“Es difícil relatar lo que siento. No me voy ni triste, ni aliviado. Tan sólo era el momento justo. Si hubiese seguido un año más seguramente hubiese odiado mi trabajo”.A veces, la cabeza es como un diario donde se dibujan ideas que se escriben a golpe de sentimiento. La llave es no contarlo, y esperar sólo a cuando haya llegado el momento que hoy, a pesar de su carácter abierto y sociable, confiesa Óscar Cabedo (29 años) entre finas sonrisas y gruesa melancolía.
Es extraño preguntarse cómo ha llegado hasta aquí, hasta esa conversación con Joaquim Andrade, el Mánager de su actual equipo -el continental portugués ABTF Betão - Feirense-, al que en la Clásica de Getxo confesó todo.

Un frenazo suave seguido de un giro de tobillo para sacar la cala del pedal y poner fin a una historia de 11 años donde el día más feliz de su vida llegó por adelantado. Fue en una carrera amateur, levantando los brazos en el Puerto de Ancares, en la etapa reina de la Vuelta a León. Ocurrió pronto y a la vez tarde. Era su cuarta temporada como amateur pero también sólo su cuarto año sobre la bicicleta. Antes, ni se había planteado lo de subirse a una bici, pero decidió hacerlo cuando su hermano Víctor sufrió un accidente de tráfico mortal en 2012 siendo ciclista profesional.
La victoria le supuso heredar el profesionalismo de su hermano. Era la época en la que muchos equipos continentales daban un salto de categoría y con ello aumentaban el número de plazas para reclutar jóvenes promesas. Él se ganó una con el Burgos-BH.
Un suspiro es la antesala de sus primeros recuerdos con el equipo burgalés. Rememorar las risas en la habitación con su compañero Jorge Cubero en un hotel de Málaga el día antes de debutar en la Vuelta a España le devuelven la sonrisa. Bromeaban con que iban a hacer la mili, con la cara de novatos que tenían. En aquella Vuelta Óscar quedó el último en la crono inaugural. A cambio, apenas unos días después entró casi sin querer en una fuga que le llevó a terminar séptimo en una importante etapa de montaña.

A aquella Vuelta, la de 2018, le siguieron cuatro más. La penúltima, en 2021, le hace sentir especialmente orgulloso. Se veía cómodo rodando en segundos grupos detrás de los favoritos. Esa inercia le llevó a terminar en el puesto diecinueve de la General. En cambio, el año siguiente, las exigencias fueron mayores dentro del equipo. Además, llegaron tras un año duro. En la Volta a Cataluña Salou les recibió con lluvia y frío desde la misma salida. Durante la etapa, las malas sensaciones anularon su cuerpo obligándole a ser evacuado en ambulancia con una gran hipotermia que derivó en una bronquitis con la que corrió la Itzulia. Tras la disputa de la carrera vasca, la bronquitis acabó tornando en neumonía.
Su veteranía y profesionalismo le otorgaron un puesto en el equipo para correr la Vuelta a España. Sin embargo, a pesar de terminarla en el puesto 21, la relación con el equipo ya no era la misma. Se volvió fría como aquella mañana de Salou, distante en la cercanía, desembocando en el resumen de una breve conversación de teléfono en la que ambas partes estuvieron de acuerdo en no continuar juntas.
El secreto de que Óscar haya seguido dos años más en la bicicleta reside en asimilar que nunca volvería a la categoría Profesional Continental. Que le esperaba otro ciclismo que debía disfrutar. Su primer destino llegó gracias a “Pascu” un fisio del Education First amigo suyo que le puso en contacto con un equipo austriaco continental, el Team Voralberg. Correr allí le llevó a seguir viajando, a mejorar el inglés hasta hacerlo parte de su día a día y, sobre todo, a estar a un escaso segundo de dedicarle una victoria a su hermano. Si no lo consiguió fue porque Luca Vergallito, aun desconocido para el gran público, le puso un ritmo endiablado subiendo el Hinterstoder Hoss, puerto decisivo en el Tour de la Alta Austria, que terminó en segundo lugar.

Meses después, tras terminar con éxito la Volta a Portugal trabajando en favor de su compañero Collin Stussi, un equipo portugués, el ABTF Betão - Feirense se interesó por él. Querían que fuese uno de los gregarios de confianza de Afonso Eulálio, con el que querían recoger el testigo de Stussi el año siguiente en la ronda por etapas portuguesa.
Confesarlo no fue culpa del ciclismo portugués. Ya se lo dijo su amigo Óscar Pelegri, que le iban a dar lo que le prometiesen. En cambio, cuando acudió a aquella Vuelta a Asturias, una de las carreras que corrió en su debut como profesional, sintió que, lejos de mantener la mirada ilusionada de aquel chico que empezaba, solo era capaz de esbozar gruñidos y muecas de insatisfacción pensando en el mal tiempo de la carrera.
A esas muecas le siguió la incapacidad de seguir disfrutando de los entrenamientos, de sentirse afortunado por ser ciclista profesional. Todo eran rutinas forzadas. Para colmo, tras preparar en altura la Volta a Portugal, el COVID le obligó a acudir con apenas cuatro horas de entrenamiento acumuladas la última semana. Joaquim le pidió no decir nada al grupo, para no asustarles con posibles contagios. Después de todo, su test ya era negativo y tenía licencia para abandonar cuando quisiera.
Su trabajo por Afonso Eulalio fue irreprochable. Por eso deja el ciclismo en paz. A sabiendas de que, si se lo pudiese decir a Víctor, le habría apoyado. También lo ha hecho su familia. Y su novia, a la que acompañará a Mallorca unos meses hasta que la vida le oriente en su nuevo camino. Quizás sea al volante de un coche como Director de un equipo en sub23. No hay prisa cuando la calma, por fin, ha llegado a su diario.