Luisvi, su padre, lo tiene claro. Ha tenido que heredar las facultades de Yoli, su mujer, porque de él, como mucho, la mala cabeza. Se ríe al contarlo, pero luego matiza, “es por lo números que mueve, que no le han cundido lo que debieran”. Vicente, su hijo, también ríe. Siempre lo hace, y eso que, las que han venido mal dadas han sido muchas.
Acaba de llegar de una salida breve, pero intensa, al menos para el que le siga. Amante del reggaeton, es común verle pasar con la música sonando a todo trapo en el bluetooh de su porta-botellines. Un día incluso, al cruzarse con Javier Mínguez, ex seleccionador nacional, este se echó la manos a la cabeza cuando escuchó la música atronadora que perseguía sus pedaladas.

Desde pequeñito se esforzó por creer en sí mismo. Desde alevines, corriendo en el Club de Juan Carlos Domínguez, donde le costaba acabar las carreras hasta Eiser, en amateur, donde se enamoró de Durango y conoció gente noble, dispuesta a ayudar.
Luego llegó la presión con el Kometa sub23. El ciclismo puede dejar de ser divertido cuando los resultados condicionan el pasar a profesionales. Vicente se esforzó al máximo. El primer año, el del COVID, perdió la Copa de España sub23 por un solo punto, a finales de octubre, en un Balenciaga trasnochado. El año siguiente, en plena disputa del Giro sub23, se rompió el codo cuando disfrutada de un estado de forma envidiable.
Los meses siguientes no fueron fáciles. A pesar de formar parte del equipo como stagiaire, ni él ni la estructura de Alberto Contador se entendieron. Sintió mucha presión y, quizás, incomprensión también. Salió del equipo triste, con las enseñanzas de Rafa Díaz Justo metidas en unos bolsillos de ilusión agujereada.

El no saltar a profesionales le golpeó su espíritu ciclista. Dejó de creer en él tanto que su ego parecía ir a gatas. Por suerte, pudo encontrar un hueco en el Manuela Fundación, que asomaba por primera vez al ciclismo en su categoría Continental. Pero el cambio fue un desastre. En la primera concentración de Granada todo el equipo enfermó de COVID. Tan sólo pudo correr cuatro carreras en las que nunca se sintió recuperado. Para colmo, el material con el que contaban no era el idóneo y las condiciones, menos aun. Decidió pedir la carta de libertad y dar un paso que nunca había pensado en tomar y que parecía ser un paso atrás: volver a ser amateur.
Decidió que, si seguía entrenando, era por sus amigos: Por "sus sprinters", como le gusta llamar a su grupeta, por su amigo David, el "Husky”, y por sus padres. Nunca le habían visto así. Como atrapado frente a un espejo que sólo reflejaba a un tipo sin futuro. Hasta que llegó un hilo de luz. Firmó un contrato ventajoso con el Rias Baixas. El equipo gallego reclutaba un tipo dispuesto a ayudar. El vallisoletano volvía a sentir ilusión.

“Vicente, el Boavista tiene un hueco, ¿Cómo lo ves?”, le dijo su representante. Fran Egea, que había firmado por el equipo aquel mismo año, se veía en la obligación de dejarlo, dejando un puesto libre. ¿Ir a Portugal? No lo había pensado. Pero desde luego era la oportunidad que su ánimo necesitaba.
Su breve paso por el equipo gallego le dio la suficiente carrerilla como para aterrizar con buen pie. José Santos, el Mánager, que también ejercía de Director, era un tipo de pocas palabras pero muy observador. Vicente, en cambio, siempre había sido muy hablador. Sin embargo, fue su trabajo el que tomó la palabra por él. Tanto como para conseguir, en tan sólo unas semanas, ser seleccionado para correr la Volta a Portugal.
A Vicente le hablaron del calor, de etapas tórridas. De que regulase y guardara. “Trabaja y cuando acabes, desconecta para el día siguiente” le decía Thiago Machado tras cada etapa. El capitán del equipo a veces era duro, pero sabía lo que se hacía. Él supo escucharle. Olvidar sus ganas de reivindicar su talento en todo momento para intentar dejar a Luis Fernandes lo más cerca del podio.

Al acabar la Volta a Portugal Santos no le dijo nada. Mala señal. O quizás era que el portugués seguía siendo un tipo sin discurso. A cambio, tras terminar la temporada, le habló con hechos. Con un contrato encima de la mesa para la siguiente temporada.
Luisvi siempre que habla de su hijo se ríe. Recuerda cuando le dijo que le gustaba el ciclismo porque se iba sentado y se podía comer. Luego le brillan los ojos. Aún no se puede creer que su chico sea profesional. Sabe por lo que ha pasado. En 2022 Vicente ha llegado a correr en tres equipos. El que viene será el primero con una temporada planificada.
Y Vicente sigue a lo suyo. Además de la mala cabeza de su padre también heredó sus dotes de diseñador gráfico. Hace pegatinas para los Garmin. A Hugh Carthy le hizo una que el británico lució un tiempo. Y también pinta bicicletas, y cascos. Un plan "B" para cuando el ciclismo termine.
Lo de su gusto por la música infernal a todo volumen será algo que cueste mucho quitarle de la cabeza. Pero eso es lo de menos. Su alegría, lo de más.