Tic, tac. Salir a dejarse la piel. Aliarse con las manijas del reloj. Sacar a bailar a la agonía hasta normalizarla como pareja. Sin más amparo que desgranar el recorrido en kilómetros que pasan veloces entre el público que grita algo que no consigue entender. El velocímetro no baja de 50 por hora. La espalda molesta debido a una posición anti-natural que ha trabajado todo el año. Beber resulta incómodo así. Nada de eso importó. Tic, tac. Era su momento.

A Raúl todo el mundo le conoce por aquellos 46 minutos de esfuerzo. Las cámaras de televisión enfocaron un tipo que pareces creer conocer de toda la vida. De discurso alegre. Tan cercano y espontáneo como alejado de querer darse importancia. “Estoy feliz, pero esta mañana me sentía raro, aunque con muy buenas sensaciones”, dijo a los periodistas aquel día en Mallorca. Muchos se empeñan en decir que, desde entonces, esa debía ser su especialidad. Él, en cambio, piensa que para eso debería de ganar pruebas internacionales y que, de momento, prefiere no cerrarse a nada.
Diez años atrás tan sólo era un chaval del municipio madrileño de Tres Cantos enganchado a la bici. La culpa no la tuvo tanto Félix, su padre, ex ciclista profesional, como sí su abuelo, que le montó una Macario antigua de su tío con cambios en el cuadro que le acabó colocando en las manetas.

Los domingos, las salidas junto a su hermano Carlos eran de auténtico privilegiado. Pedaleaba siempre rodeado de los amigos de su padre, otros ex profesionales como Fran Ventoso, Luis Pasamontes o Manuel Quinziato, que se turnaban para empujarle cuando el carril bici de Colmenar Viejo se dibujaba sinuoso.
Pronto se animó a competir, aunque los resultados en ningún momento fueron buenos. Su exceso de peso le hacía descolgarse del pelotón tras pasar por un simple puente sobre una autovía. Llegó a pensar que el ciclismo no era para él, aunque también es cierto que nunca soñó con emular a su padre. Tan sólo era un pasatiempo en el que siempre terminaba en último lugar.
Sin embargo, su cuerpo terminó cambiando. Aquel niño rechoncho pasó a ser un espigado juvenil. Un chico ganador que llamó la atención de Juanjo Oroz, uno de los máximos responsables del Lizarte, quizás el equipo amateur más importante de España.
Juanjo es un tipo pasional. Un hombre cercano que quiere a su corredores como a una extensión de su familia, para lo bueno y para lo malo. Con Raúl no siempre han confluido puntos de vista ni ha faltado una llamada cuando las cosas no iban bien. Eso les unió.

Su pupilo quería pasar a profesionales tan sólo un año después de haberse iniciado como amateur. Juanjo y Manolo, tan pacientes como experimentados, seguramente hubiesen preferido esperar al menos un año más, pero acabaron aceptando pasarle al Equipo Kern Pharma, la estructura profesional del equipo. Al fin y al cabo, sus resultados avalaban un desarrollo prematuro, incluida la victoria en el Nacional de Crono sub23.
Desde entonces, su vida ha cambiado. Mucha gente se empeña en convertirle en parte del futuro del ciclismo español. En hacerle contrarrelojista. En pintarle la existencia con presión.
Él, en cambio, está más ocupado en otras cosas. En conversar con su amigo David Barranco sobre los nuevos materiales que van saliendo para las bicicletas. En seguir trabajando la mejor postura sobre ellas. En hacerse ciclista.
Este verano disputó su primera Vuelta a España. No dejó de preguntarse cada día qué es lo que hacía allí, rodeado de tanta gente buena que parecía no querer cansarse nunca. Y luego estaba el público. Toda esa masa de gente le regaló el mejor día de su vida en la etapa que transcurrió por la Sierra de Madrid.

En cambio, el reconocimiento llegó meses atrás. En una tórrida y húmeda tarde de junio mallorquina. Fue un día intenso. Desde la inspección inicial del recorrido hasta el momento en el que el juez autorizó su salida pasaron muchas sensaciones. Las físicas eran buenas. Las mentales, raras. A pesar de haber trabajado todo el año para apenas una hora de esfuerzo se dijo que, si no salía bien, no se lo reprocharía.
Tic, tac. Quizás, durante el agónico trayecto por su cabeza no pasó ni un solo momento del camino andado hasta allí. O de los paseos que ahora, con menos asiduidad, aún puede darse con su padre, que es ahora quien pide una tregua, y su hermano Carlos hasta la parada de Café de Soto. Con Carlos discute, a veces uno quiere ir más rápido que el otro. Pero los dos son profesionales. Saben de qué va esto y se apoyan incondicionalmente. Su padre también lo fue, lo suficiente como para orientarles ante situaciones concretas.
En cambio, aquel día, Félix y Carlos sólo pudieron esperar en la línea de meta hasta que Raúl llegase, aliado con el reloj, para convertirse en Campeón de España de Crono.