Koen de Kort: el capitán del Trek-Segafredo

A sus 38 años, y con un bagaje de 16 temporadas como profesional, el neerlandés transmite ahora toda su experiencia y liderazgo a sus compañeros del equipo norteamericano.

Koen de Kort marcando el ritmo del pelotón en el Tour Down Under 2020, en labores de gregario para Richie Porte. Foto: Bettini Photo
Koen de Kort marcando el ritmo del pelotón en el Tour Down Under 2020, en labores de gregario para Richie Porte. Foto: Bettini Photo

“¡No le pierdas la cara a la carrera! ¡Mantente aquí y no cedas a los empujones!” gritó en plena Castellana de Madrid a Emils Liephins antes de dejar de pedalear y acabar sin sobresaltos su enésima gran vuelta [ha corrido 17 de las que ha finalizado 16]. Frases rasgadas en pura adrenalina que poco a poco se alojan ya en el pasado. En cambio, su sonrisa parece haber sido fabricada en una peluquería hace unos minutos. A juego con una melena rubia tan rizada y sedosa. Bien acompañada por una camisa planchada por cada detalle a juego con unos vaqueros de vanguardia. Dibujado en un estilo que describiría más a un empresario que a un ciclista sometido a tres semanas de esfuerzo continuo.

Koen ha sido feliz enseñando a los jóvenes rápidos del equipo a mantenerse a raya en el pelotón de la pasada Vuelta a España. Ahora se siente igual de cómodo rodeado de empresarios británicos. De Youtubers. De los hombres de negocios que pueblan Andorra. Él también es uno de ellos. Allí regenta un restaurante de moda junto a Willie Smit, también ciclista profesional en el Burgos BH. Residir en el Principado fue la consecuencia de buscar los puertos que no encontró en Palamos, ciudad catalana a la que se fue a vivir cuando se hizo profesional.

Siempre quiso que su debut fuera con Manolo Saiz, con la ONCE. Se enamoró de la equipación que lucía Alex Zulle en aquel Tour del 96 que salió al lado de la casa de sus padres, en Hertogenbosch, al sur de Holanda. Aunque sus miradas iban hacia su idolatrado Erik Breukink, que justamente había dejado la escuadra española para correr en el Rabobank. Ad, su padre, aunque había llegado a ser futbolista de primera división con el Willem 2 Tilburg, era un apasionado del ciclismo. A Koen le encantaba ver con él los Tours de Francia por la televisión.

Pero fue gracias al equipo de desarrollo del Rabobank que Koen se hizo ciclista. Se divertía en un grupo que cada año disparaba algún talento al escenario mundial mientras él se lo tomaba a cámara lenta a la vez que proseguía con sus estudios universitarios en Amsterdam. Sin embargo, su último año de amateur fue meteórico. Tanto que, en el desaparecido GP Eddy Merckx, en el que se corría a modo de crono por parejas, él y Thomas Dekker lo tenían claro. “Tío, vamos a lucirnos con los pros que han venido”, le dijo Thomas. No eran expertos en la disciplina, pero les delató su bravura.

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De Kort, escoltado por Giulio Ciccone y Fabio Felline durante la presentación del Tour 2019. Foto: Bettini Photo

El resultado derivó en la llamada más inesperada. “Chico, he oído que te gustaría seguir los pasos de Breukink”, le dijo una voz conocida. Mathieu Hermans, antiguo corredor del Caja Rural y amigo de Koen había hablado con Manolo Saiz, para convencerle de que le fichara. No le podía llevar a la ONCE, porque el equipo ya no existía, pero sí a su continuación en el Liberty Seguros, equipo que en ese momento regentaba. Koen descubrió en Manolo a un hombre que se ocupaba de los jóvenes. Que aunque había dirigido a los mejores corredores del mundo no se le caían los anillos si tenía que ajustar la bicicleta al más novato del equipo. Allí conoció a Allan Davis. El primer hombre para el que trabajó en los sprints. El que le inyectó el veneno de amar Australia.

Un año después, en 2006, el equipo se vio envuelto en la “Operación Puerto”, una trama de dopaje que, aunque nunca le salpicó, le obligó a buscar acomodo en otro lugar. El destino fue Astana. Sin embargo, el cambio fue a peor. Nuevos casos positivos en el equipo Kazajo le empujaron a dejar de creer en el deporte que amaba. Tanto como para querer dejarlo. El bálsamo lo encontró en Piet Rooijakkers, uno de sus amigos de grupetta, que corría en el Skil- Shimano. “¿Por qué no pruebas allí?”, le dijo Piet.

Koen accedió. Sólo quería volver a confiar en una estructura. En unos compañeros. En un deporte que fuera limpio. Encontró un equipo que, aunque modesto, trabajaba con los jóvenes. Allí aprendió a entrenar. A correr. A ser un líder. Un capitán. Era el encargado de montar la hilera de hombres que debía llevar a Marcel Kittel o a John Degenkolb a la victoria en los sprints más codiciados. Con Degenkolb, la confianza era especial. Se reforzaban mutuamente con sólo una mirada. Eran el bálsamo del otro en los momentos difíciles. Y cuando Koen se sentía intocable el encargado de sostenerle en la tierra era Merijn Zeeman.

Zeeman era de esos Directores que te apretaban el brazo al hablar. Que miraban hondo a los ojos y decían las cosas claras. A Koen, le dio el mejor consejo: La honestidad. La humildad para reconocer los errores. “Chico, hay que ser claro siempre. Con uno mismo y con los demás. Si quieres respeto, si quieres que todo el mundo sea claro, di las cosas como son al resto y pon soluciones. Fomenta el diálogo con tus compañeros. Es lo que debe de hacer un capitán”, le dijo un día.

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De Kort estuvo ocho temporadas en la estructura del Giant-Alpecin (antes Argos-Shimano y Skil - Shimano)

Su camino, además de ayudar en los sprints, también se estaba formando en torno a las Clásicas, donde él debía ser el hombre fuerte. Todo aquello acabó en una desafortunada edición del E3. Su costalazo terminó con varias costillas rotas. Pero lo que más le dolió romperse fue la autoestima. Su cabeza le pidió olvidarse de ser el líder en una carrera. Le rogó ampararse únicamente en ayudar al resto. Sobre todo a Degenkolb.

“Tío, vente conmigo al Trek, lo haremos bien”, le dijo a finales de 2016. Para Koen suponía dejar el equipo en el que había militado durante ocho temporadas. Donde había vuelto a ser ciclista. Pero no pestañeó a la hora de seguir a su amigo. Atrás quedaba aquella Vuelta a España en la que tan sólo un despiste hizo que Tom Dumoulin  no ganara aquella edición. O el Tour que salió de entre el inmenso gentío de Leeds, en Reino Unido. Allí fue el último hombre en empujar a Marcel Kittel más lejos que Sagan para conseguir la victoria.

En Trek se sintió rápidamente como en casa. Se sentía valorado. Escuchado. Era el tipo que buscaba comunicar entre sus hombres, como le había pedido Zeeman. Su fichaje llevaba implícito el respeto de un capitán. Y John no tenía inconveniente en que trabajara para otros, no sólo para él. En poco tiempo Koen se convirtió en alguien especial para el hombre más importante del equipo: Alberto Contador. “Macho, no quiero que te metas en ninguna fuga. Contigo me siento seguro. Mientras tengas fuerzas, ni se te ocurra separarte de mí”, le decía el pinteño cada vez que corrían juntos. El último servicio, el más especial, se lo hizo camino del Anglirú, en la Vuelta del 2017. Alberto debía ganar aquella etapa. Después se retiraría del ciclismo. Ante su gente. Koen era el encargado de pedalear al frente del pelotón, para que la fuga que se había formado kilómetros atrás no cogiese diferencia.  Un año después, tras la retirada del español, fueron Richie Porte y Bauke Mollema los que le pidieron sus servicios de “guardaespaldas”.

Hoy, 15 años después de su debut en Liberty, Koen es un hombre respetado en el pelotón. Trek le ha premiado con un año más de renovación. Y Andorra le ha ofrecido un Restaurante donde lucir un traje oscuro sobre una camisa blanca con el último botón abierto. La vida le ha pintado sonriente. Triunfador. Capaz de salir airoso de un pelotón enfurecido que busca una llegada masiva. O de un encuentro entre hombres de negocios a los que encandilar en un inglés puro que dispara un tono firme y embaucador. El de un capitán.