De sonrisa embaucadora y peinado trazado al milímetro, su silueta dibuja la seguridad en uno mismo. En cambio, tras una fachada esbelta pueden esconderse cimientos endebles. Por eso cogió papel y bolígrafo. Para contarlo y respirar por fin.
Hay decisiones que se toman con los ojos hinchados. Que se lloran. Frases que se reescriben con el alma desnuda. Giovanni quiso contar su huida en un hotel gallego, hace casi un año, mientras disputaba el Gran Camiño. Roberto Reberveri, Mánager y director del Bardiani-CSF-Faizanè, donde corría, le dijo que esperara, que tuviera paciencia. Al menos hasta correr el GP Industria y Artigianato, en su Toscana. Giovanni arrugó el papel y lo tiró a la basura. Pero estaba frágil. Se sentía tan sólo, a muchos kilómetros del ciclismo.
“Vamos campeón, espera un poco”, le repitió. Campeón. Esa palabra parecía querer perseguirle hasta acabar con él. Siempre le quisieron comparar con su adorado Bettini. Decían que estaba hecho a las clásicas, que sería su sucesor.

Paolo en cambio, se lo encontró en 2006 durante la disputa de un Campeonato nacional. Iban en la fuga y le dijo que tirase para él. Que a cambio le ayudaría a buscar equipo. Giovanni en aquel momento apenas llevaba un rato en el ciclismo. Unos meses como stagiaire en el De Nardi y dos años de profesional incluyendo uno en el Domina Vacanze, un equipo lleno de veteranos que nunca le aconsejaron gran cosa, pero que gestionaba Gian Luigi Stanga, quizás la persona que más le ha querido.
Unas semanas más tarde, durante la disputa de la Clásica de san Sebastián, cuando aún se rodaba despacio, el gran corredor italiano se acercó a él. “Esto está hecho, el año que viene te vienes conmigo a Quick Step”, le dijo con un guiño.
El 2007 fue el que le vistió a él de Campeón italiano. Levantar los brazos, a sus 24 años, vestido con el hipnotizador azul de su nuevo equipo y doblegando al eterno Rebellin no hizo más que disparar titulares. Era el sucesor de Bettini. Se lo acabaron metiendo en la cabeza.

Tras varios años consiguiendo importantes resultados repitió victoria en un nuevo Campeonato Nacional. Era motivo suficiente para que Eusebio Unzue lo reclutara para Movistar en 2012. Pero los primeros meses no hicieron más que desencadenar su tristeza. Un día no pudo más. Sentado, lloró amargamente cada uno de los halagos vertidos sobre él. La gente esperaba más. Él esperaba más. Sin darse cuenta, se instaló en un oceanó de presión que le ahogaba, tanto que, en la disputa del Giro de Italia de aquel año, durante la etapa 15 decidió retirarse. Le faltaba el aire. Le oprimía el miedo.
Justo un año después, en la etapa 15 del siguiente Giro. Giovanni saltó del grupo de fugados para enfrentarse al Galibier. Allí donde Pantani, nacido el mismo día que él, hizo historia. Le esperaban 15 kilómetros bajo la nieve. Sus únicos aliados eran los dos minutos de ventaja sobre el pelotón y los gritos de Txente García Acosta. Aquel día se demostró que, si no era un campeón, si que, al menos, era un buen ciclista. Mejor aún, gritó a los periodistas que él no era Bettini. Tan sólo un tipo que amaba el ciclismo y que, dos días después, iba a pasar por la derecha de la fila del Lampre que trabajaba para el malogrado Scarponi para, a falta de 25 kilómetros, llegar hasta los corredores que marchaban en fuga y dejar a todos atrás. En Vicenza firmó su segunda victoria en aquella corsa rosa.

Los años en Movistar han sido lo mejor que le ha pasado como ciclista. Aprendió rápido el español y, en tan sólo unas semanas, se enamoró de la simplicidad de Alejandro Valverde.
Se convirtió en uno de sus hombres de confianza. En compañero de habitación y lugarteniente en los asaltos del murciano a las clásicas de las Ardenas. Giovanni era feliz en el equipo español. Se hubiese quedado toda la vida. Eusebio estaba muy contento con él y le hubiese ido renovando pero, el brillo de la novedad le haría dar uno de los pasos más desafortunados de su carrera.
Aquí podéis leer la 2ª parte de "Giovanni Visconti, el obligado sucesor de Bettini"