“¡Tira tú, tira tú!”, jadeó. Él, en cambio, prefirió tomar un respiro y esperar su momento. Le esperaba el mejor día de su vida. El peor, en cambio, para su antiguo compañero.
Rui es un tipo que impresiona. No sólo por su envergadura adornada con una melena rubia peinada hacia atrás. Le avala una mirada de ganador, como si, al cruzarse con otros corredores, su sonrisa hablase por él.
Hoy comienza una nueva etapa en el Intermarché- Wanty, fruto del ir y venir de sus representantes. El equipo belga buscaba un hombre experimentado que aún tuviese sed de triunfos. Rui pidió otra botella.
Lejos quedan las enseñanzas de su padre, enamorado del ciclismo, también los ánimos de Mario Jorge, su hermano, cuando, de pequeño, se le quitaban las ganas de entrenar.
Hace 14 años tan solo Jan Bakelands fue mejor que él en el Tour del Porvenir. Eusebio Unzue, Mánager de Movistar lo reclutó sin pestañear. Lo puso a disposición de los veteranos: Joaquim Rodríguez, Alejandro Valverde u Óscar Pereiro. “Te voy a enseñar a hacer una bolsa de agua para los días de lluvia chaval”, le decía Pablo Lastras. El madrileño fue el que más se acercaba a él para enseñarle a ser profesional. Siempre con su voz seria, con aquella mirada fija que nunca se olvida.
Recordar al equipo navarro le hace sonreir. Se vuelve a imaginar ganando. Primero llegó Dunkerque, luego Suiza. Pero, sobre todo su primer etapa de Tour en aquella llegada que no terminaba nunca. Unzue se desgañitaba por el pinganillo. Debían ganar una etapa y el que tuvo la oportunidad fue él.
Sus múltiples victorias le hicieron un hombre deseado. No había equipo que no quisiera ficharle. Lo consiguió Matxin, mánager del Lampre. Le dejó llevarse a hombres de su absoluta confianza y, sobre todo, galones para intentar el triunfo que tuviese en mente.
Se fue de Movistar siendo el corredor más débil de un grupo de 4 corredores en un terrorífico Mundial de Florencia. Aquel día sus todavía compañeros Purito y Valverde parecían ser los más fuertes. Nibali era la baza local. Él, quien se quedaba en los repechos sin que nadie mirase para atrás. Decidieron dar por terminada su participación en la carrera. En cambio, a falta de dos kilómetros burló la vigilancia de Valverde, consiguiendo atrapar a Purito a flata de 800 metros. Su mentor trató de engañarle, pidiéndole que tirase. Rui, en cambio, tan sólo tomó aire para lanzar el sprint de su vida. El que más ha dolido a la afición española en un Mundial. El peor día de su compañero.
Llegó a Lampre vestido de Campeón del Mundo. Matxín pronto se convirtió en su amigo. El vasco era experto en empatizar con su vida. En ofrecerle aquel abrazo consolador cuando tuvo que abandonar por enfermedad el primer Tour al que acudía como uno de los favoritos. O en gritar juntos de emoción tras aquel podio en la Lieja bastoña Lieja de 2016. “Rui, este proyecto tiene garantías, y vas a aseguir teniendo galones”, le dijo Matxin. Ese hermanamiento fue decisivo a la hora de seguirle.
Aún debe pedalear con la equipación de su último proyecto de Matxin. Al menos hasta diciembre. Legalmente, aun pertenece al equipo de Pogacar. “Quiero que sepas que tu protección y orientación dentro del grupo ha sido fundamental”, le dijo el esloveno. Nunca imaginó que aquel chaval con cara de risueño ganase aquel Tour. Su sonrisa brilla cada vez que recuerda lo mucho que el esloveno le agradeció su trabajo. Tras el ganar el segundo Tour salieron a cenar por Paría y, de vuelta al hotel, Pogacar paró a comprar un helado sin que nadie le reconociera. Esa era la magia del ciclismo. De lo humilde que llega a ser un ciclista cuando se apagan las luces.
Hoy, en cambio, aun vestido con la equipación del UAE, comienza una nueva experiencia en el Intermarché – Wanty. Nuevos compañeros, nuevos objetivos y nuevo idioma para un tipo que domina el lenguaje no verbal. Que sabe que, con sonreir, todos parecemos verle vestir con un maillot de Campeón del Mundo que hundió a España y que, a él, le hizo aún más grande.
