Miguel Ángel Fernández, sabor a sprinter

En plena pandemia fue un neo-profesional de rodillo y pocas oportunidades. Pero su actuación en el pasado Tour de Turquía, donde se codeó con algunos de los mejores velocistas del World Tour, le cambió la vida. Hace unas semanas el cántabro firmaba en La Tropicale Amissa Bongo su primera victoria profesional.

Foto Gautier Demouveaux (La Tropicale Amissa Bongo)
Foto Gautier Demouveaux (La Tropicale Amissa Bongo)

¡Tira ya tú solo Miki, que hay hueco!”, le gritó “El Chava” Angulo. Miki no vaciló. Ese día no había sido diseñado para él, pero agachó la cabeza hasta los 50 metros finales y se giró un momento. Unos metros por detrás atisbó los brazos extendidos de su compañero celebrando anticipadamente su victoria y, más cerca, los chepazos desesperados de Geoffrey Soupe por llegar a su altura. Entonces sintió alivió, el calor salino dejó de arañarle la piel.

Miguel Ángel dejo de serlo hace muchos años, se auto-bautizó como “Miki” en las redes sociales, y es así como le conoce todo el mundo. También decidió auto-confirmarse como un tipo rápido para las llegadas al sprint. De hecho, Ángulo supo de él cuando era sub23. Le dijeron que venía un juvenil con fuerza en las llegadas, un rival.

Los dos son de “la tierruca”, de la Cantabria gris y llorona casi todo el año. De sudor salado en verano y chubasquero eterno. Pero a Miki, unos años más joven, el profesionalismo le llamó justo en la pandemia. Fue un neo-profesional de rodillo y pocas oportunidades ya que al Gios Kiwi Atlántico, el equipo para su bautizo, le invitaron poco. Cuando se volvieron a organizar las carreras, los equipos World Tour querían recuperar el tiempo perdido y correrlo todo, y los organizadores se olvidaban de los equipos modestos como el suyo.

Sin apenas tiempo para lucirse, tuvo que recalificarse el año siguiente en categoría amateur, con el Rias Baixas. Consiguió resultados, pero los únicos que llamaron a su puerta fueron, de nuevo, los modestos. Esta vez se trató de un proyecto neozelandés, el Global 6 Cycling, de categoría Continental. Un envasado de nacionalidades donde el inglés, a su pesar, imperaba. El otro factor predominante era la incertidumbre. Las carreras, a pesar de que habían sido prometidas, escaseaban.

podio Turquia
Miguel Ángel Fernández, a la derecha, compartiendo podio con Jasper Philipsen y Kaden Groves en la 3ª etapa del Tour de Turquia 2022, donde firmó al sprint una meritoria tercera posición.

Miki corrió dos. La primera en Normandia. La segunda, la que cambiaría su vida. Al Tour de Turquía (UCI 2.Pro) se presentaron muchos equipos del World Tour. También había Proteams. Luego estaba el suyo. Pero también había etapas al sprint.

En carrera, la situación era complicada. A falta de 12 kilómetros, se quedaba sin compañeros. Eso le convirtió en un “busca-vidas”; su estrategia consistía en seleccionar la rueda de uno de esos sprinters que salían en la tele. Uno de los buenos. Y echar el resto. En las dos primeras consiguió dos octavos puestos. En la tercera, se encontró en el último kilómetro a rueda de Jasper Philipsen. Entonces la adrenalina se apoderó de él aunque, la arrancada final la efectuó por el lado equivocado, quedándose encerrado entre el belga y Kaden Groves. Sin darse cuenta, a pesar de su modesto dorsal número 244, maldijo aquel tercer puesto.

El Tour de Turquía lo acabó por los suelos, fue en la sexta etapa, aquella en la que se encontró en el último kilómetro con el Chava Angulo que, en aquel momento, vestía los colores del Euskaltel. “A uno de la tierra se le ayuda”, le susurró. Luego el Chava se lo encontró por el suelo. Aquel día la caída se produjo delante. Las semanas siguientes fueron como hojas acartonadas que caían lentas de un árbol que se secaba. “Chicos, al final no vamos a poder correr aquí”, les decían. Entrenar de cara a la expectativa era duro. Pero, a cambio, sus sprints en Turquía no fueron baldíos.

El Burgos-BH, equipo que también participó en Turquía, vio como aquel chaval se codeaba con los grandes velocistas sin complejos. Aquel verano le ofrecieron corer a prueba en el equipo, para ver si se adaptaba y podían ofrecerle un contrato para el año siguiente. En sólo dos carreras, el Tour de Langkawi y el Tour de Noruega, Miki dejó claro que estaba preparado para asumir el reto.

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En el podio de la Tropicale Amissa Bongo 2023 tras lograr su primera victoria como profesional. Foto: Gautier Demouveaux.

Tener un contrato en un equipo serio significa poder planificar un calendario y, sobre todo, pasar un invierno tranquilo, algo que Miki nunca había tenido. Acudir a concentraciones. En una de ellas, la de Benidorm, compartió habitación con el Angulo. Su paisano se dio cuenta de que, además de ser un duro competidor en la Play Station, también tenía la mirada del que no se arruga. Del que se ve capaz de pegarse por un hueco al sprint en cualquier carrera. Ante cualquier sprinter.

El equipo burgalés le ofreció empezar el año pronto. Él tuvo que buscar en el mapa su primer destino. La Tropicale Amissa Bongo se corre en Gabón en un recorrido donde a cada etapa llegaba en un avión militar para irse en otro. Donde dormía en hoteles tan rústicos como alejados de cualquier comodidad que hubiese encontrado en Europa. Pero cada día acudían multitud de personas que le pedían un autógrafo, una foto o que, simplemente, le hacían sentirse reconocido.

En la quinta etapa, le dijeron en el hotel que cuidase del “Chava” o de Cyril Barthe, ambos bien colocados en la General. Y que hiciesen dura la carrera para desgastar al equipo del líder, el francés Jason Tesson, ganador de las dos etapas anteriores. Al llegar al último kilómetro se acordó de que unos metros más adelante había una rotonda a la que había que entrar bien colocado. Avisó al “Chava” y salió disparado. Tras salir de la rotonda, Angulo se dio cuenta de que se había hecho un hueco. Tira ya tú solo Miki, que hay hueco!”, le vociferó.

miguel angel fernandez le da al burgos bh su primera victoria en 2023
Foto: Gautier Demouveaux (La Tropicale Amissa Bongo)

Ese día no era para él. Pero el destino le regaló aquel grito de alegría. Un brazo en alto y, sobre todo, la certeza de que la incertidumbre sobre su futuro es ya cosa del pasado.