“Estoy contento, es parte del ciclismo”, responde automáticamente. Lo está porque es paciente, porque ha madurado. Ya no es aquel chaval que cometía errores con 25 años, aunque ahora sólo tenga seis más. Y porque salvó la vida. Podía haberse quedado paralítico o haber sufrido daños cerebrales. Por fortuna, todo se lo llevó de cintura para abajo.
Su fisionomía se talla en el estereotipo de un apuesto nórdico de tez aniñada, de cabellera dorada peinada de modo desenfadado, realzando sus ojos claros. A cambio, sus rasgos suaves delatan un tipo fornido, de pecho amplio, radiografía de un clasicómano. Su mirada está trajeada en cortesía. Acostumbrada a tratar con educación, escondiendo sutilmente el hastío a responder una y otra vez que, aunque no sabe cuándo, volverá más fuerte, no porque lo diga una frase cliché de automotivación recurrente, sino porque lo vio en Remco Evenepoel, el ciclista que ahora le inspira.

Tiene el Tour en la cabeza, pero no el de este año. Fue precisamente la ronda francesa la que le llevó a su estado actual, pero también el que inspiró su pasión por la bicicleta. Sin referentes familiares, lo veía por la tele y se animó a comprarse su propia bicicleta. De lo contrario hubiese sido jugador de balonmano o de fútbol, deportes que imperan en Dinamarca.
Pero necesitaba dinero para costear su pasión por la bici y, tras acabar el instituto, compaginó sus entrenamientos con un trabajo a tiempo parcial que comenzaba de madrugada en una fábrica de pescado, casualmente la misma en la que trabajó Jonas Vingegaard, aunque luego cambió a otra de un amigo, con un horario más favorable para salir en bicicleta.

Sus resultados como amateur le ubicaban como un gran clasicómano. Y, aunque Garmin quiso interponerse a un guión de fácil escritura, finalmente fue Tinkoff - Saxo el que dejó claro que los daneses que triunfaban iban al que fuera equipo nacional por excelencia, reclutándole para la temporada 2014. Allí se topó con grandes referencias mundiales como Alberto Contador, Rafal Majka o Roman Kreuziger. Entre todos le forjaron como corredor.
Sólo dos años después, la historia del ciclismo le emplazó en el Cauberg, en plena disputa con los mejores de aquella edición de la Amstel Gold Race. En cada pasada por el muro holandés, Enrico Gasparotto, extra motivado por la la imperiosa necesidad de honrar el recuerdo de Antoine Demoittié, su compañero de equipo fallecido unas semanas antes, se mostraba como el más fuerte. Por eso, cuando a falta de dos kilómetros se encontró a solas con él, Michael le silbó un gemido de conformidad. Aceptaba ser segundo a cambio de llegar con él. No se arrepiente, de haber racaneado en los relevos podrían haber sido engullidos por el grupo perseguidor y, en cambio, su segundo puesto le valió firmar con Astana cuando su equipo desapareció a final de temporada.

Tan sólo dos años después, el escenario cambió totalmente en el monumento holandés. Vencedor en febrero de la Omloop, sus piernas bailaban en cada muro. En cada ataque que planteaba, el grupo de favoritos se desgranaba, acompañado en el esfuerzo por Jakob Fuslang, que amortiguaba cada contrataque. En el último acelerón se llevó a Roman Kreuziger, antiguo compañero en el Saxo Bank. Ese día aporreó los pedales lo suficiente como para que Gasparotto no llegara hasta su rueda hasta que, calculando la distancia que más convenía, venció al sprint al checo.
Pero, el ciclismo, como la vida, puede empeñarse en trazar caminos no planeados. Unos si, los que le llevaron a correr en Dimension Data, donde descubrió que la dureza de aquel deporte también era capaz de regalarle amigos para toda la vida. Dos años después se enroló en Education First, su actual equipo. En cambio, aquel día, la senda del destino apenas le ofreció unos segundos para decidir sobre su vida.

En 2022, los importantes resultados cosechados el año anterior le empujaron a orientar su temporada hacia el Tour de Francia. Así, tras la disputa del Tour de Noruega, el equipo le pidió cambiar su programa y disputar la Ruta de Occitania.
Su segundo puesto en la segunda etapa hizo reflexionar a Tejay Van Garderen, su Director Deportivo en aquella carrera. “¡Tienes que coger la fuga, tienes que hacerlo!”, le repitieron. Michael aceptó las órdenes y, aquel día, se filtró en la escapada en la que, en un descenso en el que se bajaba de los 600 metros al nivel del mar, se apresuró a seguir la estela de aquellos hombres empeñados en abrir hueco. Pero un giro imprevisto del corredor que le marcaba la trazada, le obligó a cambiar la trayectoria.
Su cabeza dibujó dos soluciones. Eligió evitar el impacto seguro contra el quitamiedos para despeñarse loma abajo. Tras perder su bicicleta inició una caída de 6 metros en las que pasó entre maleza y rocas hasta, milagrosamente, quedar suspendido entre dos de ellas. Luego, alguien avisó de que se encontraba allí.

Los meses siguientes a todo aquello se describen en una tensa espera. En más frases clichés, esas en las que le decían que los ciclistas son de otra pasta y que acortaría plazos. Pero su rodilla no respondía a la mejora esperada. Sólo seis meses después, en diciembre, su optimismo volvió a florecer.
Hoy ha salido a hacer tres horas de bicicleta. Y se siente feliz. En todo este tiempo su familia ha crecido. Y el equipo le apoya. Le han hecho ficha con el equipo de desarrollo para que pueda seguir contando con todos los medios a su alcance. Para que se arrope con otra frase tópica, la de que se sienta ciclista. Michael no desiste. No quiere cavar su carrera así, enterrada colina abajo. Echa de menos el zumbido del pelotón rodando agrupado. Las concentraciones. La Amstel. Y el Tour, donde, disimulando el hastío ante tanta pregunta, reitera que pretende volver, aunque tenga que pasar por aquella curva otra vez.