Aquí puedes leer la 1ª parte de "La alocada vida de Tomasz Marczynski"
La solución requería la peor de las enmiendas. Apelar a su orgullo. Debía pedir ayuda a su antiguo equipo, el CCC. Necesitaba un hueco que no quería cubrir, pero que era necesario si quería seguir siendo ciclista.
Se lo ofrecieron a regañadientes, pero sólo confirmaron sus peores presagios. Tomasz volvió a chocar contra un ambiente que difería con su carácter cercano. Su buen humor. Sus ganas de hacer equipo. Meses después, decidieron echarle. Es en lo único en lo que coincidían. Él también se quería ir. Tenía un plan B. Lionel Marie, director deportivo y amigo suyo, iba a recalar en un modesto equipo Turco, el Torku. Le animó a que probara con él.
Lionel era diferente. Se preocupaba por sus corredores. Quería lo mejor para ellos. Tomasz se lo tomó como una última oportunidad. Ambos habían bajado de la burbuja del World Tour al campo Continental. “Tomasz, tienes que motivarte. Clava tus objetivos para volver a primera escena”, le dijo Lionel. O lo hacía bien y despertaba el interés de algún equipo grande o colgaría la bicicleta.

Por eso, en 2015, acudió al Campeonato Nacional con una motivación especial. Debía hacerlo bien ante 17 hombres, todos del CCC, que corrían con la consigna de que él no ganase. Por eso, su tercera victoria en aquel Campeonato nacional, fue especial. Su ex equipo había incluso cuestionado su valía como ciclista. Él les había demostrado que estaban equivocados.
Aquel título nacional tuvo una luz especial. Como si su brillo hubiese sobrepasado fronteras, generó una llamada. “Estoy en Málaga. Eso queda cerca de Granada, ¿te puedes acercar?”, escuchó. Tomasz acudió raudo. Marc Sergeant, Mánager del Lotto Soudal quería conocer en persona a aquel polaco que iba a fichar. “Soudal entra en el patrocinio y están muy interesados en potenciar mercado en Polonia y queremos contar con algún corredor de allí”, le dijo.
Tomasz estrechó la mano de un tipo educado, a sabiendas de que éste le estaba siendo observado. De arriba abajo. Ya tenía 32 años. “No te preocupes, que sigo siendo el de Vacansoleil”, se atrevió a responder sin que se le hubiese preguntado. Marc sonrió. El acuerdo estaba firmado.

Integrarse en el equipo le costó un día, apenas el tiempo en el que, en la primera concentración del equipo, vio entrar al corpulento André Greipel en su habitación. Eran las tres de la mañana. El alemán se lo llevó en volandas jaleado por el resto de compañeros para, acto seguido, lanzarle a un lago de agua gélida. Estaba bautizado.
Tomasz supo ganarse a sus compañeros desde un primer momento. En la carretera, con su trabajo. Fuera de ella, con su simpatía. Con su apoyo a los más jóvenes. Tomasz nunca tuvo un mentor. Él lo iba a ser para los novatos. Para que no reprodujeran los fallos de aquel polaco con pinta de loco.

Su primer año no fue el mejor. Una toxoplasmosis le dejó sin fuerzas para la segunda parte de la temporada. Aun así, Sergeant confiaba en él. En su forma de hacer equipo. En cómo se vaciaba en favor de sus líderes. El año siguiente, tras disputar el Giro, le pidieron también correr en Suiza. Estaba realmente cansado, pero recibió una gran noticia. “Es cierto que no estás consiguiendo grandes resultados, pero en el equipo valoramos otras cosas. Lo das todo por el conjunto y eso merece una renovación”, le dijo Marc.
Fue la motivación que necesitaba. Que le abrazara el reconocimiento. Tan distinto al trato que había recibido en su propia casa. Mario Aerts, el Director encargado de redactar su calendario le pidió participar en la Vuelta a España. Tomasz sintió de nuevo el brillo en los ojos. Volvería a la carrera de su segundo país. Se sentía con la necesidad de devolver la confianza con una gran actuación. De honrar el cariño de los suyos.

Su estrategia sería la misma que en 2012. Nutrirse de la energía en altura que le daba Sierra Nevada. Su plan, dejarse ver en una fuga. En la sexta etapa, la que llevaba a Sagunto consiguió filtrarse en una fuga consentida a regañadientes por un pelotón avaro, que apenas regalaba unos pocos minutos. Los suficientes para hacer añicos las ilusiones del resto de escapados y negociar con Enric Mas y su compatriota Poljanski un último intento: “Machos, no podemos rendirnos ahora, el que gane de nosotros bien hecho estará. ¡Nos lo merecemos!”, les dijo entre jadeos.
Aquel día, Tomasz especuló en un sprint de cálculo. Espero a que Mas se lanzara y Poljanski arremetiera. El último golpe de riñón fue para él. Gritó de puro júbilo. Para recordar su primer viaje a España. Aquel que duró 50 horas. A muchos les pareció que el que se subía en aquel autobús de Cracovia tan sólo era un loco. Pero aquel chico tenía un sueño, que debía cumplir en otro país. Por eso emprendió aquel camino. En busca de su alocada vida.