“Es cierto, la gente me lo dice mucho, pero es que soy así”, se justifica. Ellos lo corroboran. Son gente que no sale en la tele, pero que le conocen bien, en su versión más desenfadada. Su motor. Precisamente eligió la bicicleta por la alegría con la que veía entrar a su padre en casa cuando volvía de dar una vuelta de apenas un par de horas con su grupeta en aquellos veranos de Laredo. Él quería estar así de contento, así que se animó a salir con su hermano Kevin y su amigo Jorge.
Más adelante, lo que le atrapó verdaderamente fue la magia del ciclocross: subir y bajarse de la bicicleta con las piernas pintadas en barro. Sin embargo, a pesar de que también se le daba bien el ciclismo en carretera, los equipos de categoría amateur no se interesaban por él. Fue sólo cuando, tras la inminente desaparición de su equipo de ciclocross, decidió preguntar al equipo filial del Caja Rural si podrían contar con él para la temporada de carretera. En el equipo navarro se sorprendieron. “Pensábamos que sólo hacías carretera para preparar el ciclocross", le respondieron.
Poco después aquella conversación tornó mucho más seria. Tras una temporada sobresaliente Floren Esquisabel, presidente del equipo, se acercó para pedirle los datos. “El año que viene vas a ser profesional con nosotros”, le dijo con naturalidad.

Mirar atrás no le cuesta. Acariciar cada recuerdo con cariño le vuelve a hacer sonreír. Sus ojos claros brillan cuando se acuerda de su primera Itzulia. Acudía como neoprofesional, con la sensación de ser un auténtico desconocido. Sin embargo, el primer día se filtró en una escapada. Atónito no sólo sintió su nombre en mayúsculas, también se regaló serpentear entre carreteras infestadas de público y subir al podio como líder provisional de la Montaña.
En la parte más íntima, rescata el trato con sus compañeros, la experiencia de Ángel Madrazo, que le enseñó a hacer una bolsa de agua, gracias a la cual pudo correr un Tour de Noruega en el que la compañía aérea que les llevó le perdió la maleta. “Llévala siempre en la mochila, hazme caso”, le decía siempre el “gorrión”. Con los años, aprendió a crecer observando a Pello Bilbao. Y, tiempo después, cuando pensaba que su etapa en Caja Rural estaba terminando, decidió devolver la confianza de forma inversa, acercándose a los más jóvenes para que estos aprendieran de él.
Dicen que los segundos puestos son espinas clavadas de un desenlace que pudo ser mejor. Mikel Iturria, por aquel año corredor del desaparecido Murias se impuso en la sinuosa etapa de Urdax en la Vuelta a España de 2019. Ganó porque apostó por sí mismo. Por disparar una única bala y no mirar atrás. Jonathan terminó segundo aquel día. Y fue así porque en el grupo perseguidor donde viajaba todos desconfiaban de todos y, cuando estuvieron a punto de coger al fugado, frenaron recelosos de que alguno de ellos se aprovechara del trabajo en común. Nunca se lo ha reprochado. Consideró que Iturria fue mejor.

Unos años después sintió que su periplo en Caja Rural debía terminar. Que su destino debía estar un peldaño más alto. Debía pertenecer al Word Tour. Sin embargo, 2022 ha sido el único año en el que el ciclismo le borró la sonrisa. Tras unas negociaciones infructuosas con Astana, Jonathan vio truncado su sueño de seguir progresando. Incluso pensó en colgar la bicicleta, pero entonces se acordó de lo contento que volvía su padre cuando salía con sus amigos de Laredo. Decidió seguir un año más y esperar.
“Te queremos junto a Ion”, le dijo Cédric Vasseur, mánager del equipo Cofidis, tras terminar otra edición de la Itzulia, la de 2022. Semanas después, los contínuos guiños del equipo francés le hicieron saber que contaban con él para la siguiente campaña.
A día de hoy, su amor por la bicicleta sigue intacto. Con el Cofidis ha descubierto el Giro por primera vez. Lo ha vivido bajo la lluvia, como si de una prueba de Ciclocross se tratara. Es consciente de que los italianos lo viven como una fiesta, pero también ha aprendido que la carrera italiana es sibilina. Que primero encandila hasta que, en la última semana, te lleva al límite de la agonía. Jonathan lo sufrió en su rictus. Tras comenzar la última semana entre los veinte primeros de la general estuvo a punto de abandonar (acabó 35º). Este año no volverá. Quizá sea momento para regresar a la Vuelta o conocer el Tour.

Pero el equipo francés también le ha regalado otras amistades, dos sagas de hermanos. Primero los Herrada y ahora los Izaguirre, además de Rubén Fernández. Pero Jonathan quiere profundizar más. Aprender bien francés para que cada corredor galo tenga la misma confianza con él que la que pudiera tener un amigo del Caja Rural.
“Ya lo perfeccionará, es cabezón”, dicen entre risas. Son Álvaro, Julen, “los Íñigos”, Sergio, André y Arrate. Sus amigos de toda la vida. Su motor.