superó la rueda de Michael Matthews y cambiar su destino con 22 años. A cambio, sus victorias le avalan. También su rol de capitán en el Drone Hopper-Andronni Giocatoli. Aunque impere la felicidad inestable.