“Me persigue la maldición de Kortrijk, yo nunca viví allí, tan sólo un día, el que nací”, bromea. Mirar a Sep es hacerlo bajo una cierta intimidación. Desde abajo. Su embergadura se asemeja a la de un gladiador. Sus brazos parecen más destinados a sostener una espada que un manillar. Su pecho es amplio. A cambio, su mirada es suave, aunque la rodee una piel gruesa, ya castigada por las arrugas que cuentan infinidad de batallas. En muchas se le auguró como vencedor. Ahora, ya no tanto. El aficionado, a veces, aparta con ingratitud de quien espera más.
En su casa no hay ni una sola foto. Dice que los recuerdos están en su cabeza, que quizás las ponga cuando eche de menos el ciclismo, cuando todo acabe.
Su parquedad en palabras evita repasar momentos en los que los sentimientos afloren. Aunque, si se le empuja un poco, reconoce que una de las peleas perdidas tardó más de la cuenta en sanar. Fue en la batalla de Roubaix, en 2013. Aquel año llegaron al velódromo él y Fabian Cancellara. El suizo, más experimentado, no sólo optaba a su tercer adoquín. Además, contaba con la victoria conseguida días antes en el Tour de Flandes. A Sep, los nervios le empujaron a salir el primero. Cedió la distancia justa que necesitaba su contrincante. El premio fue una esquina del podio. El reconocimiento incierto de la palmada en el hombro. El “ya vendrán más, que aún eres joven”.

Si llegó a ese sprint fue porque, desde los seis años, vio a sus otros cuatro hermanos mayores montar en bicicleta. No se perdió una sola carrera. Y porque, en cada Tour de Flandes, era el helicóptero que retransmitía la carrera el que le avisaba para que saliera a ver pasar a los corredores por delante de su casa.
Con su hermano Ken llegó incluso a disputar una Gent-Wevelgem sub23. Ambos cogieron la escapada. Lo curioso fue hacerlo en equipos diferentes. Lo mejor es que ninguno de sus compañeros de fuga lo supo. El guiño cómplice cuando atacó su hermano les llevó conseguir el primer y segundo puesto.
Años después, el ciclismo se conviertió en algo serio para Sep. Tuvo que dejar su trabajo a tiempo completo cuando en Agosto de 2009, el Topsport Vlaanderen, atraído por sus resultados, le invitó a formar parte de su equipo.
A partir de entonces, sus rivales comenzaron a ser de entidad. Fue en 2012 cuando a él también le consideraron un flandrien tras ganar en aquella edición de la Omloop.
En ese momento, la ventaja de ser considerado un iniciado en Clásicas desapareció. El año siguiente llegó aquella Roubaix con Cancellara. Y después, los terceros puestos en Flandes. Nunca se ha reprochado nada. Lo consideró una batalla justa.

En la vida de un ciclista, los años pasan rápido. A pesar de haber vestido las casacas de varios equipos, salvo el bálsamo de la victoria en Plouay en la Bretagne Classic de 2019 ninguna escuadra le ha visto ganar un monumento.
Sep sonríe. La silueta de un ciclista musculado esconde un semblante pausado. Sabe que es difícil vencer a las nuevas generaciones, pero, a pesar de sus 34 años, aun se siente con el optimismo suficiente como para no tirar la toalla.
A finales de 2020, Kjell Carlstrom, Mánager del Israel Premier-Tech llamó por teléfono a Sep. Le dijo que seguía viendo en el a ese flandrien infatigable, y que lo quería liderando muchas más batallas en los Monumentos. A su edad, puede que no llegue ninguno. Que su palmarés quede atrapado por la ingratutid de un podio sin su escalón más alto.
A él, eso no le obsesiona. En el equipo israelí se siente querido. Los jóvenes saben escucharle. Aprenden de sus palabras. Aunque sea de diálogo escueto, su mirada sabe explicar que el nerviosismo no es bueno. Que a él le privó de una Roubaix. Pero, a cambio, la pasión le permite seguir soñando. Quizás ya no sea un favorito. Pero sigue siendo un flandrien.