Su discurso es jocoso, labrado en un acento andaluz cerrado con el que culmina cada frase, empujadas desde una sonrisa abierta y definida en una dentadura milimétricamente alineada, que parece pintada en mármol y de la que se enorgullece, aunque reconoce que fue ayudada por el aparato bucal que le obligó a llevar su madre, la única que le llama por su nombre completo, Juan Pedro.
A su familia la ve menos de lo que le gustaría. Desde hace unos años vive en Andorra, muy lejos de su Lebrija natal, de aquellas tórridas tardes de verano. De allí salió un niño que, lo mismo se le daba bien imitar a Joaquín, su ídolo en el Betis, que coquetear con el deseo de llegar a ser torero. Pero al final la batalla la ganó otra de sus motivaciones, la de dar pedales.

Su fisionomía menuda y la habilidad innata que atesoraba para subir los puertos hicieron de él un escalador en potencia que no pasó desapercibido a ojos de los hermanos Contador. A Juanpe se le iluminaron los ojos cuando uno de sus ídolos, que gestionaba un equipo, la Fundación que llevaba su nombre, le ofreció formar parte de él. Además, le daban todo, hasta el casco y las gafas.
Sin embargo, la mayor ilusión llegó cuando el propio Fran Contador le dijo que el equipo Trek-Segafredo, de categoría World Tour, había puesto sus ojos en él, pero que se lo tenía que ganar. Su talento se lo tomó al pie de la letra en la etapa reina del Giro de Aosta, una de las carreras donde los grandes equipos se fijan en las jóvenes promesas que participan en ella. Entonces, su siguiente interlocutor se convirtió en Luca Guercilena, mánager de la estructura americana, donde inicialmente acudió a prueba para más tarde firmar contrato como corredor fijo para la temporada 2020.

Un año después, su gran participación en la Vuelta a España 2021, donde terminó 13º de la General, ratificaría lo que ya intuían en el Trek. Juanpe era un corredor de Grandes Vueltas.
Con el ímpetu de seguir creciendo acudió al Giro de Italia un año después. Sin saberlo, su vida como ciclista iba a cambiar. En la cuarta etapa, la que terminaba en el Volcán del Etna, tanto Gregory Rast como Adriano Baffi, los Directores del equipo en la ronda italiana, le pidieron luchar por la victoria de etapa. Para ello, Juanpe consiguió filtrase en la fuga. El volcán le vio llegar en segundo lugar, justo detrás de Lennard Kamna, aunque, sin saberlo, se iba a convertir en líder de la prueba. Fueron diez días donde, tras cada etapa, se sucedían las entrevistas, las ruedas de prensa que alargaban su jornada.

Siempre ha reflexionado mucho sobre ello, de porqué nunca lloró cuando la perdió, de lo efímero que resulta el éxito y lo que cuesta conseguirlo. De la presión por agradar a Segafredo, el sponsor italiano que por aquel entonces también daba su nombre al equipo. Y, sobre todo, de lo rápido que se puede perder todo.
El año siguiente, durante uno de sus entrenamientos de pretemporada en Andorra, sufrió una mala caída, rompiéndose la clavícula. En condiciones normales, apenas un mes y medio hubiese bastado para devolverle al pelotón. En cambio, su cabeza empezó a jugarle malas pasadas. Pasaba miedo en el pelotón.
Decidió gestionar su problema con profesionales. Uno de ellos, el Doctor Óscar Saiz, era experto en descensos. Empezó de cero. Sorteando conos en un parking, como los niños que empiezan en las escuelas de ciclismo para adquirir destreza. Con el tiempo, la confianza volvió ligeramente, aunque los resultados no le acompañaron en el Tour de Francia, el único que ha corrido hasta ahora.

Fue entonces cuando Juanjo Lobato, uno de sus mejores amigos, le habló claro: “Juanpe, yo me voy a retirar este año. La vida pasa y hay que aprovecharla. No te amargues. No te compadezcas. Lucha y ve a por ello porque esto no vuelve más”, le dijo con firmeza. El lebrijano agradeció su tono firme y sincero, consciente de que no todo el mundo dice la verdad y que, muchas veces, las sonrisas y buenas palabras esconden falsedad y falta de empatía.
Dicen que las grandes tardes, las de los toreros, no son siempre las que auguran. Si no las que aparecen producto de su pericia. A Juanpe un dia lluvioso, de invierno tardío, le regaló la primera victoria de su vida. Fue en el Tour de los Alpes de este año, en la etapa reina. Hacía tan malo que la charla en el autobús se resumió en una sola frase: “Es un día de mierda, intentad abrigaros bien”, les dijo Yaroslav Popovich, Director del equipo.

Aquella jornada, Fabio Felline, compañero de equipo, tiró del pelotón por el simple motivo de no quedarse congelado. Eso llevó al grupo controlado hasta el último puerto donde Juanpe, ataviado con equipación invernal, encontró una de las mejores tardes de su carrera.
Vuelve a sonreír. Siempre lo hace. Es un bromista y sabe sacarle jugo a la vida que se va encontrando. Sabe que su cuerpo no es el de un robot. Que, además del talento, la suerte juega su parte, y esta va y viene. Y que detrás de todo están los amigos como Lobato, los consejos del Doctor Saiz... y que está en un equipo que le apoya, que siempre le va a echar un capote.