Sólo pidió una cosa: Poder vivir con su familia. Al menos al principio. Le dijo a Juanjo Oroz que les necesitaba cerca de él. A sus padres, a su hermana y a su perro. Juanjo lo entendió rápido. Al fin y al cabo, el ciclismo pinta como guerreros a jóvenes emigrantes que apenas cuentan con una veintena de años. Muchos, como Vojtech, provienen de sitios donde el ciclismo habla muy bajito.
Desde que llegó al Kern Pharma ya nadie le llama así. Prefieren hacerlo por su apellido. Repa es más sencillo. Oroz le descubrió en el Tour de Serbia. Acudieron a esa carrera hace un año porque la cuarentena cerró muchas otras. Allí se mezclaron con un sinfín de equipos con poco apellido. Fue entonces cuando su nombre salió a escena. Repa se pasó toda la vuelta incordiándoles, empeñado en birlar el maillot de mejor joven a Roger Adriá, la gran promesa del equipo.
Oroz es muy dado a las sumas. Y ese chico le entraba en la ecuación para el año siguiente. Repa, en un inglés tan empobrecido como voluntarioso, le explicó que llevaba dando pedales tan sólo 4 años. Él, tentado por uno de los deportes nacionales de su país, iba para jugador de hockey sobre hielo. Después, golpeado por mil y un lesiones, decidió cambiar de aires. El ciclismo tocó su puerta de forma casual. Sin tradición ciclista en su familia, el Visocyna Cycling club cercano a su pueblo, Velka Bites, le enseño a sacudir sus pedales como lo hacía con su stick en la pista de hielo. Aunque tan sólo eran cinco chicos. Tras dos años, su talento le empujó a un club más grande en Brno hasta correr en el Toporex Lapierre en 2019 y 2020.

Tan sólo han pasado un año de todo aquello, pero para él a veces, el recuerdo ahoga. Le empuja a recordar que el ciclismo se le daba bien. Porque fue campeón sub23 de su país . Porque se embarcó en una fuga bajo la lluvia que le colgó una medalla de bronce en los Europeos, y porque se enzarzó en mil y una batallas con Rogier Adriá en la Vuelta a Serbia recién cumplida la veintena tan sólo unas semanas antes de ganar el Tour de Malopolska.
Su carácter optimista le empujó a creer que 2021 sería un año aun mejor. Pero no fue así. En su debut con el equipo navarro en la Estrella de Besseges, su ilusión acabó por los suelos. Cuando se levantó, su boca estaba encharcada en sangre. Luego escupió tres dientes. Aun así sonrió al destino. A tener la suerte de contar con Juanjo. Él mismo se ocupó de tramitar la operación de su boca en Navarra.
Y le regaló otro consejo. Tan valioso como poder sonreír de nuevo. Le dijo que hiciera de su equipo una segunda familia. “Te ayudará a integrarte. El ciclismo debe ser tu pasión, pero tus compañeros estarán ahí para tus días malos y tú para los suyos”, le espetó.

Y en ello sigue. Porque, este año, el ciclismo le ha birlado tres dientes y aun no le ha devuelto ninguna alegría. Pero Repa es tozudo. Aun se comunica en inglés con el resto pero, cuando vuelve a casa, una profesora se encarga de que pueda regresar cada vez con más vocabulario en español. Para entender las tácticas del equipo. Un día, en un entrenamiento, uno de los directores le dio una orden que no entendió. Preguntó a un compañero y este, bajo las risas del resto, le dijo que hiciera exactamente lo contrario, ante la cara de estupor de su Director.
Pero en eso consiste la integración. En ser blanco de unas bromas que abrazan a un chico reflexivo. Que sueña con éxitos modestos en el ciclismo. Aquellos que le regalen una caravana con la que poder dar la vuelta al mundo. Sabe que con el español podrá viajar a Sudamérica. Pero antes tendrá que merecerlo. Levantarse de cada mal día. De cada caída. Como supo hacerlo cuando acababa de bruces en el hielo.
Su familia, la de Velka Bites, le da el consuelo que necesita. Y la otra, la que forman sus nuevos compañeros de equipo, contribuyen a que aquel chico que abandonó el hockey sobre hielo por otro sueño pueda, por fin, descubrir que su exitoso 2020 no fue una casualidad.