“¡Ahora subo!”, lanzó. Después se quedó pensativo mirando su vaso de leche, mientras, de forma mecánica, seguía removiendo el contenido con una cucharilla. “Tienes dos opciones, o ver el vaso medio lleno, o verlo medio vacío. Pero eso depende de ti. Aunque, si me lo preguntas, yo lo vería medio lleno, porque sabemos de lo que eres capaz. Que no te venza el desánimo”, le dijo Sebastián Unzué en la concentración de Pamplona el pasado mes de octubre.
No era el único que pensaba así. Hace muchos años, viendo una etapa del Tour con su padre, éste le dijo: “Hijo, no sé en cuanto tiempo, pero yo sé que un día te veré a ti al otro lado de la tele, en otro Tour”. Gregor se sorprendió de las palabras de su padre. Si aún dudaba de si seguir o no esquiando. Erwin era un tipo positivo. Descubrió el ciclismo tarde. Empezó con 24, llegando a destacar en categoría amateur, pero era demasiado tarde para intentar un sueño. A cambio, su hijo estaba a tiempo. Desde que le compró aquella mountain bike a los cinco años su progreso iba en aumento y, con el tiempo, Mühlberger aparcó la idea de ser esquiador tras una lesión para dedicarse de lleno a la bicicleta de carretera.
Gregor hizo el camino sólo. El Tirol, equipo continental austriaco, lo reclutó como profesional con apenas 19 años. Allí conoció al mejor Director que ha tenido: Roland Pils. Un tipo que le enseñó como competir, como elegir el mejor calendario acorde a sus características. Luego llegaron triunfos prometedores. Tras un breve paso a modo de prueba por el Nett-App Endura, el BORA se interesó por su talento. Primero le pusieron a prueba como stagiaire, pero rápidamente vieron que su motor apenas había echado a andar. Rugía en pura clase.
En 2018 llegó su primer Tour de Francia. El último día, tras cruzar la línea de meta en los Campos Elíseos su corazón volvió a latir con la misma intensidad que durante la etapa. Gregor pidió a Astrid que le acompañara a la Torre Eiffel. En aquel atardecer, ya bajo el anonimato que le vestía con un polo y un pantalón corto, a pesar de su famélico estado tras tres semanas de alta competición, la pidió que abriera una cajita. Al ver su contenido, ella dijo que sí, que se casaría con él.

Luego llegó el Tour de 2019. “`Ema´, vas increíble, y yo siento que puedo darlo todo por ti”, le dijo a su compañero tras pasar las dos primeras semanas. Emanuel Buchmann era la revelación del Tour. En la etapa 19 Gregor enfiló a los favoritos en la ascensión al Col de Iserán. Se sentía realmente bien, dejando a Buchmann junto a los hombres que se jugaban el podio a escasos kilómetros del final. El día siguiente repitió la misma hazaña. Su compañero terminó cuarto en París. Pero lo mejor llegó unas horas después.
El año siguiente, el 8 de agosto de 2020 Astrid mantuvo la promesa que le hizo a Gregor dos años antes y se casó con él. Fue el mejor día de su vida. Llegó como un oasis de positividad tras un Tour que tuvo que abandonar. Semanas atrás, en la disputa del Dauphiné, una mala gestión en un descenso le hizo caer junto a Steven Kruijswijk y su compañero Buchmann. Los tres se retiraron. Gregor se rompió el hueso de una mano. A pesar de sus dolores, médicos y directores del equipo consideraron que estaba listo para el Tour. Sin embargo, durante la disputa de la ronda francesa, Gregor enfermó, enmarañado en un sufrimiento continuo que le hizo agonizar durante once etapas.
Tras bajarse de la bicicleta, su silueta, deshilachada entre fiebre y cansancio extremo, se refugió en el coche de uno de sus Directores. Fue una de sus últimas apariciones con el equipo alemán. El cierre de una etapa en la que siempre recordará aquel pedaleo vivo que le acompañó para que Buchmann se codeara con las grandes estrellas del ciclismo en aquel Tour del 19. El final de un periodo donde pudo levantar los brazos en más de una ocasión.
A cambio, el nuevo libro que estaba por destapar parecía prometedor. Se escribiría en español tras su firma con el Movistar Team donde, a sus 27 años, llegaba dispuesto a reproducir aquel Tour. Sin embargo, las páginas parecían querer contar una sucesión de infortunios. Cada hoja era más dolorosa de leer que la anterior. En enero, durante su primera concentración en Almería tuvo que abandonar al grupo por haber estado en contacto estrecho con alguien que había dado positivo al virus del Covid. Pero lo peor llegó meses después.

En pleno marzo comenzó a sentirse mal, lo que le llevó a ser hospitalizado. Le diagnosticaron meningitis. En aquella cama sólo podía maldecir su suerte. Pero para contrarrestar sus ganas de abandonarlo todo estaba ella. Gregor estaba en lo cierto. Astrid le quería como aquel chico tímido que se atrevió a pedirla salir. No como el conocido ciclista profesional. Fue el bálsamo que necesitaba para superar una enfermedad que apenas le dejaba caminar unos minutos antes de sentir un agotamiento extremo, llegándose a preguntar si recobraría el nivel que tenía como ciclista profesional. Durante aquel mes postrado en cama, para no preocupar a nadie cercano, Gregor decidió mantener en secreto su enfermedad, de la que tan sólo Astrid se ocupó en cuerpo y alma.
Pero la mala suerte apenas se había presentado. Tras superar la enfermedad y a pesar de que el tren del Tour ya se había ido, consiguió llegar a los Juegos de Pekín, pero volvió a caerse durante la disputa de la prueba. No quiso desesperar. Aun quedaba la posibilidad de correr la Vuelta a España.
Semanas antes de la ronda española, decidieron inscribirle en la Vuelta a Burgos, para medir su estado de forma. Durante la etapa que terminaba en Aranda de Duero, Gregor notó que el pelotón iba demasiado intranquilo, impulsado entre nerviosos bandazos. Uno de ellos le hizo caer al suelo, golpeándose la cabeza. Cuando trató de levantarse, apenas si tenía fuerzas para agarrar el manillar. Su coraje le ayudó a cruzar la línea de meta, pero un examen médico posterior determinó que, de nuevo, se había roto el hueso de una mano. Tampoco correría la Vuelta a España.

Fue entonces cuando tocó fondo. De pronto llegaron demasiadas preguntas a las que no podía responder. Pero, de nuevo, sintió como la comprensión podía llegar desde un abrazo mudo. Incondicional. El consuelo de Astrid, quizás el verdadero motor de que aun siga siendo ciclista profesional, le sirvió para volver a subirse a la bicicleta.
Estaría toda la noche removiendo el vaso de leche. El sueño aún no llega. Pero las respuestas sí. La vida le ha enseñado que la mala suerte actúa sin avisar, pero jamás podrá arrebatarle lo que realmente importa: la familia y la salud. Además, hace un año tuvo que abandonar esta misma concentración. Hoy está en Almería, con sus compañeros, que le apoyan sin fisuras. El nuevo año le ha traído motivación. Además, su estado de forma va progresando según las pautas debidas. Las gestiona Patxi Vila, uno de los Directores que apostó por él tras coincidir en BORA. Lo que venga después, será. Sin poder evitarlo, vuelve a mirar el vaso. Entonces asiente para sí mismo. Está medio lleno. Tal y como lo vio Sebastián Unzué.