La sonrisa del que empieza dicen que es la verdadera. Ajena al desgaste y barnizada en ilusión. La suya no engaña. Sólo cuenta lo bueno. Lo que está aprendiendo. Aunque hoy haya sido un jadeo continuo de cinco horas a un ritmo que ya intuye la competición que se acerca.
En Silla, su pueblo natal, en la Valencia que se empuja al mar, todo el mundo parece conocer a Iker Bonillo, el chavalín que ha pasado a profesionales. El que se cruza con él se encuentra un chaval de mirada viva. Enlatado en vaqueros pegados y peinado barnizado en moda. Pero cuando habla, le describe una elocuencia natural, sin titubeos. Un discurso alejado de las dudas de un adolescente.
Ser profesional fue tan prematuro como deseado. Desde su bisabuelo Ginés a su padre José Vicente, pasando por sus tíos, todos tuvieron una cosa en común: Llevaron un dorsal en la espalda alguna vez. Que él lo lleve ahora en una carrera profesional, era algo que se veía venir. Se lo dijo Stefano Garzelli en una carrera de escuelas, en la que coincidió con el club que dirigía él, donde se encontraban sus hijos. El ganador del Giro del 2000, aquel en el que pudo doblegar a Gilberto Simoni y Francesco Casagrande, le dijo en broma que le representaría si hacía falta. En aquel momento Iker apenas tenía 12 años, pero la broma tornó en realidad unos años más tarde. Justo cuando Iker pasó a Juniors.
Durante el segundo año en la categoría Garzelli le llevó a una concentración del Bardiani en Benidorm. Allí conoció a Giovanni Visconti, el único del equipo que hablaba español con soltura. Le dijo que para lo que necesitara, allí estaba.

El equipo italiano se hizo eco de su destreza en los sprints. La que le había llevado a ganar varias carreras. El año siguiente, con tan sólo 18 años, le ficharon para su equipo.
En el Bardiani (actual Green Project-Bardiani CSF-Faizanè), las reuniones son constantes. Los sprinters son Filippo Fiorelli, el más veterano, y Luca Colnaghi. Pero ahora él también. A todos les preguntan qué tal están antes de una prueba y, en función de eso, se reparten las oportunidades.
A Iker, la primera que le dieron fue en su debut en el Gran Premio de Megasaray, en Turquía. En un día lluvioso que terminaba en un sprint técnico consiguió un sexto puesto, aunque él le quita hierro. Dice que las carreras se disfrutan en el día y se olvidan en el siguiente.
Pero está feliz. Ya ha podido ver en el mismo pelotón a Cavendish, y a Sagan. Fue en una Milán- Turín. Se percató de que Sagan era mucho más musculoso de lo que salía en la tele. Y es que impresiona verles pasar justo al lado. Aunque no le dedicaran más que un gesto de aviso.
Lo bueno de pasar desapercibido es que libera de presión. Con 19 años y siendo profesional se arriesga a que le metan en la misma bolsa que Carlos Rodríguez o Juan Ayuso. Afortundamente no es así. Además, él va para sprinter. Nada de generales en grandes Vueltas. Aunque a él le gustaría correrlas. Pero no ahora, aun no es el momento. Asume que hay gente más experimentada dentro del equipo.

A él le vale con que le cuiden. Con que le quiten las ganas de tener prisa. Mirko Rossato, Luca Amoriello y Alessandro Donati sus Directores en carrera, le desmenuzan siempre el ciclismo, para que mastique despacio. Le leen las carreras para que sepa de que van los acelerones para coger las fugas, los parones y los “trenos”, aunque a él, lo que más le llama la atención son las aproximaciones a puertos. Dice que son como sprints para escaladores.
Un mundo del que todavía conoce poco. Un espectáculo del que está haciendo su profesión porque sus padres, a pesar de que le dijeron que iba a ser muy difícil, le apoyaron siempre. Al fin y al cabo, alguien en la familia debía de serlo.
El ciclismo, si algo tiene, es que regala experiencias por todo el mundo. La última, en Argentina, donde está participando en la Vuelta a San Juan. Su cabeza va a mil por hora. Está corriendo de nuevo entre grandes estrellas. Y la única presión es la de tener la obligación de disfrutar de la carrera.
Iker sólo quiere apoyar al equipo. Devolver el cariño que le dan y que ya sabe agradecer en un italiano sin acento español. A su edad, se aprende sin complejos. Aunque su madurez no tenga nada que ver con su DNI.