“¿Eres tú el que lo ha hecho? ¿De verdad?, ¡Eres leyenda, tío!”, le dijo Tronchon. Quiso estar allí porque aquella prueba se salía de la norma de ir siempre por una carretera. Además, tampoco pudo estar en la Clásica de Jaén por culpa de una enfermedad, que era de las que mas se le parecía, así que pidió ir al equipo.
Quizás podía haberse arrepentido tras tantas horas de frío, de lluvia. El momento ma surrealista llegó cuando, tras una curva totalmente embarrada, perdió el control de la bicicleta, llegando a caer de bruces sobre un charco. Durante un momento incluso tuvo el rostro bajo el agua. Al incorporarse se dio cuenta de que no podía utilizar su bicicleta. Por suerte, al rodar en la escapada, el coche neutro que circulaba junto a ellos pudo prestarle una.
Hugo siempre ha ido a contra corriente. Desde que aprendió a hablar la palabra que más repitió a su padre fue “bicicleta”. Quería una a toda costa. Su padre en cambio, que había andado muchos años y sabía de sobra lo que ello acarreaba, se la compró pensando que con el tiempo, la acabaría aparcando. Pero el interés de Hugo sólo fue a más.

Con el paso del tiempo Víctor fue consciente de que a su hijo se le daba bien el ciclismo. De hecho, el año pasado Hugo le dijo que el Burgos BH, como se llamaba en aquel momento el equipo burgalés, estaba interesado en pasarle a profesionales, pero que ya se vería. Y enseguida lo vieron cuando, tras ganar la Volta a Castellón, se impuso en el Campeonato de España de carretera.
En ese momento la decisión fue fácil. No hubo tiempo a valorar ninguna otra oferta porque el contrato para el año siguiente se firmó esa misma semana.
Tras más de 80 kilómetros con aquella bici que no era de su medida y totalmente recubierto de barro, aterido de frio, Hugo empezó a desear que fueran atrapados de una vez por los favoritos pero, por otro lado, se preguntó si sería él el típico hombre de la fuga que en los guiones de algunas carreras consiguen llegar con los favoritos. Kilómetros después, nuevas motos ataviadas con cámaras de televisión le sobrepasaron con virulencia segundos antes de que lo hiciera una estela de corredores, mayoritariamente franceses, que pasaron a comandar la prueba.
Entonces Hugo soñó con ser aquel típico corredor. El del guión. Y se agarró a la carrera con una bicicleta que no era de su talla. Soñó igual que lo hizo cuando, a principios de temporada, en una de las pruebas de la Challenge de Mallorca, Marc Hirschi, uno de los ídolos de su infancia, le dijo que igual convendría esperar al pelotón tras el descenso del Soller mientras él sólo quería decirle que era increíble rodar a su lado. Hirschi sólo pensaba en la carrera. Hugo en que seguía siendo un niño que rodaba con profesionales. En la Itzulia no le importó ir bien o mal. Delante o sufriendo en algún grupo rezagado.

Pero su calidad, aquella misma escapada, le otorgaba un brillo diferente, aun bajo el barro. Apenas unas semanas atrás, sus paisanos a punto estuvieron de verle subir al podio final de la Vuelta a Asturias, donde tan sólo un error del que no le gusta hablar le otorgó la cuarta posición final. Ese día se fue a casa enfadado. Pero luego se acordó de que sólo tenía 20 años y de que únicamente llevaba cinco meses pedaleando como profesional.
En cambio, ya hay quien piensa que su nivel podría ser aun mayor, de que podría llegar a ser ciclista del World Tour. Hugo, en cambio, se resiste a que su cuerpo, que ya empieza a ser el de un hombre, se anteponga a la mentalidad de niño que aun mantiene. Además, tiene otras cosas en qué pensar, por ejemplo, en la próxima Vuelta a España donde, si el equipo quiere le podría dar una plaza. Una de las etapas sale casi delante de su casa.
El hilo de agua bajo aquella ducha comunitaria seguía cayendo de color oscuro. “¿Eres tú el que lo ha hecho? ¿De verdad?, Cien kilómetros con una bici del coche neutro. Nadie lo había hecho antes. ¡Eres leyenda Tio!”, escuchó del otro lado. Bastien Tronchon, ganador de aquella edición de la Tro Bro Leon se acercó a él para felicitarle. Hugo sonrió con timidez. Aquella palmada era un pequeño gran premio. Pero, sobre todo, un síntoma más de que, ni siquiera todo aquel barro podía ocultar el brillo que, poco a poco, comienza a aflorar.