Aquí puedes leer la 1ª parte de "Rein Taaramäe, el fuego incesante"
Con Katusha llegaría la calma, el cambio de mentalidad hacia un servicio por los grandes líderes y, en su nuevo destino, el objetivo claro era el de ayudar a Ilnur Zakarin a entrar en el podio de aquel Giro de 2016 que descubriría por primera vez. Desde un principio, y según avanzaban los días, sentía que su cuerpo iba cada vez mejor, como si cada jornada de montaña tonificase aun más su musculatura, en vez de desgastarla. Pero el equipo le había pedido lealtad absoluta a Ilnur, por lo que, sin rechistar, trabajó sin descanso para que su jefe de filas mantuviese sus opciones.
Sin embargo, a dos etapas del final, una dura caída acabaría con las opciones del ruso. Entonces habló con sus directores. Aún quedaba la etapa reina, antes de la última jornada que otorgaría el triunfo a Vincenzo Nibali en un tranquilo paseo hacia Turín. Aceptaron que buscara la fuga. Aquel día Rein no dio opción al resto, con un ataque certero a falta de 14 kilómetros que, tras desmoronar el grupo de escapados, le coronó en Sant´Anna de Vinadio.

Años después, y tras un paso por el Direct Energies francés, Rein entró en un periodo de altos y bajos emocionales que no le permitían rendir con normalidad. En 2020 decidió terminar la temporada mucho antes, olvidándose por completo de la bicicleta durante dos meses. Eso hacía difícil su permanencia en el competitivo mundo del World Tour, pero Jean-François Bourlart, mánager del Intermarché - Wanty, asesorado por Aike Visbeek, uno de sus directores, decidió apostar por él en 2021 a pesar de encontrarle con 10 kilos más de peso.
La temporada no era fácil. Era el primer año del equipo en la categoría, lo que produjo mucho recelo en muchos sectores, que consideraban que no iba a estar a la altura y él debía recuperar su nivel.
Tras unas buenas sensaciones en el Giro, el equipo decidió incluirle en el grupo de la Vuelta a España. Rein acudía con la extraña sensación de que, a pesar de que ya no debía demostrar nada a nadie, quería agradecer al equipo que aun creyera en él. Debía intentarlo y, para ello, seleccionó una etapa tempranera, la que ascendería el Picón Blanco.

Rein reconoce que contó con la suerte de que aquel día el poderoso Jumbo no quisiera tumbar la escapada, pero también debía ser el mejor de los diez fugados. Joe Dombrowsky, del UAE, fue el último en sufrir su empuje, lo que, además de la victoria, le supuso enfundarse con el maillot de líder de la prueba que portaba un importante mensaje: No estaba acabado.
Han pasado casi cuatro años de aquel momento. De la gloria; de los focos. Casi 1.500 días tras los que Rein se dio cuenta de que la máxima categoría del ciclismo se había vuelto demasiado exigente. Y de que todo era siempre lo mismo: Sintió que durante 17 años había rodado en el mismo pelotón y transitado por las mismas carreras. Que había acudido a las mismas concentraciones. Estaba cansado.

Sin embargo, también tenía claro que quería seguir siendo ciclista, que no quería reciclarse como Director Deportivo. Sus pensamientos tomaron voz: Desde hace un tiempo se sentía seducido por Japón, por el ciclismo cada vez más profesionalizado de un país donde el respeto y el silencio, a veces demasiado atronador, impera en una cultura abanderada en la educación extrema.
Eligió el Kinan Racing Team, un equipo estructurado y con trayectoria suficiente para no pensar en que pudiera desaparecer en cualquier momento. Entonces rompió con todo. Correría a la vieja usanza: Sin nutricionistas, sin preparadores. Como se hacía antes. Entrenando por sensaciones. Y todo lo haría desde la casa que se compró en Ruanda, el país que descubrió tras participar en uno de los Tours que organiza el país, seducido por aquella afición pasional de alma tan plena y colorida como vacíos sus bolsillos.

Asume que el tiempo pasa. Que Julien Alaphilippe ya no es el niño que le iba a ver a las carreras con su tío, ahora se ha convertido en un ídolo. Atrás quedan ya las bromas con Biniam Grimay, un hombre al que su afable carácter africano es capaz incluso de ensombrecer su calidad como ciclista. O la lucha por hacer de Zacarin aun mejor. Incluso sus galopadas al frente del pelotón en favor de David Moncoutie, el corredor que más ha admirado. Rein sonríe. Aun recuerda el día que el francés ganó una etapa de la Vuelta a España remontando desde el último grupo en una jornada de abanicos. Cuando Radio Vuelta cantó su nombre, Fabio Cancellara, que rodaba junto a Rein en un grupeto de descolgados gritó desesperado: “¡Maldita sea, ese tipo iba conmigo atrás, como es posible!”.
Ahora es tiempo de disfrutar de carreras a las que acudir sin presión. De mantener el club ciclista que ha fundado en la ciudad estonia de Tartu y que financia con los premios que obtiene en las carreras, dando bicis a chicos sin recursos, como hicieron con él hace años. Y de seguir creyendo. En enero estuvo a punto de conseguir la victoria en una de las etapas del Tour de Sharjah. Se le escapó la crono por menos de un segundo. Que nadie le dé por acabado.