Joan Bou: la pequeña historia de superación que batió a la Vuelta a España

La Vuelta no sólo encumbró a los ganadores. También tuvo pequeñas historias de superación. Como la del ciclista del Euskaltel-Euskadi Joan Bou.

Joan Bou, al frente de la escapara de la 6ª etapa de La Vuelta 2021. Foto: Photo Gomez Sport. 
Joan Bou, al frente de la escapara de la 6ª etapa de La Vuelta 2021. Foto: Photo Gomez Sport. 

¡Ay!”, se quejó. “Hijo, perdona, que siempre se me olvida”, se excusó su madre. La despedida en el aeropuerto de Valencia tuvo que ser fría. El dolor que aun siente en la costilla es el que le avisa que el ciclismo es el sueño que se viste con piel de cocodrilo. Que aun le muerde cuando hace un giro brusco, pero que ya no le ahoga al respirar.

Minutos después, en el aeropuerto, el tiempo avanza despacio, como si le observase. Le empuja a recordar aquellos viajes por Asia: China, Japón, Corea…eran destinos lógicos durante su etapa en el Vini Fantini. Ingresó en aquel equipo tras decidir salir de su zona de confort en la Fundación Contador y probar como stagiaire con el equipo italo-nipón en 2017. Le testaron en dos países. Dos climas. En apenas una semana pasó del tórrido secarral que baña las cunetas de la Vuelta a Burgos al frío del Artic Race de Noruega. Joan consideraba que, a sus 20 años, aun no estaba prepararado para ser profesional, pero pasó la prueba con nota. Apenas unos días después, el equipo le ofreció un contrato de dos años.

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Entre mediados de 2017 y 2019 Joan Bou corrió en el Nippo Vini Fantini italiano. Foto: Photo Gomez Sport. 

Entonces llegaron las temporadas de verdad. Las que empiezan en febrero y acaban en octubre. Un día, astiado de tanta competición, Mario Manzoni, uno de los directores deportivos del equipo, le dijo que disfrutara de cada prueba. “Chico, la vida del ciclista pasa veloz, pasas de quejarte por correr a hacerte viejo y salir del mundillo en muy poco tiempo”, le explicó. Joan se tatuó aquel mensaje. Disfrutó de un equipo multicultural, de un staff nipón que nunca olvidará y, sobre todo, de un compañero que, sin ellos saberlo, iban a seguir siendo compañeros de viaje.

A Juanjo Lobato y a Joan, como al resto del equipo, les llegó una notificación. La escuadra desaparecía. A cambio, la vida les dejó salir de aquella casa deshabitada por la misma ventana. La que daba a la Fundación Euskadi.

Joan sintió que aquella decisión había sido la más acertada en tan sólo unos días. Con el Estadio de San Mamés como testigo en la presentación del equipo. Rodeado de un staff que hablaba su idioma, que compartía bromas, empatía, algo que no siempre se consigue en un entorno multicultural.

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En el podio de la Clásica de Almería 2020 como ganador del Premio de la Montaña. Foto: Photo Gomez Sport

Pero el mejor regalo llegó el año siguiente, en este 2021. El equipo vasco había sido invitado a participar en la Vuelta a España. Joan trabajó todo el año para poder escuchar aquella llamada de teléfono. Fue tardía, pero liberadora. A finales de julio supo que estaría en la línea de salida. Lo que no sabía es que, aquella edición le tenía reservada una tarta con sabor agridulce.

El primer bocado fue embriagador. En la sexta etapa, que pasaba muy cerca de su casa, a pesar de que no era el indicado para entrar en la fuga del día, consiguió filtrarse en ella. Durante muchos kilómetros, en cada pueblo, escuchó vitorear su nombre hasta la saciedad. Carteles, pintadas en el asfalto. Todo desembocaba en su felicidad. El ímpetu fue tal que incluso se atrevió a desafiar a los escapados en la ascensión final a la Montaña de Cullera. Sin embargo, el ganador final, Magnus Cort Nielsen le rebasó sin piedad antes de que lo hiciera el resto de favoritos de la general final.

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Bou en otra de las escapas que protagonizó en La Vuelta 2021. Foto: Photo Gomez Sport

A cambio, días después, todo cambiaría, como en una pesadilla. Cuando apenas se llevaban disputados unos kilómetros de la etapa que terminaba en Santa Cruz de Bezana, un enganchón entre dos corredores que circulaban justo delante de él hizo que, al intentar esquivarlos, cayera al suelo. Luego, su instinto de supervivencia le pidió cubrirse la cabeza mientras notaba que varios ciclistas pasaban por encima de él. Al tratar de incorporarse, notó que el codo, ensangrentado, le ardía. Su maillot desgarrado, totalmente quemado tras ser mordido por el asfalto, mostraba su hombro en carne viva. Desconcertado, decidió continuar con otra bicicleta en la que no conseguía adaptarse bien, pero que le permitió llegar a meta.

Desde aquel día, salvar cada etapa se convirtió en un agónico calvario. Su estado de forma desapareció de la noche a la mañana. Con las decisivas etapas de montaña por delante, su gran objetivo fue agarrarse al grupo de los sprinters, el que comandaba el Deceuninck en favor de Fabio Jacobsen, velocista estrella de la ronda española.

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Foto: Photo Gomez Sport. 

Un día escuchó que en las últimas etapas de las grandes Vueltas los corredores que van a cola son los que han enfermado o se han caído, como un hospital ambulante. Tan lejos de los honores y la fama de los que van por delante. En aquella Vuelta a España pudo vivirlo en primera persona. Pero el pelotón dignifica estas historias, porque son las que dan valor a su engranaje.

Llamada para los pasajeros con Destino a Bilbao”, escucha de una voz metalizada. Pronto se reunirá con sus compañeros de equipo para disputar el Giro de Sicilia. Luego vendrán otras clásicas italianas hasta terminar compitiendo en la Paris- Tours. Las citas le harán arrastrar cansancio. Sólo levantarse de aquella silla le hace llevarse instintivamente la mano a la costilla. Cada vez oprime menos, y respirar hondo ya no es un problema. El resto es levantar el ánimo. Ya se lo dijo Mario Manzoni. Del ciclismo hay que disfrutar hasta la última carrera. El tiempo pasa rápido. Tan sólo tiene 24 años. Y ya tiene tatuada en su codo su primera historia de superación.