Óscar Rodríguez: cuando las alas fueron de barro

Dos meses después de retirarse del Giro tras sufrir una dura caída que le afectó al riñón, el navarro del Movistar trabaja duro para recuperar su mejor estado forma. Esta es la historia de un chico humilde que encontró la gloria hace cinco años en la cima de La Camperona.

Óscar Rodríguez en una imagen de archivo. Foto: Sprint Cycling Agency
Óscar Rodríguez en una imagen de archivo. Foto: Sprint Cycling Agency

"¿Qué dices?, ¡no te entiendo!", exclamó. Jonathan Milan volvió a gritarle algo. Él giró de nuevo la cabeza para intentar comprender al italiano. En ese momento otro corredor del Trek pasó a su lado apurando demasiado el espacio. Allí acabó todo.

Óscar vive despacio. Emparejado con la humildad que emite un tono de voz tan agradable como cercano. Desde hace unas semanas todo va un poquito mejor. Siempre ha sabido quedarse con lo bueno de una vida que empieza a pasar deprisa. Hace cinco años, durante la disputa de su primera Vuelta a España, se filtró en una escapada en la que apenas se mencionó su nombre. Pertenecía a un equipo, el Euskadi-Murias, que acudía como invitado aderezado con el papel de animador. Como aquellos chicos de las películas de instituto americano que iban a las fiestas a sentarse en una esquina con su vaso de ponche mientras otros se llevaban a la chica. Pero La Camperona le miró a él. Sólo a él. Aquel día besó una victoria histórica para un chico que sólo supo tartamudear su alegría ante los medios de comunicación. La añoranza le ha hecho volver a visitar aquel lugar. Revivir a través del silencio de una montaña el grito ensordecedor que la agonía de aquel día no le permitió escuchar.

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Óscar Rodriguez celebrando su victoria en La Camperona, en La Vuelta 2018. Foto: Luis Ángel Gómez (Sprint Cycling Agency).

Un año después, el equipo vasco desapareció. A él ni tan siquiera se lo dijeron, porque su calidad ya había encontrado acomodo en la vorágine multinacional de un equipo del World Tour. Pero antes de irse, dejó un último regalo al equipo vasco. Consiguió terminar segundo en la Vuelta a Burgos, sólo por detrás de Iván Ramiro Sosa.

Luego firmó por el Astana, un equipo donde, en la primera concentración, vio lo que era entrenar de verdad. Luis León Sánchez, Jakob Fuslang o Alexey Lutsenko iban como locos desde el inicio de temporada. "Tú tranquilo, que te vas a adaptar rápido a todo ésto", le dijo Omar Fraile en la primera concentración del equipo. Para Óscar, la necesidad de un hogar dentro de una empresa tan grande era fundamental. Le costaba encajar dentro de la seriedad de los rusos y los italianos no dejaban de parecerle distintos. En cambio, los hermanos Izaguirre y Omar eran como una familia para él.

Con Astana, los resultados siguieron llegando, nunca una nueva victoria, pero si grandes resultados  en escenarios tan emblemáticos como el Mont Ventoux donde, en la Clásica que apadrina el coloso alpino, llegó en segundo lugar tras Miguel Ángel López o, semanas después, el tercer puesto conseguido en la general de la Route d´Occitaine en la que se impuso Antonio Pedrero.

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Óscar Rodriguez corrió dos temporadas en el Astana (2020 y 2021). Foto: Sprint Cycling Agency.

El año pasado Eusebio Unzué, mánager del Movistar le pidió justo eso, ser como Pedrero: "No necesito que ganes, pero sí que seas un gragario sólido en la montaña", le reclamó. La oferta del equipo navarro era muy interesante y, en cierto modo, era la forma natural de volver a correr en el equipo de casa.

Pero este año, a sus 28, Óscar se había pedido volver a repetir una victoria, fuera en el lugar que fuera. Acudía al Giro de Italia con la misión por la que se le fichó, la de estar al lado del hombre fuerte, que en este caso era Einer Rubio, pero también tendría libertad para intentar alguna fuga, como la que le coronó en la Camperona. Sin embargo, aquel día, tan lluvioso como el resto de etapas anteriores, su humildad le puso al servicio de Fernando Gaviria, el sprinter del equipo.

Por eso, decidió colocarse en cabeza del pelotón para intentar reducir la distancia con la fuga que comandaba la carrera. Sin dudarlo, inclinó su cabeza sobre el manillar mientras pedaleaba con fuerza. En ese momento, Jonathan Milan se acercó a él para recriminarle algo. "¿Qué dices? ¡No te entiendo!", respondió al corredor del Bahrein cuando éste se lo repitió por segunda vez. Al girar el cuello, no vio como un corredor del Trek pasaba a su lado demasiado cerca, lo que le hizo hacer el "afilador" y perder el control de su bicicleta. Instintivamente intentó frenar pero iban a 70 por hora y, sin apenas tiempo de reacción, impactó de costado contra una señal, chocando contra el muro de una casa.

Aquellos minutos tumbado en el suelo le parecieron horas. Cuando Xabier Muriel, Director del equipo en aquella carrera, se acercó a él para preguntarle si podía continuar balbuceó una negación. El dolor en el costado le punzaba como una manojo de agujas. Sólo quería que alguien le sacase de allí, de ese suelo húmedo que parecía derretir unas alas que el destino parecía habérselas pintado de barro.

Oscar Rodriguez cuimple su segunda campaña en el Movistar Team. Foto Sprint Cycling Agency
El ciclista navarro cuimple su segunda campaña en el Movistar Team. Foto Sprint Cycling Agency.

Horas después, en aquel hospital de Nueva Liguria, el ir y venir de los médicos le estaba volviendo loco. Estaba orinando sangre y eso no era bueno. Le dijeron que el golpe se lo llevó íntegramente su riñón, y que podía perderlo. Afortunadamente, la bolsa que lo rodea no se llegó a romper, había tenido mucha suerte. Aquellos primeros días, su cabeza dio muchas vueltas. ¿Merecía la pena ser ciclista? Él era un tipo humilde, no necesitaba de grandes lujos para vivir. Le bastaba el cariño de su chica y de su familia, y en ese momento apenas podía verles 40 minutos por la mañana y 40 por la tarde.

Pero, cuando le dieron el alta, su mentalidad cambió. Entendió que la rutina de subirse a su bicicleta cada día era necesaria para seguir siendo feliz. Hoy, casi dos meses después de aquella caída, el viento sur le ha regalado cuatro horas rápidas en bicicleta alrededor de Pamplona. Para él es un día de pretemporada en pleno verano. La forma física está perdida pero, desde hace días, siente que ya no da pasos hacia atrás. El equipo le ha dado la calma suficiente para no castigarse con plazos. Aun no sabe si estará en la Vuelta a España. Quizás no, pero hay otras carreras que, desde luego, seran más que suficiente para que sigan justificando su progresión en el ciclismo.

Junto a su televisión hay dos maillots y una botella de vino que seguramente nunca abra. Se la dieron en la Vuelta a Burgos, aquella en la que tan sólo su hoy compañero de equipo Iván Ramiro Sosa le superó. Simbolizan el despegue de un chico humilde. Un chico de Burlada que si no tiene más triunfos es sólo porque aquel día, corredores de tan alto nivel como Jesús Herrada, Thibau Pinot o Miguel Ángel López fueron más fuertes que él. 

Jon Odriozola, su Director en Murias, le decía que, cuando hiciese frío comiese para tener el cuerpo caliente. Quizás ahora aun sienta el frío de aquella carretera donde, con las rodillas recogidas sobre el pecho, gemía de dolor. El calor acabará volviendo para secar sus alas. Pronto dejarán de ser de barro.