“¡Ataca, ataca!”, bromeó Cancellara. La subida a San Lorenzo se estaba haciendo pausada y la fuga rodaba con bastante tiempo de adelanto sobre el grupo, pero el plan estaba marcado. Dos días antes, Igor Antón se vio involucrado en una caída que le obligó a abandonar una Vuelta que tenía casi en el bolsillo. Por eso, el día siguiente, volviendo al hotel en uno de los coches de equipo tras terminar la etapa de Covadonga, Amets Txurruka y Mikel Nieve desvelaron su plan a Guerrikagoitia, uno de los directores del Euskaltel Euskadi: “La general la tenemos perdida, así que en la etapa de Cotobello tenemos que reventar la carrera en San Lorenzo. ¡O reventamos nosotros o revienta la etapa!” exclamaron ante la aprobación de “Guerrika”.
Por eso, sin que el suizo lo supiera, estaba siendo testigo del desenlace de aquella etapa. En cuanto Amets escuchó sus bromas hizo un gesto a Mikel y ambos arrancaron con fuerza. En la cima esperaba Juanjo Oroz, que venía de la fuga y había echado pie a tierra. Los tres recortaron el tiempo de la fuga y en la subida a Cotobello, Amets hizo el último esfuerzo para que Mikel triunfara en solitario y pudiera, de alguna manera, solventar el dolor que les supuso el abandono de su líder.
Para Mikel, era su primera gran Vuelta. Había acudido para ayudar a Igor. Incluso le acompañó semanas antes a inspeccionar algunas etapas. Pero nunca imaginó que las circunstancias le llevarían a conseguir aquel triunfo. Tampoco sospechó que, un año más tarde, en el Giro de 2011, se acabaría imponiendo en una de las etapas más duras de la historia de la ronda italiana. Tras 230 kilómetros, con un desnivel que superaba los 6.000 metros positivos, un agónico pulso con Stefano Garzelli apenas le dejó las fuerzas suficientes para levantar un solo brazo del manillar en la meta de Val di Fassa.
“Es que tú eres un corredor a fuego lento, tu talento se cocina en silencio”, le decía Igor Antón. Y es que el de Galdakao sabía lo que se decía. Mikel era un tipo callado, de los que jamás daban problemas. Sin una palabra más alta que otra, pero dotado de un talento que se filtraba casi sin ruido.
Por eso, cuando años después la estructura vasca se disolvió, a Mikel le dolió ver como muchos de sus compañeros se veían obligados a dejar la bicicleta. Sin embargo, él fue de los primeros en encontrar acomodo. “Sé que eres un tipo capaz de dar el 100% por tus compañeros, pero también tendrás tus oportunidades”, le dijo Dave Brailsford, Mánager del equipo Sky cuando se decidió a ficharlo. Mikel asintió con determinación. Darlo todo era su lema, legado del consejo perenne de su padre. Pero el entorno no era fácil. Acostumbrado a un equipo familiar, donde incluso podía hablar en Euskera, llegaba a una estructura anglófona con líderes de primer nivel, como Chris Froome.
En la primera concentración le apodaron “Frosty”, quizás por la sensación de ser una persona calmada, casi fría. En cambio, nunca dudaba en dejarse la piel con fiereza cuando le fue solicitado su esfuerzo. Sin embargo, sus oportunidades sólo llegaban cuando sus líderes fallaban. Fue en el Giro de 2016 cuando la retirada de Mikel Landa le dejó sin quererlo vía libre para conseguir su segundo triunfo en la ronda italiana.
Pero Mikel nunca pidió galones, era consciente de sus virtudes, pero también de sus limitaciones, y ser un apreciado gregario le daba el ánimo suficiente para volcarse por los demás. Así, cuando a finales de 2017 anunció que abandonaba el equipo británico, el propio Froome hizo público su pesar por tener que prescindir de sus servicios.
Nunca hizo distinciones con sus líderes. Supo adaptarse a todos, desde sus inicios. Aunque, si se escarba en su silencio, escudo natural de su introversión, se desvela una complicidad especial con Esteban Chaves, jefe de filas de su siguiente equipo, el Mitchelton-Scott. Con la escuadra australiana no dudó nunca en ponerse al servicio del colombiano, pero tampoco escatimó en tesón en favor de Simon Yates.
En el Giro de 2018, el británico parecía conducir a la perfección la carrera y Mikel destinó la gestión de sus esfuerzos en escoltarle hasta el triunfo final en Roma. Sin embargo, Yates sufrió un desfallecimiento en la antepenúltima etapa, condenando su triunfo final. Sólo entonces Mikel tuvo libertad de movimientos, consiguiendo el día siguiente el triunfo en Cervinia tras escaparse a falta de 30 kilómetros para el final.
El año pasado, el destino le llevó a disputar una Vuelta a España donde, camino de Albacete, una tremenda montonera le envió al suelo. Cuando trató de incorporarse, otro corredor cayó sobre él, golpeándose la cabeza contra el suelo. Fue el principio de una agonía de dos semanas en las que sólo el aliento de los aficionados consiguieron evitar que abandonara aquella Vuelta. Sin embargo, al termino de la temporada el equipo australiano no renovó su contrato.
Mikel, fiel a su carácter prudente, sólo pedía seguir disfrutando del ciclismo y el Caja Rural-Seguros RGA se ofreció a seguir apoyando su deseo de seguir pedaleando. A sus 37 años, aconsejar a los compañeros que empiezan a conocer el profesionalismo le llena tanto como disputar las grandes carreras. En la cercanía de las concentraciones, su pausa parece contagiar la impaciencia de aquellos jóvenes que ven como ahora las grandes Vueltas se ganan apenas llegada la veintena.
Hace años, en aquella Vuelta de 2010, Igor Antón vaticinó su fuego lento. Su pausa para conseguir un palmarés y un respeto que repele las prisas. Aunque su introversión haga difícil poder escuchar relatos que tiñen de lealtad el triunfo de corredores que ya son historia, a pesar de que enmudezca cuando se le pregunta por cómo consiguió doblegar a Garzelli en Val di Fassa, su actitud es una clase magistral de como el talento puede adquirirse despacio. Sin hacer ruido.